El gran desacomodo de México
Por Leopoldo González
El ya próximo gran reacomodo del mundo, al que llegaremos en unos meses, se traducirá en el gran desacomodo de México.
La aparición del COVID-19, en el mercado de reptiles de Wuhan, el 31 de diciembre del año pasado, donde un murciélago contagió al primer humano, detonó dinámicas a las que no estábamos acostumbrados: evidenció la fragilidad de la sociedad humana, exhibió el carácter endeble de ciertas economías y algunos gobiernos, actualizó la vieja pregunta de hacia dónde va el mundo, reavivó la antigua cuestión de cuál es el destino final de lo humano, puso en crisis a los sistemas sanitarios y epidemiológicos de varias naciones, introdujo severos ajustes en la economía mundial y nos hizo preguntarnos qué es lo que sigue después de una crisis de semejantes proporciones.
Poco a poco, de entre las sombras del desconcierto y la zozobra, surgen las intuiciones y las percepciones cobran cuerpo. Para algunos el mundo no podrá volver a ser el mismo después de esta pandemia. Para otros, el tamaño y la profundidad de la sacudida mundial tienen un sentido: indican que algo va a cambiar en nuestras vidas y en la vida de los demás. Ya entrados en diagnósticos y previsiones, algunos más advierten que pronto una cascada de cambios -sobre todo de estilo de vida y orden económico- se hará visible en el gran teatro del mundo.
A estas alturas del desarrollo de la pandemia resulta clara una cosa: en algún punto la crisis sanitaria y pandémica se convirtió en algo más: se volvió crisis petrolera, inestabilidad cambiaria, desplome de las bolsas y los mercados, volatilidad financiera, caída de la economía global.
En este contexto, nada más válido y oportuno que preguntar si México está preparado, bien pertrechado y con capacidad suficiente para resistir y superar el vendaval que viene.
Voy a aventurar una hipótesis: en unos días la crisis del “coronavirus” se convertirá en la crisis del “ecovirus”; entonces se verá que los daños de la pandemia en la sociedad y los sistemas de salud, serán infinitamente menores que los daños que ya produjo -y seguirá multiplicando y profundizando- la crisis del “ecovirus”.
Con otro tipo de gobierno, más serio y responsable y apegado a los dictados del pensamiento científico, ambas crisis habrían sido más manejables sin salirse de control. Con el actual, “el charlatán de los amuletos y estampitas”, no es posible pensar que se estén tomando decisiones bien estructuradas: cualquier complicación se vuelve un problema, los problemas acumulados desembocan en cuadros de crisis y las crisis mal encausadas conducen a las naciones a la catástrofe.
México viene de un 2019 pésimo, en el que, luego de hilar diez años seguidos de crecimiento bajo pero sostenido, nuestra economía dejó de crecer y comenzó a decrecer, prefigurando así un cuadro de recesión prolongada.
La cancelación de obras estratégicas (el NAIM y la planta cervecera de Mexicali, entre otras) y los cierres masivos de empresas hicieron del pasado uno de los peores años en materia de empleo: se perdieron docenas de miles y no se creó uno sólo.
Los pronósticos de crecimiento económico para este año siguen a la baja. Por poner dos casos, caerá el PIB turístico 7.4 por ciento y se prevé un crecimiento negativo de la economía mexicana que podría situarse en menos 4 por ciento.
La quiebra de PEMEX, cuyo rescate ya demanda más de 7 mil millones de dólares, y la devaluación del peso frente al dólar, que seguirá deslizándose a niveles históricos en las próximas semanas, no son noticias solamente malas: son pesimamente malas para un gobierno que no sabe gastar ni invertir y todo lo está dilapidando en gasto social, sin detenerse a considerar el daño generacional que le hará al país.
En estos momentos, antes de que la recesión global nos coja desprevenidos y tome la lógica desaforada de una montaña rusa, conviene que el gobierno se deshaga de proyectos inútiles, costosos y faraónicos como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, porque los miles de millones que está tirando ahí le harán falta para sortear el tornado que viene. Aún está a tiempo, pero le falta lo principal: inteligencia de Estado.
Hay algo aún más preocupante que viene a agravar los malos augurios: el hecho de que la ceguera y la necedad sean como la voz y el eco en el oficio de gobernar.
Cuando ese momento llegue, México va a necesitar algo más que amuletos, estampitas y supersticiones de religiosidad popular para mantener a flote su economía y salir intacto de la sacudida de vértigo que viene. Al tiempo.
Pisapapeles
La crisis del “coronavirus” va a afectar los sistemas inmunológicos y los soportes anímicos de miles en el mundo; pero la crisis del “ecovirus” va a dejar a millones de economías personales y corporativas en la bancarrota.