Por Leopoldo González
Se ha puesto de moda, por quienes buscan una historia amoldada a su ideología, exigir que las potencias y los grandes estados del siglo XV y XVI pidan perdón y hagan actos de contrición y penitencia por los errores que hubieren cometido con motivo del Descubrimiento y la Conquista de América.
En un país en ruta al desastre, como el caso de México, no hace ninguna gracia ni sentido que el gobernante sude calenturas de hace 500 años, porque el tiempo valioso de su investidura se ocupa para resolver los graves problemas de hoy, no para desviar la atención nacional hacia los ruidos del pasado.
El pasado ya es como es. La conducta inteligente y madura frente a él es aceptarlo y superarlo tal cual es, pues, si no es fácil olvidarlo, tampoco es sano tenerlo siempre presente. Quien vive enamorado de las llagas y heridas de la memoria es un enfermo que se pone en riesgo a sí mismo y pone en riesgo a los demás, además de exhibirse como pieza ridícula de su propio absurdo.
Por su naturaleza, el gobierno debe ser ejercido bajo la más estricta racionalidad y por quien no sea un enfermo emocional ni tenga fisuras espirituales. Cuando no ocurre así, los gobiernos funcionan mal y los pueblos conocen la ruina más temprano que tarde.
Cambiar el nombre a la calle Puente de Alvarado, denominar a la placita de antaño “Plaza del Árbol de la Noche Victoriosa” y quitar a Colón de una glorieta para colocar ahí la escultura de la indígena Tlalli, pueden ser actos válidos de reivindicación de los vencidos, pero no alteran la sustancia y la verdad de la que están hechos los hechos de la historia. No es eso lo que se ocupa: lo que urge es que los vencidos de hoy sean tratados con dignidad y dejen de ser esclavos clientelares de la burocracia populista.
En la historia, ningún descubrimiento de otro continente se hizo al gusto de los descubiertos y ninguna conquista se realizó según la elección o exigencia de los conquistados. Más acá de que un asunto de poder haya movido a Cortez en México, a Pizarro en Perú o a Alejandro de Malaspina en Filipinas, los descubrimientos y conquistas -más acá de cómo ocurrieron- son hazañas civilizatorias del ingenio y el espíritu humano, pues el misterio que entreteje los destinos humanos y propicia el encuentro con el otro es transfiguración, conversión y mistificación.
La mejor lectura que puede hacerse de la historia no es la del hígado para resucitar conflictos, sino la de la prudente y aconsejable humildad y la de la higiene mental, para reconocer que el mundo es como es al margen de como nos hubiese gustado que fuera. Desde el presente puede y debe arreglarse el presente: el pasado remoto no tiene compostura ni en terapias de regresión.
El perdón que a tontas y a locas se reclama de España figura ya en el Tratado de Calatrava de 1836, en el que se estipuló ese perdón, se acordaron indemnizaciones y se pactó mantener relaciones de respeto y cordialidad entre México y España. Insistir en ello es, por decir lo menos, ignorancia supina y estupidez en estado mostrenco.
No se puede vivir de agravios históricos sin que ello conduzca a obstrucciones psicológicas en la comprensión de la historia. Aceptar que no se puede cambiar lo que no se puede cambiar es el principio de la sabiduría.
Los franceses y los alemanes se mataron durante dos siglos. Una de las guerras entre Gran Bretaña y Francia duró dos siglos. Y no por ello esas naciones blanden hoy la espada del odio contra el otro.
Polonia ha sido invadida y ocupada varias veces por los alemanes, los rusos y los austriacos. Pese a ello, esos países no viven hoy en las natas del rencor y el odio y mantienen excelentes relaciones diplomáticas y comerciales.
España, dominada y ocupada 800 años por los árabes, no es hoy un monumento al sable y a la cimitarra en busca de venganza, sino un país reconciliado con su pasado y que ha incorporado a su cultura los depósitos de sabiduría profunda de las antiguas Mesopotamia y Babilonia. Además, Francia ha ocupado dos veces a España. Aún así, han comprendido y asimilado con madurez los trances históricos que han vivido y son buenos vecinos.
Hoy todos esos países no llevan un hospital psiquiátrico en las venas ni un quirófano en la piel; quizás buscan, no el olvido, sino la superación de las derrotas, crímenes y humillaciones del pasado.
La anormal persistencia de un memorial de agravios en ciertos mexicanos, con el titular del Ejecutivo a la cabeza, quizás no es signo de vigor y valentía sino de hondos complejos e inseguridad. Quien tenga dolencias psíquicas que se atienda, pero que no obligue al país a sudar calenturas del medio milenio ni arrastre a los desinformados a pugnas históricas que no tienen razón de ser.
Si tanto le preocupa la anatomía de la historia a alguien y algunos más, que desplieguen una verdadera acción constructiva sobre el presente para que ni la hora actual ni el futuro sean una reedición de los rostros del pasado.
Pisapapeles
La nostalgia por el pasado es sospechosa cuando el individuo proyecta en ella sus llamas y sus demencias.
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