Concha Urquiza
Una vida en la incomodidad del mundo**
Por Leopoldo González
Concha Urquiza, la mujer que nació en Morelia el 25 de diciembre de 1910 y que en 2010 fue objeto de importantes homenajes con motivo de su Centenario de nacimiento, fue un ser humano sufriente y doliente en la acidez del mundo, una escritora central en el apogeo del movimiento literario femenino del medio siglo XX y una poeta mística que es de las mejores en lengua castellana.
Habitante de sí misma en el caótico enredo del mundo; muchacha precoz en su despertar a la literatura y a la creación poética; mujer llama y luz por el fuego espiritual que agita su ser y la lleva a ascender las más altas cumbres de su propio sueño, la poeta es uno de esos seres poco comunes en el paisaje de la ciudad humana: una vida en tensión y conflicto con su cuerpo y con el peso del mundo, que encuentra en la investigación cultural y en el quehacer poético un territorio de asentamiento interior y, se podría decir, de encuentro místico con Dios.
Si hay otros poetas en el México de la posguerra y el medio siglo, que tocaron con singular e inspirado talento algunas de las más altas cimas de la poesía religiosa y la lírica castellana, como Manuel Calvillo, Alfredo R. Plascencia, Miguel Aguayo, Manuel Ponce, Francisco Alday y Joaquín Antonio Peñaloza, que desarrollaron obras excepcionales entre el fin del modernismo y el fin de las vanguardias, ninguno logró asomarse por entero a la visión beatífica, al hambre de comunión con lo Absoluto y a los vislumbres espirituales que llegó a intuir Concha Urquiza, atributos que hacen de ella, quizás, la única poeta mística entre nosotros.
Si los “tres poetas católicos” que estudió Gabriel Zaid creyeron posible la unión entre el catolicismo y la modernidad; si Francisco Alday -el poeta queretano que amaba la sinfonía Inconclusa de Schubert- canta al ser y a las cosas elementales de la vida en busca de su esencia e identificación con lo sagrado; si Manuel Ponce (sobre todo en Elegías y Teofanías y El jardín increíble) intenta desentrañar el misterio de la persona con claves metafísicas extraídas de la revelación religiosa, y si el potosino Joaquín Antonio Peñaloza ve al hombre como un extraño y modesto agricultor de la indescifrable canción del universo, todo esto indica que la poesía de acento religioso tuvo en México grandes cultivadores y una gran vitalidad en todo el siglo XX, aún sin incluir en ella la lírica profunda de la moreliana Concha Urquiza.
Lo que impulsó al filólogo y literato zamorano Gabriel Méndez Plancarte (fundador y director de Ábside), al cometido de rescatar para su tiempo y el nuestro la poesía y la prosa de Concha Urquiza del Valle, fueron valoraciones e intuiciones dignas de toda consideración: la sólida formación autodidacta y las influencias antiguas, preclásicas, clásicas y humanistas en la conciencia y la obra de la escritora michoacana; el grado notorio de perfección formal en los sonetos, las liras y las églogas que integran su rica y luminosa obra, además de que su escritura abreva directamente en las fuentes de la experiencia religiosa y mística: todo esto hace que el conjunto de su obra conocida pueda considerarse mística, “y mística de alta calidad”, como asevera su principal biógrafo y estudioso.
En toda su obra es patente el empleo del dinamismo ascensional, recurso que utilizaron la mayoría de los místicos cristianos desde el siglo XV, como fórmula para entrever el misterio de lo sagrado, para tender un puente hacia lo divino e intentar establecer un diálogo poético con lo Otro: esa presencia de presencias que funda el diálogo cósmico, para de algún modo subsanar el vacío del hombre o resarcir la soledad irrevocable por la que sangra el mundo.
La poesía religiosa en el México anterior y posterior al medio siglo, la de los apresurados de Dios y los “locos creyentes” que cantan los prodigios de la creación, que ahondan en la pertinaz herida del ser, que muestran la llaga viva de su soledad cósmica, que buscan dar testimonio de una agitada búsqueda espiritual y situar el lugar del hombre en el plan infinito, pese a ser de buena manufactura y de excelente calidad literaria, era poco difundida y menos conocida entre nosotros, por lo que tenía un público muy reducido y era leída con grandes prejuicios estéticos tanto en la academia como en buena parte de la crítica especializada.
Concha Urquiza, desde los 12 años de edad y hasta su muerte por ahogamiento el 20 de junio de 1945, desarrolla una obra que todavía hoy, 106 años después de su nacimiento, ofrece varios ángulos de interés a los lectores de poesía, a la investigación de la literatura mexicana del siglo XX, al conocimiento del movimiento poético femenino del medio siglo y al estudio de la poesía mística cristiana.
Si la pureza de estilo y la perfección formal en su escritura hacen pensar en el rigor y la belleza de imágenes de los autores clásicos, los acentos místicos y la hondura de vislumbres que se hallan en la obra de la poeta moreliana, convierten su escritura poética en sutil y doloroso vuelo de palomas atado al sol nocturno de un mundo que, pese a su deslumbrante luminosidad, no era su mundo. Así lo deja entrever en este soneto de 1937:
Aunque tu nombre es tierno como un beso
y trasciende como óleo derramado,
y tu recuerdo es dulce y deseado,
rica fiesta al sentido y embeleso;
y es gloria y luz, Amor, llevarlo impreso
como un sello en el alma dibujado,
no basta al corazón enamorado
para alcanzar la vida todo eso.
Ya sólo, Amor, perdido en tus abrazos,
cabe tu pecho detendrá su empeño:
no aflojará las redes y los lazos,
verá la paz ni gozará del sueño,
hasta que tenga paz entre tus brazos
y duerma en el regazo de su Dueño.
(6 de julio, 1937)
La de Concha Urquiza es una vida en busca de consuelo, a la que no logran saciar los seres y las cosas de la tierra, porque la suya parece una soledad sustancial de absoluto, una soledad radical a la que nada de lo terrestre y humano podía llenar: una vida en tránsito fundida al fulgor místico de lo Otro, escindida entre las metafísicas terrenales que salen a su encuentro y el Dios interior de su propia levedad, su ejemplo ilustra, desde México, el dolor de ser que habita al ser, la radical soledad primordial y el dramatismo que rodea las vidas de otros poetas místicos en un mundo al que se ha llamado con acierto “el sitio de la prueba”.
La escritura de Concha Urquiza, sobre todo en “Un sueño”, “La tortura de la esperanza” y la mayor parte de sus prosas fechadas en 1937, nos recuerda la “Noche oscura” de San Juan de la Cruz, “El desposorio espiritual” de Santa Teresa de Ávila y “Contempla mi humildad”, de Angela di Foligno.
En esa soledad del mundo sin orillas que fue su vida, Concha Urquiza termina por resolver la tensión y el conflicto espiritual que la habitan, haciendo de la escritura su principal fuente de sentido, y de la invocación a Dios, un grito mudo que aún resuena en nuestras letras.
**Artículo publicado en la revista ViceVersa (https://www.viceversa-mag.com/concha-urquiza-una-vida-la-incomodidad-del-mundo/)