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marzo
2 marzo, 2024

El poder es canijo

Después de más de 30 años de hacer análisis jurídico y político sobre el poder, estoy en condiciones de afirmar que este fenómeno, en un gran número de casos, es un potro salvaje y sin freno al que sólo se puede controlar con ética personal, resortes de autocontención interior y cierta espiritualidad y cultura.

El poder, en cualquiera de sus formas, es un instrumento peligroso, sobre todo cuando no tiene escrúpulos y carece de conciencia de sus propios límites. Son incontables los autores y estudiosos, entre ellos Bertrand de Jouvenel y E. M. Cioran, que han advertido en el poder una esencia maléfica o un carácter demoníaco. Y aunque la principal víctima de esa maquinaria es el usuario del mando, se debe saber que el poder daña el entorno cuando contamina lo que toca.

No hay nada mejor que el poder en manos inteligentes, el cual puede ser una bendición para una sociedad, porque en manos tontas e ignorantes el poder puede ser una migraña, un dolor de muelas o un largo e insufrible capítulo de destrucción. Es el caso de México.

No obstante, el fenómeno del poder había sido insuficientemente estudiado, hasta que el científico británico David Owen, quien fue miembro de la cámara de los Lores y canciller, lo estudió desde la neurología.

Owen, en su estudio “En el poder y en la enfermedad” (Editorial Siruela), rastreó un antiguo término de la etimología griega, llamado indistintamente Hubris o Hybris, para catalogarlo clínicamente como el Síndrome de Hubris o Hybris, que consiste en un gran apego o adicción al ejercicio del poder, el cual significa desmesura, orgullo y arrogancia: lo opuesto a la sobriedad y a la moderación.

Los griegos empleaban el término Hubris o Hybris, para describir el comportamiento humano claramente caracterizado por una arrogancia desafiante frente a los dioses, o por la insolencia de creer que se puede obtener mucho más que aquello que el destino depara a las personas. Es decir, es el problema del ego sobredimensionado. De acuerdo con David Owen, el Síndrome de Hybris no es una enfermedad sino un trastorno psiquiátrico, pues se lo considera un subtipo o una variante del trastorno narcisista de personalidad, al que viven expuestos muchos políticos, gobernantes y gente con poder.

Si bien el trastorno narcisista puede identificarse por su inclinación a la grandiosidad, su tendencia a la desmesura, sus aspiraciones casi mesiánicas y su poca capacidad empática para escuchar, también se encuentra muy relacionado con la obsesión a la autoimagen, que eventualmente puede llegar a generar una desconexión con la realidad.

Si el Síndrome de Hubris se asocia con el cultivo de la soberbia, la prepotencia y la falta de humildad, dice Owen que “las personas modestas, abiertas a la crítica y con un sentido del humor más desarrollado, tienden menos a desarrollar el Síndrome de Hubris”. David Owen afirma que “las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder terminan afectando a la mente”, pues llega un momento en que “el hombre con poder deja de escuchar, se vuelve imprudente y toma decisiones equivocadas creyendo que son las correctas”.

Es cierto que el Síndrome de Hubris puede estar presente en la empresa, en la vida personal, en una vocación artística o intelectual y hasta en la sopa, pero es más privativo de atmósferas en las que el poder actúa como un mecanismo de compensación, o donde aparece como el gran referente del reconocimiento y el éxito social.

En los días recientes, México ha vivido varios episodios del Síndrome de Hybris. En uno de ellos, el presidente se negó con arrogancia a contestar un cuestionario del diario New York Times, y a cambio hizo público el número telefónico de la jefe del buró de corresponsales en México, Natalie Kitroeff, exponiéndola a los amagos y peligros que pueden surgir del anonimato o las sombras en el México de hoy. El que un gobernante se sienta intocable y se niegue a ser confrontado con el pétalo de una pregunta es, desde luego, un guiño del Síndrome de Hubris.

Después de esto, el presidente se colocó por encima de la Ley de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, para justificar el acto ilegal de haber hecho público un número telefónico, tutelado y protegido por dicha ley. Una vez más, el presidente volvió a dar muestras de que el Síndrome de Hybris lo sigue muy de cerca, porque en un sistema democrático ninguno -ni siquiera él- está por encima de la ley: de ninguna ley.

En esos días, entre el jueves y el domingo anterior, con al hablar naco y ofuscado que de sobra le conocemos, el presidente cometió el error de referirse a la soberanía nacional y a su dignidad, en términos que un buen asesor político le habría reprochado ipso facto. La arrogancia y la desmesura de todo esto, radica en que el titular del Ejecutivo no tiene tolerancia a la crítica, no sabe distinguir si una publicación pone o no en riesgo la soberanía nacional y desconoce el tacto de sabiduría y prudencia que Polibio y Gracián aconsejaban al político y al gobernante.


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No se equivocó Eurípides: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”.

leglezquin@yahoo.com

2 COMENTARIOS
    Federico

    Sería bueno en procesos filosóficos y sociológicas hacer análisis de poder y autoridad. Su sentido moral, los significados teológicos y etimológicos para conocer las diferencias entre tener poder y tener autoridad…

    Leopoldo González

    Tiene razón, Federico. Es importante la distinción entre lo que es tener poder y lo que es tener autoridad. Ejemplo: el actual gobierno populista de México tiene más poder del que puede manejar, pero a cambio vive ayuno de autoridad (comenzando por la autoridad moral).

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