Los guionistas de circo y pantomima -expertos en doblajes, máscaras y simulaciones- no podrán quejarse de falta de trabajo en el gobierno ritual y tramoyesco de la 4T, porque si algo abunda en él es la facilidad para la escenografía y el montaje.
Capítulos previos a la iniciativa de revocación de mandato fueron la consulta sobre los “cien puntos de gobierno” para dar rumbo a la “izquierda” en el poder, la consulta para enjuiciar a expresidentes y el informe anual que rinde al pueblo raso, en apoteósico y portentoso olor de multitud, el presidente de la República.
De esas y otras consultas a que ha convocado el partido en el poder no queda mucho: unos cuantos puntos de gobierno, ningún expresidente enjuiciado y los informes anuales una celebración de lo inocuo: el vacío y la nada como forma de gobierno.
La revocación de mandato que ahora impulsa con tan celoso afán la nomenklatura obradorista es un giro de tuerca en la misma dirección: mantener en tensión dramática al guionista de circo y carpa y subir la adrenalina de la expectación en la masa, para hacer creer un imposible: que por fin el pueblo se gobierna a sí mismo y es dueño de su destino.
En sentido político, el mandato revocatorio llevado a cabo por un organismo autónomo como el INE, bien organizado y con estructuras de conteo y escrutinio del voto transparentes, puede reducir la brecha que separa al ciudadano del gobernante y constituirse en un poderoso factor de oxigenación del sistema democrático.
Sin embargo, la condición para que estos ejercicios surtan efecto es que estén en manos de órganos confiables, tengan presupuesto y personal electoral suficiente, no se realicen por presión o capricho burocrático de nadie y sean producto limpio de la voz limpia y legítima de la sociedad civil.
Cuando un ejercicio de este tipo es arrancado bajo presión por una pandilla burocrática o impuesto a una República por un autócrata, tenemos derecho y fundadas razones para sospechar y recelar de su pureza e intenciones.
Desde un punto de vista constitucional, la consulta de revocación de mandato que tanto le urge a AMLO y avaló con deleznable sumisión la Suprema Corte, es un ejercicio bizantino y ocioso fundado en una ficción jurídica del reino de lo improbable: el presidente no se irá, pese a que se lo pida el 50 más uno de los consultados, por el sencillo argumento constitucional de que fue elegido como cabeza de gobierno por seis años.
Los litigios podrán ir y venir, pero el principio de supremacía constitucional -por lo menos en este caso- no está ni tunco ni manco.
Entonces ¿para qué tanto brinco por dicha consulta?, ¿qué esconden en sus retorcidos propósitos sus promotores?, ¿cuál es el trasfondo del asunto?, se podrá preguntar, y con justa razón, el amable lector que frecuenta este espacio.
El recetario puntual de las técnicas de lavado de cerebro, posicionamiento de temas, movilización y polarización que inducen las populocracias latinoamericanas para mantener la adhesión ciega de las masas, viene de esa especie de psicopolítica emocional ecordada en el foro fijo e itinerante de Sao Paulo.
Para hacer sentir al pueblo que él es el Juan Camaney o el hada madrina del populismo, se inventan o fabrican banderas de ocasión en los pasillos de la burocracia, en las que parezca que el propio pueblo es autor de la iniciativa y amo y señor de su destino.
Para los gurús del engaño, no se trata de ser virtuoso sino nada más de parecerlo, porque lo que importa no son los valores y principios de fondo sino la eficacia con que se instala un “rollo” en el imaginario social.
Si la democracia se valida a sí misma en una legitimidad de origen (las urnas) y una de ejercicio (los resultados de gobierno), en el populismo ambas legitimidades se resuelven en una sola: la de la movilización permanente con cualquier estratagema, carnada o pretexto. Mantener al pueblo movilizado no es sólo el “espantapájaros” que puede paralizar al adversario, sino una condición del poder vitalicio o perpetuo.
La mejor traducción del principio maquiavélico “divide y vencerás” es una pieza de genialidad sublime y exquisita maldad en los condominios estridentes del populismo, cuyo motor de 32 caballos es la polarización. Polarizar para alimentar las llamas y demencias del pueblo chairo y raso, y de paso aplicarle el “descontón” a los “malditos conservadores” que no tienen perdón de Dios.
La eficacia del acto de polarizar, en las cavernas cerebrales y maldosas del populismo, sube de nivel si se recuerda la frase lapidaria de Jesucristo: “Vomitaré a los tibios”. Por tanto, hay que definirse, porque el demonio está en los matices, en la vacilación y las medias tintas.
El fondo oscuro de estos ejercicios dizque revocatorios hinca su señal en Bolivia y Venezuela, únicos países que en América Latina han acudido al expediente, en los cuales -por cierto- fue usado por la burocracia y la plebe para lo contrario: para consumar una estrepitosa ratificación de mandato.
Ir a una consulta como quien va a una pantomima, un acto de propaganda o un trance de culto a la personalidad, es aceptar la autenticidad de un simulacro.
Pisapapeles
Hay dos Méxicos: el real que vemos y el de la percepción que alguien intenta vendernos.
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