No queremos más de lo peor
Por Leopoldo González
Escribo estas notas, con algo de cautela y cierta esperanza, cuatro días antes de la cita electoral del 6 de junio.
La que viene es la primera elección a la que acude el país bajo un clima de extrema crispación, incertidumbre y miedo, inusual violencia política y polarización alentada desde el poder.
En un siglo México ha vivido todo tipo de elecciones: tormentosas y con amagos de violencia posrevolucionaria; pacíficas, aunque sucias y predecibles; fraudulentas y enrarecidas; limpias y con órganos electorales confiables.
Pero nunca había vivido México una elección del tamaño, la complejidad, el nivel de riesgo y la trascendencia de la que ahora está en curso.
Las singularidades del actual proceso, las que lo vuelven único, histórico y de la mayor relevancia para todos, son muchas.
México ingresa a un tipo de gobierno personal autoritario bajo las siglas de Morena y al mismo tiempo sale de una de las peores pandemias que han sacudido a la humanidad, lo cual hace del actual proceso un evento algo extraño, perturbador, impredecible y bajo riesgo.
Es la primera vez que Morena va a un proceso electoral sin ser oposición desde la oposición, sino siendo oposición desde el gobierno, lo cual explica la gran carga de fanatismo ideológico, neurosis política y crisis de polarización que ese partido ha puesto como ingrediente a la elección que viene.
Se sabe ya que el actor político que polariza, no sólo divide y confronta desde él mismo a todo un pueblo, sino que conduce irresponsablemente a la división y a la polarización a toda la comunidad nacional que él mismo debería unir y cohesionar para el logro de un bien social fundamental.
Por estos y otros motivos, la elección del próximo domingo, sin que haya ni tantito lugar para la duda, será un momento de riesgo histórico y de grave definición nacional sobre dos proyectos: el que representa Morena con toda la necedad, la incongruencia y el desaseo que le conocemos, y el que por su parte encabeza el “Equipo Por Michoacán”, integrado por el PRI, el PAN y el PRD.
En este sentido, la apuesta de fondo de los electores no será ya la de no querer “más de lo mismo”, sino la de no querer ya “más de lo peor”.
Lo que en realidad se define el próximo domingo, en la cita con las urnas y con la propia conciencia, es la clase de país y el tipo de gobierno que queremos tener en los próximos años y en el futuro que asoma en el horizonte.
Darle la mayoría a Morena en la Cámara de Diputados, sería casi un salto de la muerte para México, porque tendría en sus dedos y manos la mayoría absoluta o la mayoría calificada para terminar “el traje a la medida” del país de un solo hombre.
Otorgarle la mayoría de las gubernaturas en juego sería una vuelta de tuerca fatal, porque significaría llevar, implantar y aclimatar la desgracia nacional en cada una de esas entidades de la República.
Poner en sus manos la mayoría de los congresos estatales, con personajes anodinos y grises como los que conocemos, equivaldría a un acto de masoquismo como el de 2018, a un debilitamiento ingenuo del Constituyente Permanente y a no tenerle respeto y amor a la camiseta patria.
Más aún, conferirle a Morena más municipios y población que los que es capaz de gobernar, sería como entregar papado y principado y las llaves del reino a quienes no entienden ni el papado, ni el principado ni las llaves del reino.
Por fortuna, tanto la opinión común y corriente como las encuestas serias indican, en la mayoría de los estados de la República, que el partido que más cae en la preferencia electoral es justamente Morena.
A cambio, las opciones políticas que más crecen y reciben el apoyo de los indecisos y los votantes “switcher”, son las que alientan proyectos legislativos y gubernamentales distintos a los de aquellas siglas.
Lo importante del momento plástico que hoy vive México, es que la cita electoral del próximo domingo no será un plebiscito sobre la bondad o maldad de un hombre, sino sobre el futuro posible de una nación.
Pisapapeles
En cada voto no se decide la suerte momentánea de un candidato o un partido, sino el destino de un país.
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