Desde el 5 de marzo pasado, fecha en que las y los guerreros buscadores de Jalisco descubrieron y denunciaron la existencia del rancho del horror, en el ejido La Estanzuela, una estadística de muerte y un olor a sangre molida pueblan los caminos de México.
México no era, antes de descubrirse los hechos del rancho Izaguirre, un oasis de verdor y tranquilidad ni una sucursal del Paraíso en la tierra.
Sería un error creer que un político, cualquiera que sean su color y su calaña, puede erigir un oasis, un Paraíso o un reino del bienestar. En política, los pecados de la inocencia cívica y popular suelen resultar muy caros y no se pagan en abonos.
México no era, antes de los hechos de Teuchitlán, una espiga de luz entre dos océanos ni el territorio de lo real maravilloso.
México no era y nunca fue un país perfecto: tenía sus “pecadillos”, sus “pecadotes”, un griterío mal acomodado en la sangre, una flor de conflicto amotinada y algunos renglones torcidos.
Sin embargo, un día México dejó de ser lo que fue y se dejó convertir en algo peor a lo que había sido; dicho con un sentido rúlfico, los abrazos del mal convirtieron a México en costra del susto y el espanto.
Si en seis años de gobierno quince portadas de los diarios más prestigiados del mundo hicieron noticia el lado siniestro del señor López Obrador, por sus presuntos vínculos y andanzas con los carteles, las noticas que hoy circulan sobre México en la aldea global se cuentan por miles e incluyen a Youtube, Facebock, Instagram, Tik-Tok y otros ethos informáticos en los que nuestro país parece la capital del “Malamén”.
Es incómodo para la señora Sheinbaum que el mundo sepa que en México ha habido y hay campos de tortura y exterminio que sirven a la delincuencia organizada. Lo difícil de entender es la ciega y perversa obstinación de una parte del oficialismo en negar lo evidente. Escribió la escritora rusa, nacionalizada estadounidense, Ayn Rand: “Puedes ignorar la realidad, pero no podrás ignorar las consecuencias de ignorar la realidad”.
La noción de campos de tortura y exterminio viene de la Alemania nazi, donde el caudillo del mal, Adolfo Hitler, sometió a toda clase de vejaciones y finalmente a la muerte en hornos crematorios a millones de judíos.
En cuanto al mal y a las técnicas del mal, José Stalin, oriundo de la República de Georgia, no era zopenco ni palurdo y tampoco ningún taimado. Replicó y mixtificó las técnicas de los zares y los nazis para controlar y someter al pueblo soviético, creando en Siberia lo que Alexander Solyenitzin llamó el Archipiélago Gulag, la isla de Shajalín y otros campos de concentración y exterminio para eliminar a opositores y disidentes del irreal “socialismo real”.
Hay un México del dolor que ya no siente, porque no se puede sentir cuando ya no se pertenece al reino de lo tangible y lo sintiente.
Hay un México del dolor que trae el alma descalza y el corazón en el puño de un sollozo, porque se trata del alma y el corazón de padres y madres buscadoras, que además de no haber encontrado los ojos ni el cabello del hijo desaparecido, tampoco han localizado en el lado gubernamental la comprensión, la empatía ni el abrazo fraterno de quien debió protegerlos.
Hay un México del dolor en los casi 200 mil mexicanos víctimas del fusil, el arma larga, el arma blanca o el crematorio clandestino, cuya única vitalidad literaria radica hoy en haberse convertido en estadística fúnebre y en cifra mortuoria de un país en llamas.
Hay un México del dolor y el despojo detrás de la huella de tantos miles de desplazados y desarraigados por la violencia criminal en cada región, pueblo, hondonada y rancho en que se ha violentado a las familias y su patrimonio.
Hay un México del dolor detrás del rostro triste y descompuesto de tantas víctimas.
Hay un México del dolor que mientras más busca a sus seres queridos en la calle, en las fosas clandestinas, en los ranchos del horror y en los campos de exterminio, sin encontrarlos, más pone sal en su propia herida.
Hay un México del dolor que clama al cielo, porque en el suelo de México el círculo del poder no quiere escucharlo.
Pisapapeles
Si la señora Sheinbaum se aliara con el México del dolor, muy probablemente se libraría de las rejas e intereses que la encadenan, y ese México -el del dolor- no le daría la espalda.
leglezquin@yahoo.com