La semana después de elegir a Trump
Por Vidal Mendoza
Resulta que avergonzar a los partidarios de Donald J. Trump no es una buena estrategia política.
Aunque la pérdida de empleo y el estancamiento económico desempeñaron un papel en su victoria, también lo hizo la vergüenza. Un investigador, en un estudio de la clase media para el Instituto Nacional de Salud Mental, encontró que el estrés de los trabajadores se intensifica a menudo por la vergüenza en su incapacidad de “hacer” en lo que se les enseña: es una economía meritocrática la estadounidense.
La derecha ha sido muy exitosa en persuadir a los trabajadores de que son vulnerables, no porque ellos mismos han fracasado, sino por el egoísmo de algún otro villano (afroamericanos, feministas, inmigrantes, musulmanes, judíos, liberales, progresistas, etcétera).
En lugar de desafiar esta ideología de la vergüenza, la izquierda la ha reforzado al culpar a la gente blanca en su conjunto por la esclavitud, el genocidio de los nativos americanos y una serie de otros pecados, como si la blancura fuera algo de lo que la gente debiera avergonzarse. La rabia que muchas personas de la clase trabajadora blanca sienten, está arraigada en el sentido de que una vez más, como les ha sucedido a lo largo de sus vidas, están siendo malentendidas.
Por favor, comprenda lo que está sucediendo aquí. Muchos partidarios de Trump, muy legítimamente, sienten que son ellos quienes han estado enfrentando una realidad injusta. El 20% más alto de los asalariados, muchos de ellos muy liberales y comprometidos con la defensa de las minorías y los inmigrantes, también creen en la meritocracia económica y en su propio derecho a tener mucho más que los menos afortunados. Así, aunque pueden ser progresistas en cuestiones de discriminación contra las víctimas evidentes del racismo y el sexismo, son ciegos a su propio privilegio de clase y a las lesiones ocultas de la clase que son internalizadas por gran parte del país como “autoculpables”.
La capacidad de la derecha para retratar a los liberales como elitistas se ve reforzada por la fobia hacia la religión que prevalece en la izquierda. Muchas personas religiosas son atraídas por las enseñanzas de su tradición a los valores humanos y el cuidado de los oprimidos. Sin embargo, a menudo encuentran que la cultura liberal es hostil a la religión de cualquier tipo, creyendo que es irracional y llena de odio. La gente de la izquierda rara vez se abre a la posibilidad de que pueda haber una crisis espiritual en la sociedad, que juega un papel en la vida de muchos que se sienten malinterpretados y denigrados por los intelectuales de lujo y los activistas radicales.
La izquierda necesita dejar de ignorar el dolor y el miedo internos de la gente. El racismo, el sexismo y la xenofobia utilizados por Trump para avanzar en su candidatura, no revelan una malicia inherente en la mayoría de los estadounidenses. Si la izquierda pudiera abandonar toda esta vergüenza, podría reconstruir su base política ayudando a los estadounidenses a ver que gran parte del sufrimiento de la gente está arraigado en las lesiones ocultas de la clase y en la crisis espiritual que genera el mercado competitivo global.
Los demócratas necesitan llegar a ser tan conscientes y articulados sobre el sufrimiento causado por el clasismo, como nosotros estamos sobre otras formas de sufrimiento. Necesitamos llegar a los votantes de Trump con un espíritu de empatía y contrición. Sólo entonces podremos ayudar a los trabajadores a entender que no viven en una meritocracia, que su intuición de que el sistema está manipulado es correcta (pero no es por aquellos a quienes se les había enseñado a culpar) y que su dolor y rabia son legítimos.
Pero aquí es donde se presenta el problema. Los simpatizantes progres-liberales quieren seguir haciendo de este fenómeno público un asunto de “individuos” que son, además, “irreflexivos y poco civilizados”; tontos, así no´más. Vaya pereza la suya.
La misoginia, la xenofobia y el racismo son producto de la desigualdad estructural de un sistema económico que divide y segrega. Se llama neoliberalismo.
La izquierda liberal se apanica porque los problemas estructurales con los que muy cómodamente había convivido, ahora tienen nombre, cara y representación política. Enfrentarlos es parte de la radical tensión democrática en la que vivimos. Si antes el reto era grande, ahora es mayúsculo.
Ahora la izquierda verdaderamente está obligada a salvar y a proteger las vidas de las personas, en un ánimo de construir comunidad. Esa es la izquierda que sobrevivirá.
Hay quienes dicen que quienes votaron por Trump no son todos racistas, misóginos y xenofóbicos. Pero también dicen que, entonces, es porque a esta gente no les importan esos temas. Y que lo acepten y entiendan. “Si tu votaste por Trump, eso no significa que seas un racista pero sí significa que no te importa la lucha por la emancipación de un sector social oprimido que ha vivido bajo el yugo de la explotación.” Y lo dicen con un tono condescendiente y señalando con el dedo flamígero de su indignación a esta gente. Y también tienen razón. La izquierda no ha ganado la lucha cultural. Para muchos, nuestro discurso sigue siendo una entelequia que nada dice y nada da a las personas y a su vida en el día a día.
En fin, si queremos tener una idea aproximada de los riesgos que significa Donald Trump para nuestro país, tenemos que empezar por entender a Trump y a sus electores.