Viaje a Italia
Por David Noria
Casco viejo de Milán
me pregunto de qué sirvo.
No para levantar catedrales y palacios
proyectar castillos ni fuentes,
álgebra de los sabios arquitectos
que ponen calle a nuestros pasos
techo a nuestra indigencia
descanso a los ojos.
Me pregunto de qué sirvo.
No para pintar ni esculpir.
Otros han plasmado ya la luz viva en la pupila,
la piedad en el rostro extenuado,
el pliegue del lino en el mármol,
el beso secreto,
una espina en la pata del león,
la alegoría de los ciclos.
Jardín botánico después del rocío
el murmullo del agua con su néctar presuroso
atrae a la colmena de las hojas
-y ya el árbol se suelta el cabello-.
O a ejemplo de la lluvia caen también las altas flores
pero no como gotas
sino en lento rocío de la seda,
cascada perezosa de las fibras.
Y porque no han de volver a la copa
se despiden de ella flotando un momento
agitando la palma abierta del aire
como si fuera un pañuelo.
Alguien ha dispuesto la frescura y los aromas
de las ramas y los follajes
en este verde laberinto del sosiego.
Y ha hecho un bien incalculable
y el sábado descansó y tomó un café en la plaza del Duomo
el jardinero.
Yo, que no sé de cosechar ni de tierra,
que no conozco de farmacopea.
¿A quién debo agradecer por la palabra scusi,
por la palabra prego y a quién debo agradecer las gracias?
Porque cuando digo grazie
los ojos que me miran se iluminan.
Yo, que no sé inventar palabras,
que las encuentro todas hechas,
talismanes cargados, llaves,
monedas gratuitas.
Puedo recogerlas del aire
hacerme rico
nadie es avaro de palabras.
Hay quienes llevamos sacos enteros de ellas en la espalda
recogidas como se arranca la manzana al estirar
en los tiempos mejores de la estirpe
la mano desnuda en el huerto.
Milán, 23 de junio de 2021