Gobierno hecho bolas
Por Leopoldo González
La ineptitud de un gobernante y su partido se puede probar de muchas y muy variadas formas, pero una de ellas es la demostración de que dedica más horas del día y más semanas del año a los temas de agenda personal que a resolver los problemas del país.
Una muestra de lo anterior fue poner a las fuerzas armadas a desfilar en calles y un Zócalo vacío el 16 de septiembre, cuando lo patriótico habría sido desplegarlas por todo el país, sobre todo en Guanajuato y Michoacán, con la encomienda de abatir a quienes tienen como siervos y rehenes a pueblos enteros en El Bajío y la Tierra Caliente.
Incluso introducir la modalidad de un desfile nacional itinerante, realizado en zonas de alto riesgo como Sinaloa y la zona calentana de Michoacán, hubiese sido mejor alternativa porque las fuerzas armadas se ocupan donde se ocupan: ahí donde el narco y el sicariato tomaron ya la medida a pueblos enteros bajo su control y dominio.
La ineficacia de un gobierno hecho bolas puede probarse, también, en que a él le importa más posicionar sus necedades y estrechos dogmatismos ideológicos, en lugar de atender los urgentes problemas del país y aplicar las soluciones que más convengan frente a cada uno de ellos.
Una muestra de esto último fue volcar a todo el aparato de gobierno -comenzando por el canciller de luces opacas- en la preparación de la fallida y fracasada cumbre de la CELAC, el fin de semana pasado, en la CD.MX, mientras la crisis migratoria en la frontera sur se salía de control, desnudaba la falta de pericia de los agentes mexicanos y ponía a tambalearse toda la concepción de política exterior de la 4T.
Lo mismo que ocurría en la frontera sur sucede a diario con los migrantes en todo el país, deseosos de llegar a la frontera norte y alcanzar el “sueño americano”. Vienen de un mundo de estructuras políticas desahuciadas y de economías rotas; vienen huyendo de las pesadillas populistas del sur y el Caribe y otros lados, porque no hay manera de hacerse vivir en ellas. Desafortunadamente, las crisis del gobierno de Biden y la ineptocracia mexicana han impedido que se convoque a una cumbre continental sobre el problema de la migración. De cualquier modo ocurrirá, pues el problema es cada vez más grave y creciente. Pero su realización podría llegar tarde, demasiado tarde.
La CELAC fue un fracaso, entre otras razones, porque asistieron menos de la mitad de los países que la integran; asimismo, porque el obradorismo no está entendiendo el estado de ánimo social y político de Latinoamérica; por último, porque los gobiernos de Uruguay, Paraguay y Ecuador denunciaron la tentativa dictatorial y autoritaria con que la cumbre fue convocada. De paso, exhibieron el tamaño real de Nicolás Maduro: un gigante con pies de lodo para el populismo, un enano para la democracia.
La incompetencia de un gobierno se demuestra, además, por el hecho de que desprecia o subestima los datos de la realidad con que la está obligado a gobernar, a cambio de estatuir en su lugar la “realidad torcida” del megalómano o la “realidad paralela” que le muestra el fantástico mundo de los “otros datos”.
Un gobierno con una economía quebrada y que va al precipicio, en la que menudean la escasez de dinero, se multiplican los cierres de empresas, faltan empleos bien remunerados, no hay ingresos suficientes para las familias y la inversión productiva está a la baja, es un gobierno inmoral que sólo busca trasladar la responsabilidad de sus errores y fracasos a los “villanos a modo” que fabrica su propaganda.
Eliminar órganos de gobierno y concentrar sus partidas y presupuestos en manos del Ejecutivo Federal, lo que hace es propiciar un paternalismo mesiánico y clientelar que a su vez adormece las facultades críticas del pueblo y nutre el servilismo social; por lo demás, es esta la sociedad ideal del populismo: una en la que la masa pierde de vista lo importante, lo sustancial y trascendente en la vida del ciudadano, para concentrarse en lo único que para ella vale la pena: el cheque clientelar de la sobrevivencia del día a día.
No obstante, y hablando de estilos de gobernar, hay un caso en el que la ineficacia y la ineptitud no son obra de ignorancia o falta de visión: ocurre cuando el cálculo político del poder, basado en la reproducción perversa del modelo, lleva al gobernante y a sus leales a hacer de la ineptitud y el desastre un sistema, para inducir el deterioro de los indicadores económicos y las condiciones sociales, con el propósito de generar y acentuar en la masa clientelar la necesidad de un gobierno que da, no de uno que exija y sea facilitador del crecimiento económico.
Por supuesto, cualquiera de los calificativos o epítetos que puedan ser sinónimo de ineptitud gubernamental, son comunes a todos los gobiernos porque no hay gobierno perfecto. La diferencia está en que hay gobiernos con humildad y dispuestos a corregir el rumbo, y los hay, también, que no conocen la palabra humildad y tampoco están dispuestos a corregir nada, pese a que la evidencia indique que están a la cabeza de un gobierno que no sirve y de un país en descomposición.
Al margen de que algunas democracias no han inspirado confianza y le han fallado a sus sociedades, lo cierto es que, en el caso de América Latina, la ineptitud burocrática ha sido obra de los personalismos políticos, los populismos de izquierda y las dictaduras.
Pisapapeles
En tiempos políticamente raros e intrigantes, la ineptitud de los de arriba es frecuentemente premiada por la ineptitud de la opinión de los de abajo.
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