El sectarismo sí se CNTE
Por Leopoldo González
La toma que mantiene la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), desde hace más de 20 días, en torno a la sede del Poder Legislativo del Estado, tiene las marcas y los sellos característicos de quienes, por las razones que se quiera, han tomado partido por la acción directa y las vías de hecho en la lucha social, en lugar de enmarcar su actuación dentro de las normas y los cánones del Estado de Derecho.
Pese a que la CNTE nació hace treinta y cuatro años con la infección del “clientelismo” sindical y con la “contaminación” del sectarismo ideológico, pues incluso René Bejarano fue uno de sus fundadores, puede decirse que por mucho tiempo le aportó al país una manera distinta de ver la educación, una actitud crítica frente al viejo sistema político y canales de expresión a los que no estaba acostumbrado el profesorado nacional.
Tener una voz distinta en el desierto de la uniformidad corporativa de aquellos años, no sólo fue un guiño a favor de la democracia, sino un reducto de defensa de la libertad.
Sin embargo, a pesar de lo mucho que le aportó al país, la CNTE ha devenido núcleo del pensamiento autoritario de una izquierda venida a menos, que si no hace casi nada a favor de una educación de calidad, menos lo hace en beneficio de los principios y razones del sistema democrático.
El corporativismo es un modelo de organización y de ejercicio del poder, que generalmente sirve a intereses cupulares y cerrados. Por tanto, lo corporativo es lo vertical, lo hermético y sellado, independientemente de la ideología que lo sustente y de las siglas que invoque como fuente de legitimación.
Sus métodos y estrategias de lucha no parecen ser los de una corriente educativa. La mayoría de sus agremiados, formados más en las técnicas del boicot y la ruptura que en la línea de una educación para la libertad, son más agitadores sociales que profesionales de la educación. Sus finalidades no parecen pedagógicas, ni civilizatorias, sino insurreccionales.
Frente a la CNTE, por el monopolio que hace de la violencia en muy variadas formas, no puede haber sino cualquiera de los siguientes tres métodos de disuasión: diálogo político y negociación, pero con gran firmeza institucional; aplicación fina y quirúrgica de la ley, para evitar que las medidas de presión y el chantaje de la calle se sobrepongan a la Razón de Estado; y, por último, la búsqueda de soluciones de fuerza en las que se defienda el interés general sobre los intereses gremiales o de grupo.
Desde luego, el diálogo sigue siendo la llave maestra que prescribe la teoría de la democracia frente a cualquier diferendo o conflicto. Sin embargo, cuando entre dos interlocutores uno entiende el diálogo como debilidad, o busca aprovecharse de él en busca de la “rentabilidad” monetaria de su impugnación, lo que corresponde –en derecho- es defender y garantizar un bien mayor sobre un bien menor.