México bien vale una risa
(Elogio de una payasada sublime)
Por Leopoldo González
En el actual gobierno, no nos podemos quejar los mexicanos de falta de motivos para la risa.
Tampoco el círculo de polítólogos y analistas que hacemos reflexión y crítica del obradorismo, podemos quejarnos de que el presidente López Obrador no nos de la razón cada que puede, que es casi siempre.
Escribí un artículo el año pasado, a la mitad del primer año de gobierno de Andrés López, titulado “La República de la risa”, y debo reconocer que pronto fue superado por las realidades histriónicas que vinieron después.
Pero entrando el año 2020, los gestos duros y los semblantes con seriedad de cera debieron buscar una mejor ocupación, porque las cosas se pusieron más que divertidas. Comprendí entonces que la risa relaja el cuerpo y limpia el alma. Y cuando no hay más materia prima de consumo en un país que la risa, hay que ponerse a tono con la distensión de la quijada para que fluya la carcajada.
El día que Andrés Manuel, después de un año ofreciendo el avión de la República que no compró nadie, anunció que se haría un sorteo con seis millones de “cachitos” para rifar el avión presidencial, ese día comenzó todo.
El espíritu desencajado de Javier Jiménez Espriu, secretario de Comunicaciones y Transportes, sólo acertó a decir, ante los medios, que sortear el avión presidencial podía tomarse a chunga, que “no podía ser cosa seria”. Los medios le informaron, al secretario desinformado, que era la ocurrencia “mañanera” de ese día. Sólo entonces, pero sólo entonces, reculó y admitió la posibilidad del sorteo.
El episodio del espíritu contrariado de Jiménez Espriu me recordó, no sé por qué, el chiste que circuló en toda Latinoamérica poco antes de la muerte de Fidel Castro:
-Oye chico, andan diciendo en La Habana que los cocodrilos vuelan.
-Qué, qué… ¿Qué los cocodrilos vuelan? ¡Eso no es cierto!
-¡Sí chico… que lo dijo Fidel!.
-¡Ah, bueno… sí vuelan… pero bajito!.
Policarpo Cavero Combarros, un psiquiatra suizo de gran renombre, aconsejó en varios textos célebres, pero especialmente en “Rango psicológico del gobernante”, que se hicieran rigurosos estudios sobre la racionalidad, el IQ intelectual y las emociones a los personajes que aspiraban a detentar en sus manos una concentración tal de poder como la que representan el gobierno y el Estado modernos.
Sigmund Freud, el psicólogo vienés creador del psicoanálisis, que tiene varios ensayos sobre las masas y el poder, desliza con sorna esta joya del humor intelectual para describir al bufón: “…Y entonces el bufón empezó a bromear en serio, y ahí estaba en su elemento”.
Un año y un mes después de iniciado el actual gobierno, sigue impresionando la gran capacidad del presidente López Obrador para colocar a todo un país en los filos del chiste y el humor involuntario, pero, ante todo, para ponerlo a reír y a discutir sobre ocurrencias triviales.
Los comediantes de carpa de los sesenta y los setenta (Clavillazo, Régulo y Madaleno, Tin Tan, Jesús Martínez “Palillo” y Héctor Lechuga, por mencionar algunos), cumplían funciones catárticas que envidiaría cualquier centro de terapia emocional del siglo XXI, no sólo porque la carpa reservaba para sí el derecho a trastocar los rostros agrios en dulces y los hoscos en amables, sino porque ahí todo era broma, chiste, banalización consciente de la realidad, doble sentido y risa estentórea, “menos el boleto de entrada y las palomitas”.
Hay que convenir que México, como el que no hay dos en el mundo, ha vivido cualquier cantidad de formas de demeritar el poder y de degradar la investidura presidencial, entre las que quedan comprendidas el estilo de corte imperial, el autoritarismo salvaje, el cinismo de muy refinados modales, el perfil del género rufianesco, el populacherismo ramplón, el ejercicio de la política como una rama del folclor, etcétera. Pero nos hacía falta una especie de predicador de la casa de los espíritus, mezcla de charlatán y “clown”, para completar el cuadro de nuestras desgracias.
Ahora sí, la galería del retrato de los hombres del poder ya está completa.
Pisapapeles
En el volumen “Examen de ingenios para las ciencias”, escribió Huarte de San Juan: “No hay cosa más perjudicial a la República que un necio con opinión de sabio, mayormente si tiene algún mando y gobierno”.
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