El peor gobierno en la historia de México, el de López Obrador, no tiene intenciones de dejar el poder en 2024. Peleará con uñas, navajazos y dientes para conservarlo.
Sencillamente, no está en el ánimo ni en las ganas del inquilino de Palacio dejarse ganar; y si pierde -lo que es altamente probable- no está preparado para la derrota ni querrá entregar el poder.
Con estos apuntes, ya podemos imaginar el México que viene y los nudos de caos, violencia, pesar, tristeza e incertidumbre que caerán sobre el país.
Más de uno que crea en la improbabilidad de este escenario, o que haya idealizado a AMLO al punto de no creer que sea capaz de semejante cosa, podrá pensar que aquí se urde una treta con fines sensacionalistas o que la hipérbole del análisis busca el camino más corto el rating. No hay tal.
Una mezcla de genuina preocupación por México y horror por lo que significan los regímenes de fuerza para los pueblos, es lo que rige y anima el tono de las presentes reflexiones. Ni el miedo ni las fobias pueden constituir la base de una vocación intelectual: tampoco un pacto indigno o vergonzante con el silencio. Lo que vale la pena de cada uno de nosotros es lo que estamos dispuestos a hacer por los demás, incluida la ofrenda del destino.
Si a un ciudadano lo ciega el culto a una personalidad, quiere decir que su debilidad visual es mucha y que sus causas no son muy elevadas. Quien le rinde culto a un hombre, pero no cree en sí mismo, haría bien en revisar los fundamentos y los porqués de su existencia.
En las últimas semanas, de un modo que no podemos llamar sutil ni imperceptible, se ha visto y sentido cómo una voluntad de dominio personal, sintiéndose acorralada, acude a la trápala y a la maña con tal de sacar adelante una obsesión enfermiza de poder, aunque al país le vaya mal -como de hecho le está yendo.
Para no hablar del sujeto que no respeta el dolor ni la desgracia de las víctimas, y que además con risa despreciable trata de hacerse el chistoso respecto a la tragedia que viven miles y miles de mexicanos, quizá debamos hablar del personaje que no atiende ni resuelve los problemas del país y, pese a ello, busca eternizar la misma ineptitud y grisura en el poder.
Si Marcelo Ebrard está siendo víctima, según él mismo ha confesado, de una elección de Estado en su propio partido, para arrebatarle la candidatura presidencial a la mala, esto es sólo un pequeño aviso de los peligros mayores a que está expuesto nuestro país.
Claudia Sheimbaum puede o no llegar a la presidencia de la República, lo cual, en sentido estricto, no depende tanto de ella como de las indicaciones que filtre el poder hacia sus fieles estructuras de abajo: pero, otra vez, lo censurable e inmoral es subordinar el peso presupuestal del Estado al servicio de una causa y una persona, con exclusión de todos los demás, para continuar la depredación de bienes y recursos públicos en beneficio de lo que no le ha servido ni le ha funcionado al país.
El presidente López Obrador podría pasar a la historia como alguien distinto de lo que en realidad es: un prohombre que partió la historia en un antes y un después, un visionario, un estadista, un benefactor. Quizás ya está en la historia, pero no del mejor modo posible, porque lo que pesa en él -en términos de filosofía política- es su lado sombra.
México avanza a grandes zancadas hacia una polarización mayor a la que ha vivido, en gran medida porque el huésped de Palacio no tiene autocontención ni límites, no reconoce derrotas propias ni victorias electorales ajenas y está empecinado -como muestra la evidencia- en imponer a alguien que no lo investigue ni lo persiga y le garantice, además, continuidad en lo que hace a la destrucción de México.
El fenómeno Xóchitl Gálvez trae al presidente descompuesto, bilioso y fuera de sí, porque sabe -como sabe toda la nación- que perder el poder después de todo lo que ha hecho, sería arriesgarse y exponerse demasiado, porque hay los ojos de todo un país puestos en él.
Hay muchas cosas que los políticos y los gobernantes pueden hacer por sus naciones, como afirmaban Polibio y Gracián: facilitar y no traumatizar su tránsito por la historia, ser puente de su renacimiento y fuente de orden, allanar su camino a la grandeza y después, cuando el poder haya quedado atrás, disfrutar la sencillez de la vida y dedicarse a cosechar los aplausos que sean fruto de un buen desempeño público. Este es el futuro que me gustaría, de corazón y en buena lid, para el presidente López Obrador.
Desafortunadamente, casi siempre se abre un vacío entre el deseo y la cosa, y las señales que últimamente envía el presidente son preocupantes.
No hay nada peor para un político y un gobernante que seguir los consejos del hígado y dar rienda suelta a la amargura retórica, a la insatisfacción existencial, al odio y la arrogancia. De hecho, es el peor camino que se puede escoger, cuando lo que se busca es ser recordado como el mejor.
México no ha salido bien librado de ninguna encrucijada sangrienta, ni creo que en este momento le haga bien a nadie.
Pisapapeles
Que cada uno se haga cargo del lugar que desea ocupar en la historia.
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