Son ya casi tres lustros desde aquel día cuando el azar y las causas me reunieron en el mismo tiempo y lugar con mi querido Tocayo, Raúl Casamadrid, quien poco antes había llegado a esta ciudad, proveniente de la costa del Pacífico. La gran capital, donde nació, lo había mandado varias décadas atrás a recorrer los litorales del país, en un exilio de silencio literario, turbado apenas por los clicks de las cámaras y por el tam-tam de la bataca, cuyo estruendo desafía en sus redobles al impasible oleaje.
Antes de eso, Raúl había irrumpido en la agitada República de las Letras con su novela, Juegos de salón (Premiá, 1979), que auguraba el primer paso, firme y bien plantado, de un escritor lozano que, sin embargo, luego de partir plaza resentiría el embate de la fama, veloz monstruo de pluma, cuyo turbulento batir de alas en la vida del joven Raúl se entreveraría, nada menos, con una de las crisis económicas y políticas más terribles que el país viviera en el siglo pasado, con severas devaluaciones y una inflación incontenible.
Con la gran intuición y con la sensibilidad que lo caracterizan, mi querido amigo buscaría el consejo del mar, que, como sabemos, es un gran maestro, y, con su tenacidad angustiosa, con su impasible y turbulenta calma, da lección en sus tumbos, sus espumas y su tirante sosiego. Raúl sabía que quería saber algo importante: las prensas hacían bullir sus voraces tintas demandándole más letras; pero antes que formar renglones, él debía encontrar su código y sus propios significados. El proceso no fue tan fácil ni tan rápido, como seguro intuyó su juventud sedienta; fueron años de esplendente rutina, de libar en confinado manantial interminable. Y también de vida familiar, de pareja y paternidad, para, luego de varios lustros, retomar la pluma y volver al trazo de las letras.
No es este el lugar para referir cómo aquella carrera literaria que se pausara en las últimas décadas del siglo pasado sería retomada con ahínco y madurez por mi admirado amigo, quien en el lapso de poco más de diez años no sólo volvería al relato; asimismo, se consolidaría como un crítico literario y cinematográfico de primera, con una carrera académica acreditada hoy por hoy con todas las credenciales. Asimismo, se daría tiempo para realizar un trabajo editorial destacable, en publicaciones periódicas y en colecciones de plaquettes de narrativa y poesía —como las que nos presenta esta tarde—; por si fuera poco, se desempeñaría como funcionario en el ámbito de la promoción cultural y, sobre todo, se aplicaría a la escritura de poemas, cuya lectura y análisis, dada su calidad y hondura, merecen acercamientos más profundos que el que puedan ofrecer estas breves líneas de presentación.
Esta tarde, Raúl nos entrega los poemarios Buenos Aires Limited (2020) y Covid (2023), ambos breves y sustanciosos, ambos con una estética peculiar, que, al tiempo que planta un pie firmemente en la tradición lírica de la lengua española, procura el salto arriesgado al habla y la escritura de nuestros días, con el propósito implícito de que sus poemas comuniquen, que al tiempo de que nos remitan a las formas clásicas —y, con ello, a cauces poéticos asimilados, que nos sitúan en la órbita del poema—, refieran asuntos de nuestro tiempo, en un entorno conocido.
Si bien en la poesía la tensión entre tradición y actualidad no es algo nuevo, creo que la manera como Raúl apuesta para alcanzarla resulta singular, pues, por una parte, realiza un osado ejercicio deconstructivo con la forma del soneto, cuyas rimas arriesga, fuerza su ritmo y su métrica, para aventurar nuevas melodías desde la forma clásica. Como él mismo lo dice:
Me cansé de rimar, de contar sílabas sexis,
y de amar y de amar y de amar proyecciones.
La preceptiva se fue, como me fui yo
(“Presentación en la Manuel M. Ponce”, Buenos Aires..., pág. 6)
Los versos de los sonetos se entrelazan, como señalaba, con el habla y las novísimas convenciones de escritura de los mensajes de texto del celular (con la irrupción de abreviaturas, guarismos, apócopes, anglicismos…). En Buenos Aires Limited, el soneto es el punto de partida y de llegada, que nos conduce en una lectura anotada a recorrer las calles de la capital argentina; nos permite acompañar al poeta en su declaración de amor por esa ciudad en la que necesariamente las referencias a la literatura, al imaginario y al rock asaltan al paseante que la recorre por primera vez, para descubrirla, con las implicaciones de una experiencia a la vez nueva y llena de preámbulos:
El viento loco del Aleph que se bifurca,
entre flores de ceibos, nace en los valles.
Te incorporas, te vistes y trotas las calles;
se evanesce tu aroma salaz y me surcas.
(“Bs. As. Ltd.”, Buenos Aires..., pág. 15)
La búsqueda del soneto se vuelve aún más patente en Covid, donde todos los poemas evocan la forma renacentista, acaso en búsqueda del renacimiento que la pandemia nos hizo anhelar durante al menos dos buenos años de nuestra vida, cuando
Murieron igual buenos k malos;
felparon perros, princesas y un colibrí;
falleció la dulce madre de mi cuñado,
expiraron Buenos Aires, Morelia y Madrid.
(“Uruapan”, Covid, pág. 7)
La sombra del contagio nos confinó de una manera que jamás habríamos sospechado; el amor furtivo se volvió aún más clandestino, desafiante, suicida… Y, justamente, de amor suelen hablar los sonetos. Pero ¿dónde encontrarlo?, si detrás de la puerta el virus aguarda para fustigar las pulsiones del arrojo y el deseo:
Nací junto al tapete sanitizante que habla de usted
y tú dijiste que así estaba bien
que no te amara o que nunca te amara tanto
xq ese trapo no sabía de dolor.
(“Covid 2022”, Covid, pág. 14)
No aspiro, como dije, a agotar en estas líneas las posibilidades de lectura de los espléndidos poemarios de Raúl Casamadrid. Acaso, espero que mi confesión de la sorpresa y el gusto que me han representado su lectura —y su relectura— puedan conducir a otras personas a acercarse a la obra de mi admirado amigo. Les invito a que lo hagan: la poesía, como nos lo demuestra Raúl, habla de nuestra propia vida, nos permite verla con todos sus matices, no como un tesoro exaltado y exquisito, sino como ese bien que la pandemia nos permitió aquilatar, aunque eso ya lo hayamos olvidado. Aprecio así también la amistad con mi Tocayo, Raúl Casamadrid, y hoy, en la presentación de sus flamantes poemarios, celebro su obra y su vida, prolífica y singular. Me honra conocer y convivir con este inagotable polígrafo, que en la madurez ha retomado el hilo de la escritura de una forma honesta, asombrosa y motivante. Para él y su familia, mi más entusiasta enhorabuena.
Feria Internacional del Libro y la Lectura
Morelia – Septiembre 2024