30 mayo, 2023

Leopoldo González: La crisis de México

El panorama nacional a veces no es nada halagüeño y en ocasiones está para llorar, porque, así como le ocurrió al poeta Manuel Acuña hace un siglo, con frecuencia ya no sabemos ni dónde se alza el porvenir.

No saber dónde se alza el porvenir significa tres cosas: primero, significa el reconocimiento expreso de que hay un cuadro de crisis en el que no se sabe qué hacer; segundo, implica la certeza de que no se visualiza una salida posible frente a la situación imperante; tercero, es la mejor prueba de que no habiendo alternativas no hay espacio para la esperanza y, en tal caso, sólo queda preparar el ánimo para la oscuridad como destino.

Si la primera etapa de una crisis significa que se está en problemas y no se sabe cómo salir de ellos, y la segunda implica que un aturdimiento del juicio y una pérdida de visión impiden ver claro lo que sí se puede hacer, la tercera es ya la más cerrada oscuridad de un tiempo de crisis: no sólo no se ven salidas ni se sabe qué hacer, sino que lo peor es cancelar para siempre el derecho a la esperanza.

Esto, palabras más o palabras menos y sin agregar otros bemoles, es lo que parece ocurrir con nuestro país y tenerlo en vilo: el peso de las sombras es tanto y tan devastador, que puede derrengar al más plantado y bloquear la voluntad intencional de encender una vela para conjurar la oscuridad.

No pocos sabemos que la literatura salva, cura, consuela y construye caminos a la altura del piso del hombre. Por ello, conviene oír y sopesar lo que nos dice el poeta alemán Hölderlin: “Porque donde está el peligro / ahí nace lo que salva”.

La idea de que nuestro país pueda “tocar fondo” con el actual gobierno, como efecto de tanta maldad e ignorancia e idiotez acumuladas, no suena en verdad descabellada. Lo descabellado sería tener que esperar a que la ruina toque nuestras vidas y la legión del sátrapa mayor acabe con lo que aún queda de México, para iniciar de cero una tarea que nos atañe a todos: la de una reconstrucción nacional valiente y con mira de horizonte.  

Los liderazgos sueltos y con legitimidad, que podrían armar un frente de líderes sociales contra las garras de un populismo tóxico y destructor, no han encontrado un punto de cohesión o una bandera común para salir a la calle y frenar el experimento de horror que lleva a México a la ruina. Quizás no todo está perdido: una marcha o un foro nacional en Toluca, en los días previos a la elección mexiquense, con el eslogan “Más democracia y menos populismo”, no estaría mal si se piensa en lo que ahí estará en juego.

En lugar de que cada líder y dirigente declare y haga aspavientos en solitario, por su cuenta, en Toluca podría armarse -con audacia, imaginación y realismo- un gran bloque opositor: una plataforma democrática de consenso rumbo a 2024. 

Los partidos, víctimas de confusión y crisis, no aciertan a encontrar el “justo medio” que podría permitirles arreglar sus desajustes sin descuidar el punto importante que es encontrar, concebir o imaginar una manera de encausar y de resolver la crisis de gran tamaño que pesa sobre nuestro país.

El pacto de la Moncloa, en España, tras la muerte de Franco, fue la fórmula que sirvió a los españoles de todas las siglas y colores para asegurar la transición de la dictadura a la democracia. España venía de lo que no se le puede desear a ningún pueblo: de una tiranía. Aquí el reto es al revés, de un calibre mayúsculo y en un momento histórico distinto: de lo que se trata es de impedir que un “deschavetado” haga trizas la democracia y meta al país en una negra espiral de autoritarismo, de la que podría no despertar en años o décadas.

Algo parecido a la solución española sucedió en el Portugal de los años 70 y en la Argentina que Raúl Alfonsín, en 1981, devolvió a la senda democrática.

El componente esencial de aquellas transiciones fue lo que el expresidente Felipe González reclamó a los demócratas mexicanos: que dejasen a un lado “egos” e intereses particulares, que trascendieran sus fronteras de partido y fuesen “generosos” con su país y su transición, porque en esto radicaba el éxito de la causa.

Algo semejante se pide hoy a los líderes y organizaciones mexicanas que ven con preocupación, cuando no con verdadera alarma, la deriva populista y autoritaria que ha tomado en sus manos la respiración del país: que dejen de preocuparse y comiencen verdaderamente a ocuparse.

Lo que salga mal en Morena y pueda ser capitalizado por la oposición de aquí a 2024, será fruto de la miopía y las contradicciones que hace años contaminan a esa causa, incluidos los aires de ruptura y escisión de que tanto se habla en sus filas, porque no todos están dispuestos a doblar la cerviz frente al “dedazo” presidencial disfrazado de encuesta.

Sin embargo, lo que haga o no la 4T es algo que debería tener sin cuidado a aquellos a los que tanto les preocupa México, porque lo importante es que la oposición se dé un rostro y una personalidad propia, brillo y candela para enfrentar al fanatismo naco que querrá apoderarse del país en las postrimerías del actual gobierno.

Convocar a un foro o a un encuentro nacional, para analizar con rigor el futuro de la democracia en México, podría ser un buen comienzo.


Pisapapeles

Las democracias desnutridas e inviables son aquellas que carecen de verdaderos demócratas.

leglezquin@yahoo.com

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