Blasfemia
Por Miguel Tonhatiu Ortega
Lic. en Letras hispánicas;
posgrado en Literatura Mexicana del siglo XX;
narrador, ensayista y poeta.
Y jugaremos una partida de ajedrez,
fustigando nuestros ojos sin párpados
y esperando que llamen a la puerta.
T.S. Eliot
Los tulipanes
se acodan en el silencio.
José Hierro
Trono de sombra,
agua hilandera.
José Hierro
I
La noche prepara su piedra de vuelta,
anuncia el retorno del amuleto
y prosigue con ciertas mentiras religiosas.
La noche es mujer,
la noche siempre se abre, la noche se viste,
hurga en el pensamiento,
lame y relame las heridas de los hombres:
adormece el dolor y causa el sueño.
Noche madre: su aurora enemiga
posee un solo rostro nítido.
Columnas que el aire oculta
como si los relámpagos
no provocaran el mayor de los ruidos:
su enemiga volverá
y eso es justo, al fin.
La aurora no necesita intérpretes,
la noche, por el contrario, necesita hombres
y que se haga de su sombra una vibración:
el templo antiguo, donde los pobladores
sacrificaban animales,
poseía una inscripción que rezaba:
“un día esta escalinata,
la cúspide, el ornamento y los colores
fueron creados por un rayo”.
Nadie dio certeza a esta historia:
se olvidó la lengua en que estaba escrita.
¿Qué trueno o relámpago haría eso?,
¿qué tempestad podría propiciarlo?,
¿fue un dios, un augurio de oscuridad o un rayo?