El lenguaje es básico para que dos o más personas se entiendan y puedan fincar una relación basada en el peso y el significado de las palabras.
Sin embargo, lo que a veces dificulta el entendimiento de lo que se está hablando es el lenguaje, bien porque una de las dos partes lo distorsiona por ignorancia, o porque habla desde teorías conspirativas sin base de realidad o porque lo usa como mero subproducto de una ideología.
El lenguaje que se emplea como tal y se usa con higiene verbal, no admite confusiones ni desemboca en malentendidos. Es lo que es y sirve para lo que sirve. Y nada más.
Por eso, llama poderosamente la atención, desde la noche del domingo anterior, el lenguaje impreciso, salpicado de liviandades y ligerezas, rencoroso y hasta cierto punto pedestre, con que el presidente y la plana mayor de Morena se han lanzado contra los 223 legisladores de oposición que no aprobaron la contrarreforma eléctrica.
Se requería mayoría calificada para aprobar la que se conoce como ´Ley Bartlett´, que buscaba regresar al país a la época del hombre del taparrabo del siglo XX, y Morena no logró los votos suficientes para su aprobación.
Ni siquiera votaron por ella los diputados a los que se sometió a mucha presión vía las malas artes de la intimidación, el asustamiento, la cooptación y la amenaza directa. Hubo un diputado del Partido Verde que prefirió renunciar a su militancia antes que prestarse a aprobar una ley mostrenca ajena a las corrientes ambientalistas que recorren el mundo.
Era la principal ley, por sus sesgos de nacionalismo ranchero y autarquía campirana, del gobierno populista de la 4T, y no prosperó.
La respuesta inteligente frente al hecho pudo haber sido el vocablo latino consumatum est, y dedicarse a replantear y a enderezar la tarea de gobierno, con una poca de tolerancia hacia la realidad y mayor oficio político, todo lo cual exige flexibilidad mental.
La soberbia tozudez que como un tóxico invade oficinas y corredores en el gobierno central, con su postura invariable de “no mover una coma a sus iniciativas”, impidió cocinar con buena técnica legislativa una iniciativa de consenso para allanar el camino a su aprobación.
Esto fue un error, porque, así como en política no se consigue la colaboración de un diferente sin concesiones, en toda negociación siempre algo se pierde y algo se gana. El camino más corto para abortar una negociación o malograr un entendimiento es la intransigencia.
La intransigencia y la antipolítica son dos ramas torcidas del mismo árbol de la insensibilidad y la imprudencia.
Al margen de lo que escribió Ciorán, de que “en sí misma toda idea es neutra o debería serlo; pero el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias”, el otro problema que ha tenido Morena con el rechazo de la contrarreforma eléctrica es el lenguaje.
La palabra “traidor” y el término “vendepatria”, sacados de contexto y que han sido usados con fervor para adjetivar y malignizar a los 275 legisladores que desecharon la ´Ley Bartlett´, pese a que se sustentan en el temple visceral de quien perdió en buena lid una votación y no halla la forma de urdir el desquite, han sonado en estos días como verdaderos actos de “excomunión” contra apóstatas, herejes y cismáticos.
No es válido en el pensamiento político que un partido se asuma como la cofradía del santo dogma y pretenda obligar a nadie a sacrificar su libertad en aras de un pensamiento único. Si esto no estaba bien ni en la Inquisición, menos lo está en la democracia.
Así como disentir de la oficialidad política no es traicionar a la patria, votar en congruencia con la idea de tener energías limpias, alternativas, sustentables y baratas no es traicionar a la nación.
Quienes dieron su voto contra una reforma regresiva que no piensa en un México moderno, ejercieron un voto constitucional, fueron congruentes con el capítulo ambiental del T-MEC, hicieron suyos los principios del Protocolo de Kyoto y el Acuerdo de París y se colocaron del lado del planeta.
De acuerdo con el Diccionario Oxford y el Diccionario de Americanismos, no es traidor a la patria quien vota en conciencia siguiendo los dictados de su libertad, ni es traidor a la patria el que busca con visión la apertura de su país al mundo.
Quien distorsiona el lenguaje en favor de una ideología, traiciona la verdad del conocimiento científico y disloca los cimientos de racionalidad que fundan y renuevan el lenguaje.
No saber perder ni estar dispuesto a asimilar con madurez una votación adversa, no habla bien de un demócrata que transgrede en los hechos uno de los máximos principios de la democracia: la aceptabilidad de la derrota. ¡Cuidado con ello!
Pisapapeles
El presidente es el principal defensor y baluarte de su proyecto, pero a veces, también, el primero que dificulta su realización.
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