Un robo sin apellido
Por Jaime López Rivera
Cuando un libro nos atrapa, es común que el lector se sienta identificado con alguno de los personajes. A veces con el principal. Pero hay ocasiones en que, por circunstancias de la vida, nos vemos obligados a actuar como él. Esto ocurrió con un servidor, años después de leer El Coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez.
De manera semejante al coronel (cuyo nombre no nos revela el Nobel colombiano), tuve que estar visitando, una y otra vez, las oficinas de Correos de México, ubicadas en el número 67 de la calle Yucatán, en la colonia Molino de Parras, de esta ciudad. No lo hice cada ocho días, como el personaje principal de la novela, sino cada mes. Si el coronel iba a preguntar por una carta en la que esperaba le autorizaran la pensión a la que tenía derecho por sus años de servicio en la “Guerra de los mil días”, yo me presentaba a preguntar por la funda de una cámara fotográfica que había comprado en el vecino país del norte y olvidada en la casa de la familia que me dio alojo. Igual que al militar retirado, a mí también se me daban respuestas que me alargaban el rostro camino de regreso al hogar; y lo mismo que él, compartía con mi esposa la reiterada negativa.
Después de dos años de estar preguntando por la funda de mi cámara (que me habían enviado vía el Correo Mexicano), me atreví a preguntar:
—Bueno, y si ya no vengo más a preguntar por la funda, ¿qué harán con ella cuando por fin llegue? Porque creo que algún día estará aquí.
Un tanto incómodo, el empleado me respondió:
—Siempre que ha venido, le he dicho que, si el envío no fue certificado, no podemos hacer nada porque no hay un número de guía para poder “rastrearla”.
—Ya no me interesa la funda, aunque no hay de ese tipo aquí en Morelia —le dije—, lo que ahora deseo es saber qué harán cuando ya no se reclame.
—Yo lo único que le sé decir es que hay un almacén, y pues allí estará, y si ya no viene a preguntar por ella, pues no sé…
“Eso sí, ya calienta” —pensé recordando la frase preferida de mi primo Aníbal López Rivas— y abrí el fuego.
—Como ese artículo habrá muchos que no vienen ya a reclamar y…
—Eso si no lo sé, me interrumpió el empleado—; y perdóneme, pera ya vamos a cerrar.
Caro lector: le ruego seleccionar entre los verbos siguientes el que usted crea que debe aplicarse en casos como el que ocurrió a un servidor: Robar, hurtar, esquilmar, sustraer, escamotear, pillar, caquear, rapiñar, quitar, saquear, sisar, limpiar, estafar, despojar, privar, expoliar, desvalijar, sustraer, apandar, asaltar, defraudar, depredar, atracar, trincar, pringar, o algún otro que usted conozca. Se lo solicito porque cuando es la autoridad, léase el gobierno, quien toma lo que no le pertenece, no sé cuál término debería aplicarse.
N B.- Un amigo personal que conoció el artículo antes de enviarlo me aseguró que no era un verbo lo que yo buscaba sino una oración semejante a: “Ejercicio del supremo derecho que a la autoridad le otorga la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y que legitima… bla bla bla.”