Juan Gabriel ha muerto:
Le sobrevive un canto hecho pueblo
Por Leopoldo González
El cantautor Alberto Aguilera Valadez (1950-2016), conocido por su nombre artístico de Juan Gabriel, falleció de un infarto al miocardio la mañana del último domingo de junio, en su residencia de Santa Mónica, California, después de haber conocido la estrechez, los sinsabores y las dificultades del vivir en su natal Parácuaro, Michoacán, y haber alcanzado un tipo de grandeza artística que la vida y la cultura reservan a los mejores.
Además de que forjó su temple humano y artístico en la adversidad, y de que fue el cantautor que logró abrir las puertas del Palacio Nacional de Bellas Artes a la música popular mexicana, por lo cual merece honor, hay dos dimensiones absolutamente rescatables en el oriundo de Parácuaro: por un lado, haber sido el compositor que hizo del sufrimiento, del desamor, de la melancolía y el dolor de todo un pueblo un canto permanente capaz de trastocar la oscuridad de las almas en luz de amor y esperanza y, por otro, haber dado forma a la iniciativa de hacer de la música un instrumento de paz, cuando, en años en que la violencia había congelado la respiración del país, le confió al gobernador de Chihuahua: “La música doma fieras”.
Ahora sabemos que tenía razón otro grande de la música popular mexicana, José Alfredo Jiménez (a quien Martín Urieta llama “el santo patrono de la música popular mexicana”), cuando dijo: “Yo canto porque cantando se limpia el alma”.
Juan Gabriel es, sin duda, el mayor compositor y uno de los cantantes más singulares que ha dado Michoacán a la música popular mexicana, dentro de una larga lista en la que también hacen fila Chucho Monge, Gerardo Reyes, Felipe Arriaga, Federico Villa, Juan Valentín, el propio Martín Urieta y Marco Antonio Solís, el Buki.
Compositor fecundo y de un gran corazón imaginante, cantante dotado de una singular maestría para indagar y percibir los secretos del alma de la gente, artista con atributos suficientes para derretir su ser y desnudar su alma en el tipo de entrega que demanda el público de concierto, compositor poeta, la vida de Juan Gabriel podría ser definida en cuatro palabras: hambre, amor, constancia y pasión.
Desde ahora, luego de su partida, algo enmudece en la polifonía de quienes perpetúan y homenajean, con su voz e ingenio, la grandeza del dios Eolo; algo, también, se adelgaza y se vuelve aire en la vida que continúa; y hay algo entre sombras que nos dice que habrá de prolongarse aún más la noche del hombre.