16th

enero
16 enero, 2025

Los nacionalismos

El nacionalismo es un fenómeno característico de cada país, que da forma a lo que sociológicamente llamamos ideologías de la identidad.

Ello no excluye al nacionalismo de ser un producto ideológico y político que exige revisión y examen, pues suele ser usado como distractor y como instrumento de manipulación de masas y clientelas.

Poéticamente, el nacionalismo es el tronco del árbol, el hilo de agua del arroyo, el humor de la tierra, una puesta de sol en un balcón de la Tierra Caliente o un viaje de regreso al país natal, pues, de acuerdo con Gertrude Stein, “cada quien es como es su tierra o su aire, / cada quien es según haya o no viento allí”.

Por esto, cuando se habla de nacionalismo es ineludible hablar de todo lo que incluye: el humor del hombre y la tierra y las mil y un variadas formas de ser nacionalista.

Si nos atenemos a una definición sencilla, el nacionalismo es uno de los pocos nombres al que acompañan muchos apellidos.

El nacionalismo es un sustantivo que debiera conjugarse en plural, no sólo por su gran riqueza conceptual, sino porque existen el nacionalismo ideológico y el político, el cultural y el educativo, el científico y el tecnológico, el económico y el energético, el gastronómico y el deportivo, el religioso y el folclórico, etcétera, y todos ellos reivindican una forma particular de amor y compromiso con la nación.

Una división poco teórica y más sencilla y convencional, autorizaría a distinguir entre dos tipos de nacionalismo: los nacionalismos fríos y los nacionalismos calientes.

El nacionalismo frío no lo es porque sea un témpano de hielo en la sangre, o porque encarne los fríos glaciares de Groenlandia o la Patagonia, sino por su pragma, la temperatura de su racionalidad, su carácter técnico y su lenguaje mesurado y estructural.

El nacionalismo caliente es ideológico y está hecho de pasión, visceralidad, creencias, fanatismo y trincheras mentales, al punto de que podría definirse como un temple ideológico de púas verdaderas.

En una batalla entre un nacionalismo caliente y un nacionalismo frío, es muy probable que alguno de los dos sobreviva. En cambio, una batalla entre dos nacionalismos calientes sería casi una disputa teológica, y ninguno de los dos sobreviviría para dar testimonio de su supuesta superioridad.

Más allá del nacionalismo caliente sólo hay una cosa: el chovinismo, esa caldera de pasiones entendida como la forma más extrema, la más ciega y rabiosa del nacionalismo.  

El nacionalismo como blasón de guerra es el peor de los nacionalismos, porque su cimiento no es un complejo de inferioridad, sino una inferioridad real.

Tensar la liga en una relación bilateral, e incluso amagar al otro con “levantamientos” o coaliciones multinacionales en defensa de la soberanía, es lo más antipolítico y lo más antidiplomático que puede hacerse en una coyuntura de crisis.

Acudir al nacionalismo para distraer a la gente respecto de otros desbarajustes internos, además de poco honesto y poco serio, es indigno de quien cree tener la voz verdadera y el monopolio del nacionalismo.

La fuerza de un país no está en las grandes palabras del demagogo, casi siempre vacías, ni en el discurso retador de quien sólo pretende embelesar los oídos de sus seguidores. No seré yo quien diga dónde está la fuerza de un país, porque eso debieran saberlo quienes recibieron la investidura del voto popular.

2025 no será un año fácil para México.

La segunda presidencia de Donald J. Trump tampoco será fácil, ni para los mexicanos de aquí ni para los que han conocido las mieles y las hieles del sueño americano.

El nacionalismo fecundo está más cerca de la democracia que del autoritarismo: consiste en un gobierno que sea los ojos, la voz, la conciencia y los intereses de todos, y eso, por el momento, no existe en México.

Mientras más se quebranta la unidad en un país, más se le debilita y se le deja a merced del olfato y las tarascadas del lobo. Escribió Octavio Paz: “No hay nada más peligroso que un lobo suelto”.

Cuando un país no va bien, puede ir regular o mal, con una sola excepción: también podría ir peor.


Pisapapeles

Los nacionalismos son como todo: no tienen comprado el tiempo ni el agua de la eterna juventud, lo que los puede herir con los óxidos del tiempo y volverlos piezas arqueológicas de obsolescencia discursiva.

leglezquin@yahoo.com