Donald Trump no es un animal político sino antipolítico, que usa las debilidades del sistema y de la política tradicional para socavar al sistema y a la democracia en nombre de un sueño: ser cabeza de manada y encarnación de aquellos que no han alcanzado y a los que no ha alcanzado el sueño americano.
Por una elemental ecuación aritmética, en cualquier sistema político siempre son más los que se sienten excluidos y marginados del ideal nacional, que los que de un modo o de otro se sienten cobijados y se perciben como una parte viva del ideal o proyecto de nación de que se trate.
Son muchas las formas que asume la exclusión y la marginalidad en un país, lo cual crea o alimenta ´un sentido de no pertenencia´ o de desidentidad, que a su vez genera lo que llamaríamos la proletarización mental (o incluso emocional) de la base social.
El que no siente que el ideal o proyecto de nación lo incluye, naturalmente cree y siente que él no pertenece a lo que el resto de la sociedad sí, y entonces busca desesperadamente tres cosas: 1: acabar con una idea de país no incluyente; 2) crear un ideal de país incluyente en el que figuren el marginado y el excluido y, finalmente, 3) hacer que permanezca el ideal de país en el que los sumergidos sociales sienten y desarrollan el sentimiento o la sensación de pertenencia.
Este es, a grandes rasgos, el resorte emocional al que hablan y el cual movilizan los regímenes populistas de hoy: la búsqueda de atención y reconocimiento del hombre y la masa, vistos hace más de un siglo por Hegel y subrayados recientemente por Maslow y Fukuyama, es lo que ha descubierto lúcidamente el populismo contemporáneo y es lo que lo ha vuelto la estafa política más exitosa de los tiempos recientes.
En realidad, el populismo es una ideología del subconsciente individual y colectivo que escarba en toda la cauda de déficits e insatisfacciones del ser, con el único objeto de darle una articulación y una proyección ideológico-política para construir el frente de los seres sin pertenencia, de los ciudadanos de abajo, de los sumergidos sociales, para que ejerciendo el poder por sí mismos -ilusión de analfabetos- se desquiten de las dolencias e insatisfacciones históricas que les ha infligido -según ellos- la maldita oligarquía.
En un sentido, el populismo es un fenómeno de psicología clínica y social aplicado a la política, en el que cobra forma una ideología del odio y la venganza sustentada en teorías de la conspiración. Los ejemplos a la mano podrían ser dos: si México no es un país de primer mundo pese a sus inmensos recursos y su gran historia, es porque fue descubierto y conquistado por España y es vecino de los Estados Unidos; el segundo ejemplo es un rictus de autoflagelación y victimismo: si el jodido y amolado de siempre no sale de su jodidez, es porque tiene encima los colmillos de los “señoritingos” y de una burguesía rapaz.
El título de estas notas, por la alusión y el simbolismo que contiene, es una metáfora que ilustra el ascenso del populismo en buena parte del mundo: mezcla de religiosidad cívica, visión ampulosa de la historia, culto a las grandes palabras y genuflexión dramática de telenovela, el populismo es una obra de teatro que se propone representar la peor versión del fascismo del siglo XX en el XXI.
Erdogan, en Turquía, subió al poder colocándose en la cresta de una marea social que si algo repugnaba del pasado era la corrupción de los políticos y los gobernantes. Hoy Erdogan y su partido son minoría, porque perdió las elecciones municipales y parlamentarias de este año.
Tenía razón la filósofa y escritora mexicana Emma Godoy, cuando afirmó que la dictadura del proletariado pregonada por el marxismo-leninismo no era tal, porque una burocracia política encaramada sobre los hombros del campesinado, el obrero y el trabajador manual era, en realidad, una “Dictadura sobre el proletariado”. Tenía razón, y la sigue teniendo hoy, la mexicana que estudió en La Sorbona.
En los países que han caído bajo la bota del populismo, sus clases gobernantes viven a expensas del trabajo de los de abajo y de las clases medias, usando y gastando a placer -sin límites técnicos ni éticos- la masa tributaria que entregan al Estado los contribuyentes y las mayorías silenciosas.
Aunque Cuba es el ejemplo más acabado de parasitismo burocrático en el Caribe, Nicaragüa vive una experiencia histórica que no le pide nada a la isla de Jorge Díaz Canel: la bota del militarismo, la clase política y los comisariados del control popular pesan en los hombros del pueblo como una fría y larga noche de invierno.
En Venezuela se vive un momento político de riesgo y peligro, no sólo porque el chavismo ha desvirtuado las raíces históricas de ese país y ha utilizado los estómagos vacíos para perpetuarse 25 años en el poder, sino porque ahora, cuando hasta sus bases sociales lo han abandonado, lanza coletazos a diestra y siniestra para no perder la elección del próximo domingo, frente a Edmundo González y María Corina Machado, que valientemente han sacudido la conciencia pública y puesto a temblar al régimen autoritario del chavismo-madurismo. Yo diría que las elecciones venezolanas, a partir de sus resultados, vendrán a inaugurar un parteaguas en la región: ese parteaguas será, muy probablemente, el de la reconquista de la libertad.
La oreja sangrante de Trump es un enigma: puede ser el principal síntoma de la inserción de Rusia entre nosotros, o el anuncio de un nuevo y violento despertar de los nacionalismos.
Pisapapeles
El apellido Trump remite de inmediato al puño cerrado, a la trompada y la esgrima.
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