Más acá de la muerte
¿Dónde están los panteones?
Por Sylvia Teresa Manríquez
I
Confieso que yo no voy al panteón en el Día de Muertos. Me resulta difícil, me causa inquietud, ansiedad, estrés y otras sensaciones no agradables debidas al tumulto que suele visitarlos en estos días.
Recuerdo con cariño a quienes ya no están en este plano terrestre, agradezco haber tenido oportunidad de abonar mi camino con su experiencia, al compartir relaciones llenas de afecto y amor. Son mis seres queridos, que supongo, me recibirán en el más allá cuando llegue mi turno de morir.
El Diccionario del Español Mexicano (DEM) define cementerio como “el lugar donde se entierra a los muertos”; también se le llama “camposanto” o “panteón”.
Al decir que no voy al cementerio el Día de Muertos no soy totalmente honesta, porque con la cantidad de fosas clandestinas que se descubren a menudo en este país, tengo la amarga sensación de que vivimos en un enorme camposanto.
Entonces, si los panteones son los lugares donde se deposita a los difuntos, ¿qué son las fosas clandestinas?
Trato de imaginar la incertidumbre de tantas madres y padres de familia que en medio de la esperanza de encontrar a sus hijos con vida, después de varios años de desaparecidos, esconden en lo más profundo de su ser el temor de que la tierra donde respiraban vida sea la misma que guarda hoy sus restos mortales.
Sé que es duro hablarlo, ¡y créame!, también es duro escribirlo, porque se trata de temores que al paso de los días amenazan con convertirse en certezas fúnebres. Escribo sobre dolores intensos, de heridas que nunca podrán sanar, de impotencias asfixiantes.
II
Cuando era niña me asombraba que la gente desapareciera porque esas noticias no eran comunes. Existía violencia en el Valle del Mayo, de donde soy originaria. Me asustaba escuchar en el altoparlante del carro que anunciaba la nota principal, que habían encontrado a un muerto entre los campos de cultivo.
Era difícil explicarle, a las y a los menores esos hechos, que no eran aislados ni frecuentes.
Hoy, las niñas y los niños escuchan sobre desapariciones, ejecuciones, secuestros, ajustes de cuentas, fosas clandestinas, forjándose una identidad forzada.
Si bien no podemos evadir el tema de la violencia que amenaza con “normalizarse” en nuestra cotidianidad, considero que la identidad de nuestros niños y niñas no debe ir matizada por ella.
Debemos ofrecerles mucho más. Tenemos cultura, arte, deporte, diversión sana en talleres creativos que tienen que ver con ellos mismos.
No se puede negar la violencia en que vivimos, pero la idea es proveerles herramientas para que formen un criterio sano, que les apoyará en la adolescencia y juventud.
Se trata de enseñarles que celebramos el Día de Muertos por las personas que murieron a su hora y no a destiempo, y no por la memoria de horror de los tiempos que hoy surcan los aires de México.
III
En el marco de esta fecha, INEGI proporciona información sobre la mortalidad de las y los mexicanos. Se destacan los tipos de muerte por enfermedades como diabetes mellitus, del sistema circulatorio, del hígado, de tumores malignos, VIH y causas externas.
Me detuve en estas últimas porque se refieren a los accidentes, suicidios, homicidios, lesiones por intervención legal y de guerra, y las lesiones que no se sabe si fueron accidentales o intencionales.
Para algunas personas leer cifras resulta engorroso; sin embargo, son importantes porque nos aportan información relevante sobre lo que nos sucede.
Por ejemplo, poco más de la mitad de las defunciones por causas externas, el 53.1%, ocurrieron por accidentes, incluidos los de transporte, caídas, ahogamiento y sumersión, envenenamientos, exposición al humo, fuego y llamas, y causas externas. Todo esto en el 2014.
¿Qué son las causas externas? Según el INEGI son los homicidios, de los cuales en 2014 se contabilizaron 20,010 en el país. Seis de cada diez suceden por lesiones con arma de fuego, seguidas por armas punzocortantes y sofocación, entre los más importantes.
También incluyen el suicidio, del cual en 2014 casi el 10% se debió a esta causa, y ocho de cada diez ocurrieron en varones.
Aunque la mayor incidencia de muertes por causas externas se dio en los estados de Guerrero, Chihuahua y Sinaloa, sabemos que este tipo de fallecimientos se da en todo el país.
Todas estas muertes duelen tanto como las que no tienen que ver con hechos violentos, o quizá más, porque son inesperadas. Las considero muertes a destiempo: duelen y dejan una terrible sensación de impotencia y desesperación.
Admiro el ceremonial que se realiza en el Día de Muertos, principalmente entre las etnias que habitan territorio sonorense.
Respeto a las personas que visitan las tumbas de sus muertos para recordarlos con ofrendas y rezos, porque allí yacen los seres que ellas mismas enterraron, no los que les fueron violentamente arrebatados.
Llámenme pesimista porque pienso en el gran número de personas desaparecidas, de las que no tenemos esperanza de encontrarlas vivas: aquellas que aparecerán en las fosas clandestinas y quizá con la identidad borrada.
Yo no voy al panteón en esta fecha. Cualquier día puede surgir uno clandestino cerca de nuestra comunidad, reiterándonos la sensación de vivir en un enorme cementerio.
¿Dónde están, en realidad, los panteones?