La condecoración del Águila Azteca, en grado de Collar, que el gobierno de López Obrador otorgó al señor Miguel Díaz-Canel Bermúdez, el sábado anterior en Campeche, en la zona maya de Edzná, fue una cortesía innecesaria a una dictadura burocrática que ni le ha hecho bien a los cubanos ni tiene la opinión favorable de los mexicanos.
La impostura diplomática se corresponde con otra simulación del mismo calibre: aquella en la cual la dictadura cubana, en 2022, le impuso la condecoración José Martí al señor López Obrador.
Por su estatura histórica y su simbolismo, ni la que lleva el nombre de José Martí ni el Águila Azteca deberían ser condecoraciones para el manoseo diplomático, porque es empobrecer y malbaratar su dignidad en actos solemnes sacados del manual de los elogios mutuos.
Condecorar es hacer un público reconocimiento a la honorabilidad y el decoro ajenos, y aquí, en el guiño entre dirigentes de un mismo bando, si algo no ha habido es aseo y decoro para condecorar.
La historia revisitada puede sorprender a más de uno, si se la ve y juzga con ojos críticos, en absoluto ajenos al maniqueísmo dogmático y a las posturas apologéticas con que la ven algunos fieles impenitentes en el México de hoy.
Sólo porque José Martí expresó, sobre Carlos Marx: “Como se puso del lado de los pobres, merece honor”, se ha hecho del pensamiento martiano -con tretas propagandísticas- lo que no es: un pensamiento marxiano. Además, el análisis histórico no absuelve a Fidel Castro: lo pone en la lista de tiranos y dictadores que ha padecido Latinoamérica en un siglo. En otras palabras, se ha hecho de Martí en Cuba lo mismo que de Sandino en Nicaragüa: fetiches a la medida de un lavado de cerebro dictatorial.
La liviandad y la ligereza no necesitan subrayados ni comillas, cuando vemos a los dictadores y a los aspirantes a serlo escenificando semejantes pantomimas: “Tú me condecoras, yo te condecoro”. Es como cuando algunos poetas, bilateralmente o de reojo, acuerdan turnarse en el jurado para darse los premios que por calidad de obra no obtendrían legítimamente.
Cuando se habla de que se han estrechado “las relaciones de amistad y cooperación” entre dos naciones, y enseguida se afirma que Cuba es una potencia monumental en salud, lo que se dice es una gran falsedad demostrable en sus cuatro costados: nada le costaba al inquilino de Palacio reconocer que trae un juego político entre manos, el cual incluía el torvo intercambio de condecoraciones patrias.
Un guiño entre gente de la misma ralea -de la misma calaña- equivale a un trazo estratégico. ¿Cuál es el mensaje al otorgar una condecoración de Estado al representante de una dictadura de más de 60 años? ¿El mensaje entre líneas quiere decir que México se aproxima a la senda o a los filos del autoritarismo populista? Si ese es el mensaje, pues la neurona tóxica y retardada no hizo bien la chamba.
Miguel Díaz-Canel Bermúdez, oligarca de élite de la burocracia cubana en funciones de dictador, desarrolla una tarea institucional poco honrosa: es eslabón en turno de la dictadura que viene del 59 y marioneta de Raúl Castro.
Díaz-Canel, beneficiario de una Águila Azteca en grado de Collar “arrastrada por el fango”, según aseveró nuestro querido Catón, es el capitoste de la cárcel más grande del mundo y, en esa condición, vuelve a decir nuestro siempre bien ponderado Catón, “tiene más de carcelero que de jefe de Estado”.
El asunto de la corrupción en la isla (ya ni hablemos de la corrosión ideológica) no es menor; pero el atropello a los derechos humanos de los cubanos es aún más escandaloso. En el perfil está el Díaz-Canel que ha encarcelado por motivos políticos a civiles, entre los cuales se hallan 32 menores de edad, con cargos, según el Código Penal isleño, de carácter “predelictivo”(¿).
Es el mismo Díaz-Canel que hace meses ordenó detener a cientos de jóvenes, entre el Malecón habanero y la Plaza de la Revolución, porque salieron a marchar en son de protesta mientras entonaban “Patria y Vida”, un canto a la libertad que en pocos días le dio la vuelta al mundo.
Los profesionales del antiyanquismo ven a Cuba como lo que no es; creen que la isla es un oasis de libertad, porque desconocen la libertad o porque en el fondo la desprecian. Ignoran que la libertad -y en especial la de pensamiento y expresión- es siempre la libertad de aquel que no piensa como nosotros. En este sentido, Cuba no es un oasis sino el antiParaíso.
Otros del mismo temple, viven en la creencia que hay dictaduras buenas y malas, ignorando que cualquier forma de dictadura y de tiranía daña las filosofías de la libertad, destruye el carácter inventivo y emprendedor de los individuos y trastoca para mal la historia de los pueblos. En fin, devaluar preseas y condecoraciones es otro de los entuertos de la antimeritocracia de hoy.
Pisapapeles
La libertad, según Cervantes, es el bien más preciado que los cielos concedieron al hombre.
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