Las cosas como son
Por Leopoldo González
El presidente de la República no es persona de buen corazón, pero hay que admitir que tiene la buena intención de “sacar al buey de la barranca”, de hacer de México un país grandioso y, de ser posible, una sucursal del paraíso en la tierra. Eso que ni qué.
Pero no ha entendido que es, tan sólo, el titular de uno de los poderes del Estado: ni menos que eso, pero también, nada más que eso.
Casi a diario tropieza con mil dificultades; sus proyectos no son factibles ni bien vistos por la mayoría; enfrenta reveses -¡y qué bueno!- de una parte del poder judicial que aún mantiene su dignidad e independencia; le llueve sobre mojado (así como él hace que le llueva sobre mojado al país), y seguramente termina las faenas del día con la sensación de que lo ha hecho todo; sin embargo, la terca realidad muestra que no ha logrado mayor cosa.
¿Qué ocurre ahí donde el gobierno de la República sería “lo nunca visto” y termina siendo peor que “lo siempre visto”?
¿Qué pasa ahí donde una “generación de gigantes” pondría en paz a los enanos y se haría cargo de un cambio monumental que sorprendería a tirios y troyanos, pero cae en cuenta que no puede con lo ofrecido, que no puede con el paquete?
¿Tiene algún sentido la terquedad de mantener el mismo “rollo”, cuando ese “rollo” no se finca más que en el gobierno del palabreo y el salivazo, y la realidad prueba que no está funcionando?
Si intentamos un diagnóstico de por qué no está moviéndose el país, de por qué no está funcionando la visión “faraónica” de la 4T, quizás nos llevemos algunas sorpresas o quizás no.
A continuación, algunas razones del shock, o del pasmo nacional:
1.- El presidente no sabe, o no ha querido, o se ha negado a ser presidente de la República en toda la extensión de la palabra, pues no ha guardado un comportamiento ético ni como jefe de Estado ni como jefe de Gobierno. Lo habitual en él, y no parece percatarse de ello ni importarle mucho, es meterse en el overol del mandarín: “El pueblo soy yo”, “el Estado soy yo”, “el Gobierno soy yo”, y háganle como quieran. Esto ha limitado su liderazgo y le ha restado autoridad moral para encabezar cambio alguno.
2.- El presidente tiene aversión a los rigores de la vida administrativa y no se siente cómodo encabezando los esfuerzos de una gran nación. Por ello, divide las delicadas tareas de gobierno entre el predicador matutino (con tufo de sacristán de Iglesia pobre) y el agitador irredento de fin de semana, lo que al final le reditúa cierta paz emocional. ¿Para qué tomar acuerdos? ¿Para qué dirigir un país si se puede dirigir a cuatro o cinco colaboradores? ¿Para qué gobernar? ¡Qué flojera!
3.- Debido a que la izquierda -dicen ellos- ya llegó al poder, y con ella los pobres, el desarrollo económico y los incentivos financieros a la inversión pueden esperar. Los indicadores micro y macro del desarrollo son una invención maldita del neoliberalismo, y lo mejor que se puede hacer con ellos es lo que hicieron sus inquisidores con Juana de Arco en 1431. ¡Abajo el mercado y abajo la Ley de Gravedad!
4.- La realidad -esa realidad que algunos se empeñan en llamar pública y nacional- no existe; tampoco existen los problemas, que en realidad no son problemas: son una representación mental que algún “fifí”, en su infinita maldad, inventó para dañar el paso celestial de la 4T. Y en caso de que la realidad y los problemas realmente existan, ¡peor para ellos!, porque al fin y al cabo no hay voluntad ni materia gris para resolverlos.
5.- Y claro, los tres mil feminicidios de adultas y niñas cometidos en catorce meses de gobierno, que tienen en un puchero las lágrimas de la República, eso se resolverá algún día, cuando por fin seamos un país sin mujeres.
Esta es, a grandes pinceladas, la mentalidad del absurdo instalada en el poder presidencial. ¿Alguien lo duda?
Pisapapeles
La esquizofrenia política, unida a la administración propagandística del caos, son los productos de última generación que ha concebido el engaño populista para el control y la manipulación social de nuestro país.