Al momento de analizar el comportamiento de Donald Trump, la mayoría omite tener en cuenta que el presidente de los Estados Unidos es un negociador nato. Quiere lo mejor para su causa y los suyos. Como particular, los suyos son sus empresas y sus empleados. Como presidente, los suyos son sus compatriotas que trabajan y pagan impuestos. No tiene nada que ver con lealtades o simpatías.
Es la razón por la que para los analistas más básicos ven a Trump como un enloquecido. Pero un enloquecido no baja los impuestos del 30% al 21% en su primer mandato, ni se propone bajarlos del 21% al 15% durante su actual Presidencia.
El mayor problema de los Estados Unidos es su deuda pública y su mayor fortaleza es ser la mejor zona geográfica con poder adquisitivo. De tal manera que Trump lo que busca es deber menos haciendo que todos entren a vender más. Sus declaraciones y actuares deben tomarse, por lo tanto, como anecdóticas y parte del proceso. No le interesa la opinión más que de los suyos, como presidente. Si en la búsqueda de la protección y la prosperidad de sus contribuyentes el modelo social demócrata de la Unión Europea se arruina, por su causa o por causa propia, es algo que a Trump no le importa. Lo mismo si sucede con el proyecto comunista del Gobierno mexicano o la ambigüedad del Gobierno canadiense
Decía Hume, palabras más, palabras menos, que los pueblos que no comercian están condenados a tarde o temprano hacerse la guerra. Si esta cita no la conoce Trump, al menos la intuye: un buen negocio debe dejar satisfechas a todas las partes que intervinieron. Repito: solo a las partes que intervinieron. Es decir, a las partes que fueron invitadas, porque tienen algo que ofrecer.
Una característica más que un buen negociador debe tener es la capacidad para advertir de los riesgos que hay para las partes, riesgos reales, claro está, de no concretarse el negocio. Una vez realizado este, y suponiendo que ha salido todo bien, las partes se saludarán en adelante con aprecio porque saben que el otro es alguien en quien confiar y que se ha dejado abierta la posibilidad de volver a hacer otro negocio, de tal manera que se seguirán tratando, ahora sí con lealtad y simpatía, porque se reconocen mutuamente que todavía tienen algo que volver a ofrecer y dar a cambio.
Si el presidente Donald Trump logra su propósito de que todos entren a los Estados Unidos a vender lo que tienen, a los precios más justos para sus conciudadanos contribuyentes, entonces la paz con esos vendedores, sean países o empresas particulares, está asegurada. Es así de simple. No sé por qué la opinión pública se enreda en galimatías, a menos que la opinión pública esté condicionada para enredarlo todo, pero es así de simple: no es la guerra, sino un buen negocio lo que garantiza la paz entre las partes, principalmente, si es continuo.
Juan García Tapia es abogado litigante y autor de narrativa, ensayo y periodismo, en los que ha obtenido diferentes premios.