El ideologismo no es una doctrina, tampoco una ideología ni un sistema de ideas: es una postura pragmática de uso político cuyo rastro puede escarbarse en Lenin, Hitler, Mussolini y Stalin y, como tal, sirve para justificarlo todo -incluida cualquier cosa- en nombre de la ideología.
El ideologismo no es una palabra nueva y tampoco de uso común; el vocablo que más se le aproxima es el de “ideocracia”, de uso frecuente en la obra ensayística de Octavio Paz, con el cual definía el peso de las consignas ideológicas en los regímenes totalitarios.
El término ideologismo define con mayor justeza y precisión la era de los liderazgos autoritarios en la cual vivimos, no sólo porque se lo usa como soporte y justificación de los nuevos despotismos, sino porque además se usa a la “razón ideológica” -como un vulgar chicle- para todo: para señalar un rumbo supuesto, para hacer “análisis” gaseosos sobre lo coyuntural y estructural, para condenar un pasado en nombre de un presente sin rostro y hasta para justificar con cinismo el que los asuntos y tareas de gobierno salgan mal.
El ideologismo -en sentido estricto- es un pragmatismo de la maldad, la perversidad, la ruindad y la bajeza, pues en nombre del “pueblo” se diezman los fundamentos y la dignidad de lo popular y en nombre del “bien” se hace el mal, trastocando lo que son la ética y la moral en un sistema democrático.
Dicho en términos sencillos, el ideologismo es una mirada unifocal excluyente que consiste en ver, juzgar y subordinar todo en la vida pública del país al bien superior de la “ideología”, porque -para ese remedo de pensamiento único- no hay ni puede haber nada por encima o superior a ella.
Ahí donde las fronteras ideológicas se han deshecho y los distingos entre lo “malo” y lo “bueno” no dependen ya de una filosofía moral sino de la ideología, el ideologismo no es sólo una burda dislocación de la racionalidad sino el baturrillo ideológico que identifica lo ruin de una causa y la praxis política que define al género rufián.
El ideologismo no es una visión con coherencia y lógica interna, sino una mescolanza de enfoques diseñada no para apelar a la cultura y a la racionalidad de las personas, sino para apelar a sus instintos psicológicos básicos y a sus insatisfacciones humanas más profundas, por lo cual sus principales centros de reclutamiento social se hallan en la marginalidad y la periferia, donde florecen con más prestancia el resentido social, el “hombre-masa” y el hombre antisistema.
El ideologismo se basa en explotar el poder de las creencias sociales y populares, sin importar cuál sea su origen, su significado y sus finalidades, pues las creencias generan más seguidores y fanáticos que las ideas y son la materia de consumo que seduce a las masas. Junto al poder de la creencia, el poder de la ilusión es lo que más atrae al hombre.
El uso del ideologismo, en tiempos de Hitler, sirvió a la retórica y a la propaganda nazi para justificar la persecución y el exterminio de los judíos y, desde luego, para justificar el tamaño de la barbarie que el mundo conoció años después.
Con Mussolini, en Italia, las cosas no fueron distintas: se hizo del diferente un enemigo del “orden nuevo”, y el ideologismo fue la piedra de toque conceptual para erigir el culto a la personalidad del Duce.
En su caso, “el padrecito Stalin” no fue la piedra bruta sino el diamante en bruto del ideologismo ruso, que sirvió para justificar la muerte y ejecución de más de cuatro millones de campesinos que se opusieron a la colectivización forzada, y que fue útil, también, para justificar el sometimiento, la ocupación y la anexión sangrienta de 18 naciones al antiguo bloque soviético.
En la ofuscación por un pasado incómodo y en las nieblas de la ignorancia, muchos pueblos desconocen el peso de la oscuridad y de la crisis de esperanza, hasta que comienzan a padecerlas en la propia entraña. Ya para entonces, no es fácil ni les resulta posible urdir el retorno de la luz.
En México el rostro del ideologismo es como el juego del Yo-yo, que lo mismo se juega con la izquierda que con la derecha, aunque su espina dorsal es el populismo autoritario.
El ideologismo de cepa mexicana es de una gran incontinencia verbal pero ayuno de conceptos e ideas; asume poses fatuas de un saber histórico que en el fondo ignora; se quiere hacer el chistoso, pero no le va, porque lo suyo es el estilo burlón; su retórica de exaltación de los pobres es la de un fariseo, porque en realidad busca su multiplicación para consolidar el clientelismo electoral que lo hace fuerte.
El ideologismo es sumamente hábil y astuto, porque en el palabreo puede trastocar la oscuridad en luz, las ruinas en Paraíso y el camino al precipicio en redobles de victoria. Pero su esencia es una sola: es la contradictoria luz de una destrucción nacional anunciada.
En suma, el ideologismo a la mexicana es un peligro para México, para EU y para Latinoamérica, aunque a estas alturas sigue inadvertido para algunos o para muchos.
Pisapapeles
Si alguien sigue creyendo que el culto a la personalidad de un hombre es o representa la salvación de México, sencillamente ignora de qué está hecho el hombre, de qué está hecha la salvación y de qué está hecho un país como México.
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