Abril abrigatorio:
o el espacio que habita la Residencia del Ser
de Jorge Díaz de la Cruz
En primer lugar, agradecer esta invitación y saludar al autor, Jorge Díaz de la Cruz, a todos los asistentes y a la mesa que nos acompaña: mis estimados amigos Caliche Caroma, Miguel Carmona y Salomón Villaseñor, todos poetas, todos artistas.
Me causa un enorme gusto compartir en esta reunión con todos ustedes y celebrar en el espacio que habita la Residencia del Ser, al autor y a los lectores de esta obra representativa de su tiempo, de su lengua, de nuestra memoria y de nuestra época.
El poemario que hoy festejamos se divide en ocho partes; la primera, precisamente, le da nombre al libro: “Residencia del Ser”, y lo devela; en primer lugar, como el espacio en donde se desarrolla la memoria del autor, pero también la de sus lectores, quienes compartimos los recuerdos que evoca en nuestra mente cada estrofa del poema; aquí se comparte la vida, pero también la muerte: la residencia del ser es la eterna habitación de aquellos que se fueron para siempre, el lugar de las lápidas habitadas por grillos donde ya solo hay polvo junto a la borrosa mirada de sus inciertos moradores. La residencia del ser es el camposanto, el cementerio de todos: es, la residencia del ser, el mundo que ocupa un gran panteón, el cual todo habitamos y en donde vive, muy sana, la muerte.
Y es que en esta residencia permanecen aún vivos todos los sentidos de los muertos, pues hay oídos que escuchan el viento pasar entre las copas de los cedros y cipreses; ojos que miran paisajes inciertos, y olfatos que perciben los efluvios del aroma de la vegetación al anochecer y el perfume que despide el petricor cuando llueve.
Entonces el poema nos conduce más allá, hasta donde surgen dos trascendentes preguntas: primero, ¿qué tan vivos están los muertos?; y luego, y más importante aún: ¿qué tan muertos estamos los vivos?… La respuesta parece que la conocen solamente los grillos, quienes brincan de un lado hacia otro sobre las tumbas inertes mientras nos regalan su canto rítmico en una clave indescifrable.
El segundo tiempo de este poemario es “Vestigio marino”, un poema de largo aliento –compuesto por 42 entradas– en donde los océanos y las enormes masas de agua son la simiente, o más bien, el campo cultural que vislumbrara el sociólogo Pierre Bourdieu y que el poeta equipara con el gran recipiente simbólico y social que es el mundo: la mar como un el orbe dentro del cual todo está lleno de símbolos y significados; formas y sentidos que solamente el ser humano es capaz de descifrar; aunque los cierto sea que mucho de este contenido jamás podrá ser descubierto por completo.
Pero –a través de milenios–, ¿cómo ha podido alcanzar alcanzar este hombre, este ser que es polvo de estrellas convertido en humano, la posibilidad de comprender los intrincados códigos que componen al universo y a la vida misma?
Tal vez, la respuesta a estas incógnitas nos la brinden las estrofas del libro que hoy presentamos: en “Vestigio marino” es posible localizar al hombre que ha alcanzado a ser plenamente humano al inventar el lenguaje y lograr, de esta suerte y gracias al uso de la palabra, decodificar su entorno.
Gerundios, letras, significados, imaginación, páginas, señales, alfabetos y voces. Las palabras dichas y las no dichas; los laberintos lingüísticos creados a lo largo de miles de años para “expresar lo inexpresable”, lo irreconocible, lo inconcebible. Las imágenes sonoras son las palabras que inventamos y las que no hemos inventado aún pero que existen en la mano que escribe y en la lengua que habla del poeta, del creador de humanidad.
En la antigüedad y en el presente, hombres, mujeres y niños fueron capaces de capturar la fugacidad de la vida y la permanencia de la muerte mediante la palabra; palabra que una vez fue seña, fue gesto y fue grito; palabra que bautizó a todas las cosas con miles y miles de palabras y en distintos lugares y en distintos tiempos con variados idiomas.
En el poema aparece Litto Nebia quien nos dice que: “La vida pasa siempre y uno espera y aunque nadie es tan importante como uno cree”. Y ahí está Anotonin Artaud “arrastrando la cobija”, junto a Cuco Sánchez que completa el verso: “arrastrando la cobija y ensuciando el apellido”.
El tercer poemario cuenta con catorce partes y lleva por título “Profesión de Lo Sensible”:
En un sueño soñarnos: despertamos
El mundo tan irreal
No lo consigue
Esta vida y el sueño no coinciden
Pero es también un sueño
Que habitamos
Se trata de un poema bellamente elaborado, poéticamente hecho y que resulta metafísico, al hablarnos de la propia escritura, de la poesía, del soneto, de los endecasílabos, de Gorostiza de los arcanos y del sueño y las quimeras como otra forma de la realidad; y, sí: asimismo, de la realidad soñada como lo innombrable, como lo inconmensurable.
La cuarta pieza poética que habita La Realidad del Ser, es “Poemas de Nadie”; un poema del atardecer y vespertino; del otoño y del ocaso, un texto de reflexión color ocre brillante.
Por su parte, “Feyerabend y yo” es una elegía juguetona, como el gato que lleva su nombre. Feyerabend debió haber sido la mascota de Eleonor Rigby: “Ahh, mira cuánta gente solitaria”; y debió haber pasado luego a ser la compañía del pastor protestante: “Father McKenzie, wiping the dirt from his hands as he walks from the grave. No one was saved…”
“Estación Delfos” nos habla de los siete sabios y de la adivinación, de Sócrates y de Pitágoras; de fórmulas, ética, lógica y álgebra. Saber –dice el poeta– no es conocer y conocerse a si mismo es, quizá, mirar la tierra entera desd euna estación en orbita, como sucedió por vez primera al ruso Yuri Gagarin: una misión casi imposible, fuera de este mundo…
En “Habitus Animalia” la parte animal que vive dentro de nosotros nos permite entrar realmente en contacto con la tierra; y finalmente, el poemario termina con “Poemas perdidos” donde Albert Einstein juega a los dados con Dios mientras Gerónimo Maciel escribe poemas infrarrealistas, como es tradición hacerlo para nuestra generación en estas tierras.
Debo confesar, en relación con el agradable encuentro como lector con la escritura de Jorge Díaz de la Cruz, que conté con una ventaja sobre la mayoría de sus lectores: pues no conocía al autor. Coincido con Ronald Barthes cuando dijo: “sabemos que para devolverle su porvenir a la escritura hay que darle la vuelta al mito: el nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor”. Por ningún momento deseo la muerte del poeta, sino que para Barthes muchas veces el autor está por encima de su obra: el escritor se convirtió en el personaje de su literatura y su obra, toda, en una simple etiqueta, una especie de aditamento que adornaba al autor. Aquí, en Residencia del Ser, el lenguaje sí vive junto a su autor, quien también demuestra una vitalidad enorme y esto hay que celebrarlo.
Allende 637, Centro Histórico de Morelia, a 3 de mayo de 2023
Raúl Casamadrid