México 2016
El juicio ciudadano
Leopoldo González
Analista político y ensayista
Las elecciones celebradas el pasado domingo en catorce entidades de la República –casi la mitad del territorio nacional-, fueron atípicas e insólitas para casi todos: para el gobierno, los partidos de izquierda y de derecha, las empresas encuestadoras, los aspirantes y suspirantes de la contienda presidencial de 2018, los politólogos, el grueso de los sectores académicos, la clase política y la propia sociedad, que por primera vez en la historia reciente se ven precisados a tratar de entender lo que pasó en la cita electoral sin enfoques que ya dieron de sí, sin esquemas preconcebidos ni moldes de análisis que fueron útiles en otro tiempo.
Lo primero que sorprende de la cita electoral del pasado domingo, es que casi ninguna de las previsiones anunciadas fue concretada en los hechos ni verificada en las urnas: la mayoría de las casas encuestadoras, durante las campañas y el día mismo de la jornada electoral, bocetaron y pronosticaron una realidad que nunca ocurrió; el PAN, el PRI, el PRD y Morena, equivocaron la predicción y el tamaño de sus triunfos estatales; el Gobierno Federal, que del plebiscito y el cotejo de las urnas esperaba una suerte de aplauso social hacia su gestión, asistió a un adelgazamiento de su legitimidad; por su parte, la clase política y la opinión “especializada” de quienes hacen análisis en los medios, siguen en el pasmo y sin poder dar crédito a lo que ocurrió en la cita de las urnas, debido a que, quizá por primera vez en nuestra historia reciente, los resultados electorales del domingo anterior no caben en los filtros ni en el prisma con que acostumbrábamos leer, juzgar e interpretar las elecciones en México.
Si bien no tenemos en México una ciudadanía que se caracterice por su inmunidad frente a la dádiva y las diferentes formas de coacción y de cooptación del voto que se estilan en el sistema clientelar mexicano, ni un mercado electoral que se signifique por la solidez de su formación y de su independencia crítica ante las distintas técnicas y formas del “lavado de cerebro” electoral, lo cierto es que esta vez el ciudadano anónimo se dio una lección involuntaria a sí mismo: la de que en un comportamiento masivo impredecible puede radicar el verdadero poder, cuando el instinto o la conciencia permiten al individuo y a la sociedad entender el peso y el valor de una decisión autónoma en la intemperie civil.
Como se sabe, la ciudadanía en México se ejerce en función de intereses personales o de grupo y no en función de una visión de Estado; entre los intereses, los apetitos y las debilidades individuales que orientan y determinan las decisiones ciudadanas están las dádivas partidistas; los privilegios “discrecionales” que conceden los funcionarios a tal o cual líder natural; las sugestiones del poder público de todos los colores (becas, despensas, materiales “hormiga”, “favores” y beneficios a granel a cuenta del erario público) dirigidas a “ablandar”, a neutralizar o a consolidar cierta preferencia electoral en un grueso segmento de la población que podría ser identificado como una analfabetocracia social; la labor de sensibilización “propagandística” que ejercen socarronamente algunos medios de comunicación a favor de determinados proyectos políticos y, desde luego, las comilonas entre perniles y embutidos (disfrazadas de reuniones sociales) donde élites y “nomenclaturas” del mundo de las siglas apaciguan animadversiones, vencen resistencias y logran “amarres” que en la cita electoral se traducirán en votos: la resta y la división para el adversario; la suma, para la propia causa.
Desde luego, el corporativismo mental y el sistema clientelar de distinto signo que condicionan y manipulan el voto en México, no son la más importante noticia de la pasada jornada electoral, sino el conjunto de puntos de quiebre, de abruptas reformulaciones, de cambios de encuadre y de alteraciones de enfoque que ya están teniendo lugar en los proyectos de quienes tienen el 2018 en la frente: todos ellos, no están emplazados a consultar el Oráculo de los dioses, ni a frotar la superficie brillosa de la Bola de Cristal de la hechicera, sino a leer con objetividad y reposo –y a interpretar con serenidad de juicio- las costuras ocultas del 2016 que se les vino encima.
Nadie sabemos todavía el alcance que podría llegar a tener para el país, la decisión electoral del primer domingo de junio de 2016; tampoco se sabe qué tan profunda, o qué tan telúrica, pudiera ser la grieta de redefiniciones que trae consigo el inédito proceso electoral de hace días. Lo que apenas podemos intuir, es que una fuerza de dimensiones desconocidas se mueve en el subsuelo de México, y que está poniendo en cuestión muchas de las premisas que han regido nuestro pasado electoral. Si lo que nos espera es un salto al pasado, será una verdadera lástima, porque tanta energía invertida en ello sería digna de mejores causas. Si lo que nos espera es la fuga hacia un mañana diferente, aferrémonos a él, antes de que el mismo mañana nos cierre las puertas para siempre.