28 septiembre, 2023

Leopoldo González: El caso Ayotzinapa

El caso Ayotzinapa, ocurrido el 26 y 27 de septiembre de 2014 en los municipios de Iguala y Cocula, en el Estado de Guerrero, es una muestra actual de que en México casi nada funciona bien, porque emplear nueve años para resolver un entuerto y no hacerlo significa que tenemos un sistema jurídico tullido y un Estado fallido.

Las tesis de por qué ocurrió la tragedia de Ayotzinapa pueden ser muchas, la mayoría de ellas con cierta validez si se las juzga por su grado de aproximación a la verdad, pero yo tengo una: la tragedia de Ayotzinapa, en la que fueron desaparecidos y quizá asesinados 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, ocurrió porque en su interior la izquierda mexicana no sabe aceptar y tampoco procesar sus diferencias, en gran medida porque no se le da el diálogo inteligente y racional.

La tendencia a hacer de las diferencias un lugar común es habitual en la izquierda; más aún, la propensión a radicalizar y a enconar esas diferencias es todavía más habitual en esa zona del cuadrante ideológico; pero hay algo peor: dicha tendencia que trastoca las diferencias en disputas casi teológicas o irreconciliables, es un fenómeno que explica las fracturas y debilitamientos cíclicos en la historia de la izquierda. Esto ilustra que la tan ansiada unidad de la izquierda no se funde en programas e ideas, sino en el personalismo iluminado de un individuo, que puede ser el cabecilla, el caudillo o el mesías.

Todo estaba alineado en el Guerrero de nuestras desgracias, para que el PRD remplazara al PRI en cada centímetro de la geografía estatal, porque López Obrador, como perredista, tenía en un puño al gobernador Ángel Aguirre Rivero y en otro a José Luis Abarca y esposa, que con su bendición buscaban reelegirse en la presidencia municipal.

Pero un día apareció el demonio de las diferencias de izquierda y estas condujeron a la desaparición de los 43 y, quizás, al baño de sangre de la noche de Iguala: los estudiantes de la Escuela Normal Rural, que como aliados habían votado por él y por Ángel Aguirre Rivero, se le “atragantaron” en el gaznate y en el ánimo a José Luis Abarca y a su esposa, que ya para entonces habían armado una sólida alianza estratégica -en las sombras, como suelen pactar los rufianes- con el cartel de Guerreros Unidos y con algunos contactos de Los Rojos y Los Ardillos.

La historia que vino después, en parte la conocemos todos: un desencuentro mortal en la izquierda, que con el tiempo desembocó en la desaparición y posible incineración de los 43, terminó usándose como un estribillo tramposo para acusar en el aire que aquello había sido un “crimen de Estado” y, poco después, para desacreditar y descalificar las líneas periciales de la “verdad histórica” del caso Ayotzinapa.   

Andando el tiempo, tras cumplirse 9 años de la tragedia de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, de la que 50 años antes había egresado y sido profesor Lucio Cabañas Barrientos, fundador del Partido de los Pobres (PDLP) en los sesenta, varias cosas sueltas deben ser aclaradas en honor a la verdad histórica y jurídica del caso.

Por todo lo que se ha dicho y escrito sobre aquel suceso lamentable, la desaparición de los 43 y su probable asesinato no fueron una orquestación del poder ni de las fuerzas armadas de entonces, sino una consecuencia lógica y natural de las rivalidades, disuasivos, revanchas y complicidades inconfesables de una izquierda regional poco apta para procesar con madurez sus diferendos y conflictos.

La versión maniquea y sin sustento de que aquello fue un “crimen de Estado”, además de risible y fantasiosa resulta traída de los cabellos, porque el Estado es una totalidad a la que no representa ninguna de sus partes y por la que no habla ninguna de sus malformaciones o tumores malignos. En sentido estricto, el Estado es más que una de sus montañas o pueblos polvorientos y mucho más que una gavilla delincuencial integrada por seres disfuncionales.

Por lo que ahora vemos, la primera administración de izquierda opositora en el país no ha podido resolver con investigación el problema de Ayotzinapa, y lo más seguro es que su mutua relación de coqueteo y apapacho termine en pleito y conflicto, tal y como corresponde a una izquierda que nomás no se halla.

Las causas a las que López Obrador consiente y defiende son las de los generadores de inestabilidad y conflicto; por eso ofreció, al inicio de su gobierno, que echaría abajo la “verdad histórica” y daría puntual respuesta a las madres y familiares de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Ya vimos que no pudo, porque este problema también le quedó grande y de paso perdió la alianza estratégica que tenía con la montaña y la costa guerrerense.

En el camino de lo no resuelto han quedado otras madres buscadoras y otras víctimas de la delincuencia, porque las únicas causas que existen en este país son las suyas; las válidas y legítimas son las que él palomea; incluso, las causas atendibles son sólo las que le son útiles y le reditúan simpatía social o apoyo electoral, porque las demás son las causas de los otros y esas no tienen ninguna importancia. Esto es -lamentablemente- lo que hay. Pobre país.

Una metáfora de tiempos de oscuridad podría ser sal en la herida: lo que sucumbe en Ayotzinapa es lo que muerde el polvo en todo México.

 

Pisapapeles

Hay pueblos que ya no saben ni en qué creer para restituir a su vida la esperanza.

leglezquin@yahoo.com             

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