Angelus Fruitio
Por Vidal Mendoza
Lector profesional, escribidor de clóset
Yo, Horacio -y creo que toda la humanidad en todas las eras-, tengo como una desoladora carencia el no saber cómo es el sexo de los ángeles. Existe la teoría, nunca afianzada, de que los ángeles no hacen el amor, o más bien no de la misma forma que los terrenales.
Ayer, tuve el alumbramiento más evidente ¡Los ángeles no tienen cuerpos! Ésta hipótesis era más que verosímil. Evoco a que como ellos no son físicos deben utilizar algo propiamente para ellos, algo más puro, como un arte. Naturalmente, para explicar mi conjetura he elegido una musa: la literatura.
Entonces, cada ocasión en la que Ángel y Alas se inventan en el empalme de dos transparencias, comienzan al mirarse, reconocerse, seducirse y tentarse por medio del intercambio de miradas que, naturalmente, son angelicales, aunque pecadoras.
Así Ángel para abrir el abismo dice: “sombra”, Alas para azuzarlo responde: “mi nombre”. Él contesta: “realidad”, y ella tiernamente susurra: “cenizas”. Y los fonemas se entrelazan ligeros como un mellisuga helenae o acariciante como una ola. Ángel: “desnudos”. Alas: “luz”.
Vuela por las nubes el Ángel de la Guarda, misógino, silencioso y detractor. También pasa por los cielos el Ángel de la Muerte, viudo, lúgubre pero delicado. Aún en su presencia, los amantes continúan inventando el amor.
-“Intermitencia”
-“Muerte”
Los fonos cohabitan la eternidad, y ahí y allá, entre espejos y mares, traspasan la hegemonía del ser y el tiempo.
Ángel dice: “héroes”
Alas, brillante: “tumbas”
Él: “elefante”
Ella: “cariátide”
Es ahí, en el vital momento del orgasmo espectral que las nubes y la suma de la nada, los sedimentos y las aureolas, palpitan, ondean, detonan, y el amor concebido por Ángel y Alas llueve sobre el Orbis.
Narradores frente al espejo