El gobierno de Morena, todo él subordinado al inquilino de Palacio, desplegó una ofensiva el viernes pasado para eliminar lo que se le opone o le resulta incómodo y tomar el control total de la República.
De espaldas al grito plural de las urnas y a la doctrina constitucional, intimidando aquí y maiceando allá, la 4T hizo del viernes pasado un viernes negro para México.
Si de por si Morena y la señora Sheinbaum traen un conflicto encima, pues la fabricación de su “triunfo” mediante una operación de Estado no convence, su problema ahora es de varias pistas judiciales, políticas y sociales, porque a los desajustes de agonía del sexenio debe sumar ahora los del ´síndrome del cucharón´: esto es, pretender servirse cualquier cantidad de reformas y arbitrariedades de un jalón, como si los de enfrente estuviesen tullidos o mancos.
No fue poca cosa presionar al INE de Guadalupe Fraudei, a que dictara una sobrerrepresentación legislativa del 20% para favorecer a Morena; tampoco fue asunto menor que en comisiones de la Cámara de Diputados, aún sin hacer uso de la sobrerrepresentación, se aprobara sin mayor discusión la eliminación de varios organismos autónomos, entre ellos Cofece, Ifetel, Inai, Coneval, la CRE y otros; tampoco es anécdota de compadres haber iniciado el trámite legislativo para liquidar la independencia judicial y subordinar a la Suprema Corte.
En pocos días, ante el pasmo de unos y la conciencia interrogante de muchos, comenzó a verse el desmoronamiento de una estructura llamada República, a la que pretende suplantarse con una estructura unipersonal, que ningún parecido ni semejanza tiene con el México democrático que construimos a partir de 1821.
Si esto es la estocada final contra un sistema democrático que costó más de 200 años construir, o el frenesí desbocado de la Hybris del poder, o el zarpazo mortal de una locura ideológica de “iluminados”, eso es lo de menos. Lo cierto es esto: la racionalidad misma toma vacaciones cuando el timón de la vida pública queda en manos de lo visceral y estomacal.
Los temas impulsados por Morena y aliados, en una especie de carrusel de la locura, no combaten la incertidumbre financiera y política que introduce el clima de radicalización, pero sí alimentan una certeza siniestra que no ha hecho despertar ni reaccionar a miles de mexicanos: la de que México avanza, con pie gigante y zancada grande, a la consagración de una dictadura populista que ya no tiene empacho en decir su nombre.
En materia de hechos históricos, siempre es preferible una advertencia a tiempo que rumiar y padecer en silencio la desgracia que pudo haberse evitado.
No deja de intrigarme la insolencia argumentativa de los pocos, poquísimos, que ven viable la Reforma Judicial que pondría de rodillas al Poder Judicial y empinaría a México.
Más de cinco mil impugnaciones contra la sobrerrepresentación legislativa ante el TEPJF, además de los mil 688 jueces que fueron a Washington a quejarse contra la Reforma Judicial, son indicadores de que los foros de consulta sobre el tema fueron una tanteada; de que la preocupación es real y creciente en funcionarios y trabajadores del PJ y, por último, de que una crisis política y constitucional es el peor escenario para un relevo sexenal en el México de hoy.
La agenda bilateral México-EU, de por sí ya enrarecida y en alerta por los enredos sinaloenses y mexicanos, ha entrado en una etapa de franca precrisis.
El T-MEC y sus capítulos político, manufacturero, laboral y comercial han encendido luces ámbar en EU y Canadá, no sólo porque la inestabilidad y el desorden en México tendrían consecuencias allá, sino porque preocupa a Norteamérica el montaje y la consolidación de un experimento populista al sur del Río Bravo.
El peso mexicano ha perdido aproximadamente un 20 por ciento de su valor nominal del 2 de junio a la fecha, porque el populismo no es otra cosa que un ave de tempestades y un generador de conflictos.
El día de ayer, martes, luego de las bravatas en la mañanera que “pausó” la relación con EU y Canadá, y después que la señora Sheinbaum secundó al inquilino de Palacio, según ella en “defensa de la soberanía”, el peso se devaluó frente al dólar y se colocó en 20.22 ante al billete verde.
En un mundo global y en el contexto del multilateralismo, de los que nadie en su sano juicio puede sustraerse, hablar de la defensa de la soberanía suena decimonónico y descontinuado: la interacción global rige la dinámica económica de las naciones, se quiera o no, se entienda o no.
AMLO va a heredar al siguiente gobierno cuatro grandes crisis: una deuda pública externa que creció un 60 por ciento en su gobierno, con casi 16 billones de dólares; una agenda trilateral en la que México pone el desorden y es el socio incómodo; una metástasis criminal que se ha adueñado de más de medio país y, por último, la que supone mantener bimestralmente a millones de redes clientelares, con las arcas vacías y el crédito internacional de México en picada.
En los días sombríos que vive nuestro país, hay dos rendijas de esperanza: la posibilidad de que el relevo gubernamental entre en pausa o suspenso, por una aritmética electoral superviniente y, asimismo, por el desahogo de la acción de inconstitucionalidad contra la sobrerrepresentación dada por el INE a Morena, cuya resolución podría elevar la taquicardia social y política en la agonía del sexenio.
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México sigue siendo, pese a todo, un signo de interrogación.
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