El episodio más comentado de la marcha del domingo en el Zócalo, donde Morena exhibiría músculo y unidad frente a Trump, fue el que protagonizó un grupito de políticos no atentos a la presencia de la presidenta Sheinbaum en el zócalo.
El Diccionario de la RAE en línea define desaire, sin suavitel ni matices, en los siguientes términos: “Descortesía, desprecio, desdén”.
La definición académica de la RAE indica, pues, que el domingo pasado en el Zócalo se cometió contra la señora Sheinbaum una falta de gentileza: una “grosería”, una “desconsideración” y una “bajeza”.
Al margen de que viene de una de las elecciones más desaseadas y cuestionadas en la historia reciente de México, o precisamente por ello, el cierre de filas en torno a su persona debería ser algo tan natural como la ley de gravedad en Newton. Pero no: no lo es.
La titular del Ejecutivo ha sufrido desaires, reveses y obstáculos desde el primer día de su mandato, y todos ellos han venido de la que debía ser su principal aliada y fuente de fortaleza: la 4T.
A estas alturas, no sé qué sea lo peor para la señora Sheinbaum: si hacer frente a los embates y loqueras de Trump o tener que lidiar con los personalismos y egos inflados de sus correligionarios.
Sólo por dar algunos ejemplos de la debilidad inducida hacia Claudia Sheinbaum, recordemos quién le puso la mayor parte de los integrantes del gabinete y quién le impuso en Morena a una dirigencia no “palomeada” por ella.
Recordemos algunas otras cosas: le dejaron dos cámaras legislativas y dos coordinadores de Morena que, en cuanto pueden y las circunstancias se los permiten, se desmarcan de ella y hasta se rebelan contra el tono propio que busca imprimir a su mandato la señora Sheinbaum.
Además, le dejaron el “bulto” de un gobernador en Sinaloa, Rubén Rocha Moya, claramente aliado con las fuerzas del “malamén”, que le ha significado el más formidable estorbo para convencer a México de que realmente va por un cambio de estrategia en materia de seguridad.
Claudia Sheinbaum tiene en la sombra del Mesías a alguien que le hizo mucho bien de muchas formas, pero que ha comenzado a convertirse en una dificultad y en uno de los lastres más pesados e insuperables de su gobierno.
México, sobre todo por lo que representa Trump y por los riesgos de balcanización que enfrenta la 4T, necesita un liderazgo político que aliente la adhesión de los sectores situados por fuera del morenismo: es decir, un presidencialismo fuerte capaz de trascender a la 4T, que funde un diálogo social amplio y que integre a otras fuerzas políticas para poder superar las crisis de hoy y de mañana.
Con lo que hay hoy no será posible brincar el pantano de nuestras desgracias actuales ni evitar la ruina que se cierne sobre el país.
Para lograr la hazaña que hoy se ocupa, desde el vértice del poder, no hay nada mejor que recurrir a las enseñanzas de la historia.
Es necesario hacer del presidencialismo mexicano de hoy algo monolítico, autoreferencial, infragmentable y de un solo rostro, por lo que sabían muy bien los políticos de apenas ayer: que “el poder se reparte, pero no se comparte”.
En México, se debe evitar a toda costa un presidencialismo con grietas y fisuras, porque los demonios del maquiavelismo y la ambición pueden tomarlo por asalto desde la grieta o la fisura. Si el presidente pelea en un ring sin cuerdas, hay que protegerlo de los maximatos, los Richelieu y los Borgia que merodean las sombras de Palacio.
La titular del Ejecutivo necesita gobernar desde su propio rostro, con su propia agenda y a partir de las potestades que tiene en sus manos, porque sólo así podrá cuajar una línea de identidad profunda con el pueblo de México.
Que no haya dudas sobre quién manda aquí, parece ser el mandato del momento delicado y difícil que enfrenta el país.
Pisapapeles
El compositor Roberto Avalos ya hizo historia: les compuso “La cumbia del perdón” a los distraídos del Zócalo y así les pisó -sin pedir permiso- el doloroso juanete del ego.
leglezquin@yahoo.com