Los malos de Malolandia
Por Leopoldo González
Dividir a un país, desde la Presidencia de la República, en dos partes irreconciliables o en bandos, facciones, etiquetas y demás, no es la mejor técnica ni el mejor modo para gobernarlo.
Si se suma a todos a un esfuerzo común, se promueve la armonía de las partes y el todo que es la República camina en una dirección republicana, el resultado sería la cohesión orgánica y la unidad de propósitos de todo el conjunto, lo cual sería muy benéfico para cada uno y para todos los mexicanos, porque se estaría aplicando la filosofía práctica de “Los tres mosqueteros”: Uno para todos, todos para uno.
La excepción a este principio se da cuando la irrupción de una individualidad tempestuosa, un grupo ambicioso de poder o un síndrome de gangsterismo pandilleril imponen la agenda de un personalismo a mansalva, confunden la parte con el todo y asumen el poder, no como un “contrato social”, sino como un “contrato patrimonial”.
Por tradición histórica y constitucional, el titular del Ejecutivo era en México algo más que una persona: era el vértice gravitacional de un sistema de poder, centro de cohesión y símbolo de unidad nacional.
Ahora, en estos tiempos nada finos y muy descompuestos de la 4T, el titular del Ejecutivo suele ser matriz de conflictos, eje de discordias y centro de desintegración nacional, como lo muestra su retórica torpe y poco cautelosa de cada mañana.
Cuando el “divide y vencerás” de Maquiavelo envenena a un grupo y ese grupo se encarga de invertir, de pervertir y prostituir en su beneficio la máxima de “Los tres mosqueteros”, es posible que hayan sonado los tambores de la mayor desunión -o desintegración- nacional de nuestra historia.
Quizás la mayor división nacional que ha atizado la 4T, sea la de haber partido al país en dos con la vara del encono y el odio, en estancos separados y diametralmente opuestos: la de “los buenos”, que son buenos para recibir beneficios clientelares envenenados, y la de “los malos”, que hacen labor crítica y en modo alguno coinciden con el inquilino de Palacio.
La otra gran división es la que ha provocado entre los gobernadores del país, por el trato preferencial que brinda a unos, los que forman parte de su clan; por el trato desdeñoso e “insultativo” que da a otros, sus críticos, y por el trato indiferente que dispensa al tercer grupo, integrado por los que han decidido colocarse en medio, quizás por huir de la confrontación nacional o por evitar los estigmas de la federación hacia las entidades que gobiernan.
La alianza federalista, de la que forman parte diez gobernadores de la República, incluido Michoacán, es un acierto en tres sentidos: fue, en su origen, una toma de posición necesaria a favor del federalismo y contra el centralismo autoritario que defiende en los hechos López Obrador; fue y es, un polo de fuerza integrado por gobernadores democráticos, para poner límites al exacerbado personalismo político presidencial de hoy, que no contento con anular instituciones de la República y pasar sobre la ley, también quiere someter a las provincias e imponer de facto un Estado Unipersonal; por último, su contribución mayor radica en la defensa que hace de la naturaleza constitucional y democrática del Estado mexicano, en instantes en que un nauseabundo olor a autocracia comienza a invadir la vida nacional.
Otras divisiones producto de la falta de tacto y el ideologismo presidencial de hoy, también afectan en carne viva a nuestra sociedad, disminuyen el ingreso de las familias, desbarrancan la economía, envenenan el aire que respiramos.
Ahí están los empresarios e inversionistas, los industriales y comerciantes que crean empleos y generan riqueza para ser distribuida, mal vistos por los demonios sueltos de la 4T, mientras por otro lado se alienta, se apapacha y solapa a un “normalismo” y un “centismo” dignos de mejores ideas y de mejores causas.
La división entre quienes criticamos con fundamento y los que no critican y al contrario aplauden al inquilino de Palacio, es otra grieta profunda en un país que con mejores gobernantes tendría más unidad en el presente y un mejor futuro.
La retórica de polarización que lleva en vilo al titular del Ejecutivo y las prédicas disolventes de la integridad y el ser de la nación que no abandona, son el más claro síntoma de que vivimos en una sociedad fragmentada, pero podrían conducir en el corto plazo a una lamentable fractura nacional.
Sabíamos que la 4T trae el gen de una pulsión destructiva en la sangre. Lo que no sabíamos era qué tan pronto podrían acabar con el país.
Son los malos, de la Malolandia que ellos mismos inventaron.
Pisapapeles
Cuando el día de ayer, el gobernador del Estado convocó a “cerrar filas por Michoacán”, no se equivocó respecto a lo que viene: López Obrador impulsa un centralismo autoritario, y lo que quiere la Alianza federalista es un federalismo democrático.
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