Desinflar al presidente
Por Leopoldo González
El presidente de la República trae en su interior un México emocional que le impide ver con reposo y respeto, con claridad y objetividad, el país que debería estar gobernando.
Diariamente, sin clara conciencia del peso de la palabra y el poder presidencial, desde el púlpito mañanero se erige en repartidor de estigmas e insultos, en demonizador de críticos y adversarios, con la intención de que todos asumamos el país unifocal que él ve, sin detenerse a considerar, con humildad, que en el fondo sus críticos podrían tener razón, pues el país que se ve con ojos de racionalidad es más real y consistente que el de su ego inflado.
Le falta la categoría y la estatura de aquellos que, aún con su ideología y sus insuficiencias y defectos, supieron gobernar para todos con visión de Estado, sin tener la casa en llamas antes de cumplir dos años en el ejercicio de gobierno.
Lo peor de gobernar a un país con las filias y las fobias por delante son los costos. Algo aún peor es cuando las fobias polarizan y envenenan la vida de una nación. Eso es lo peor. El tiempo -como ocurre casi siempre- irá pasando la factura.
Y las facturas se pagan en presente o en futuro. No hay de otra.
Hoy no hay un programa de inversiones, que tanta falta le hace al país para crear empleos y dinamizar la planta productiva, primero porque -ignorando la economía- estiman que todo debe destinarse a obras tan faraónicas como inútiles, que por cierto no arrancan, como Santa Lucía, el Tren Maya y Dos Bocas; y segundo, porque teniendo una relación maltrecha con el sector privado, los empresarios e industriales no invertirán capitales fuertes sino migajas en un gobierno que no los invita y en el cual no creen.
En el futuro, debido a que la pobre visión presidencial sigue siendo imponer su agenda y favorecer a los suyos con la adjudicación de obra, tampoco veremos un país unido e industrioso que se parte el lomo por salir adelante, sino algo muy distinto: edificios e infraestructura pública rumbo al deterioro, creación ausente de infraestructura para el desarrollo, cancelación o abandono de más programas gubernamentales estratégicos y un cambio de prioridades: no hacer que el pobre se valga por sí mismo y se haga cargo de su vida y sus sueños, sino volverlo carne de cañón y ´esclavo clientelar´ de estructuras que no entiende, para que a hombros suyos descanse la dictadura populista que viene. ¿Alguien, todavía hoy, lo duda?
El abandono de la educación hoy, dejándola en manos del lucro sindical y a cargo de agitadores y no de expertos, nos verá en el futuro sin la economía del conocimiento y eligiendo gobiernos peor de mediocres que el de AMLO.
Un campo sin incentivos gubernamentales ni tecnificación hoy, viviendo de glorias pasadas, económicamente quebrado, sin capacidad para producir frutos y verduras de calidad y sin redes de comercialización de sus productos, puede ser mañana el clavo ardiente de la desesperación o el coágulo de muerte en la sangre del pobre.
El obrero que no tiene trabajo hoy, porque ayer votó por un gobierno que no sabe preservar ni crear empleos, y además ni le importa, puede ser mañana peón de estribo de la tiranía de los peores o la punzada por la que comience la revuelta social de los mejores.
México no tiene al presidente que se merece ni va por el rumbo correcto. Los ejemplos de países que han apostado a proyectos similares -alineados con el Foro Social de Sao Paulo- hoy están en la ruina.
Todavía hoy, con un país colocado en la senda del derrumbe, no sabemos qué tenga que ocurrir para que el adormilado despierte, el sonámbulo salga de su trance, el anestesiado se libre de los químicos que lo inmovilizan y el inconsciente se coloque encima del umbral de su inconciencia, para revertir la situación actual. Pero algo tenemos que hacer, porque -como bien afirmó el grupo de científicos e intelectuales del 17 de septiembre- “esto no puede continuar así”.
El presidente de la República trae un país agitado, convulso, arrebatado en las venas, que es el que más o menos reproducen sus seguidores en la intemperie civil. Sin embargo, ese no es el país real: si lo fuera ya habríamos “domado” a la pandemia, tendríamos un clima de seguridad propio de un gobierno eficiente y cifras económicas con un comportamiento diferente.
Ni el temblor de vísceras ni la palabra destemplada son la mejor combinación, ni el mejor consejero, para conducir los destinos de un país como México.
Pisapapeles
Hoy por la noche -yo escribo el martes 29 de septiembre- será el primero de tres debates rumbo a la Casa Blanca. Tengo confianza en el triunfo de Joe Biden. Las razones por las que no es recomendable una victoria de Trump en EU, son casi las mismas por las que no conviene perpetuar el obradorismo en México.
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