Los ojos de la doble nacionalidad
Reflexiones populistas y neoliberadas
Maria Teresa Acosta Carmenate
Doctorante en Arte y Cultura por la
Universidad de Guanajuato.
Dado que nací en Cuba, cabe destacar que el populismo no es ajeno a mis experiencias y he de decir que no es tampoco ningún antónimo ante lo neoliberal. Si el capitalismo enuncia fantasmales condiciones de vida futura, el populismo ejerce los mismos sentimientos de incertidumbre. En los años setentas, la revolución cubana cuajaría sus mitos populistas en una educación cimbrada por la falta de analfabetos y la integración de las ciencias y humanidades para comprender al mundo desde los dos ámbitos del conocimiento. La educación estética, artística y física haría su aparición para sostener el ideal ideológico de la integralidad del hombre nuevo. Ese hombre nuevo que el CHE habría soñado. La nueva promesa tenía el rostro de pioneros, niños con pañoletas rojas que señalaban la sangre derramada por nuestros héroes, capaces de razonar matemáticamente y cantar entonados “la bayamesa”; del mismo modo, esos niños y esa niña que aparecían como la experiencia de la novedad futura, debían saltar vallas, lanzar jabalinas y correr 100 metros planos a la velocidad del viento marino. ¡Era yo una pionera cosechada en el populismo caribeño!
He lanzado vítores en México a la supuesta inmaculada democracia y he pensado que pertenecer a las glorias de sus votos me convertirían en un ser libre o liberado, que en cierto momento ponderé sería lo mismo. Pero sentirse libre es un asunto individual, desconectado de un aspecto colectivo. A pesar de haber regresado muchas veces a mi isla, he sentido cierta relación con los temores de una sociedad que ha sido controlada por los aparatos de un sistema que, para mantener vigentes sus rollos y productos populistas, ha tenido que vigilar y fiscalizar a cada habitante del archipiélago. He creído tener, muchas veces, al regresar a ciertos abundantes silencios, más libertad que en México, porque he podido caminar sin miedo por avenidas, callejones y aceras, hablar con la gente sin conocerla, comprendernos, convencerme de que la solidaridad se hace más tangible. Al parecer el populismo crea ciertas empatías.
Hace 25 años el mundo era más material en mis esquinas y padecía de necesidades ambiguas y tormentosas, porque la tierra te quita la suerte de los tuyos y te regresa a la primaria circunstancia de lo sobrevivido. Cada día, el México que construía en mi memoria cantaba espantosas coplas de solitarios guerreros que avanzan en las denodadas ciudades. Los rostros se caían a pedazos y amar al país solo era posible por sus piedras cuarteadas, sus colores insólitos, sus personajes construidos en los libros de mi biblioteca. El neoliberalismo sacude los cuerpos adentro y afuera. El “colectivo” es un invento de otros neolíticos y no de sociedades que quieren curarse de los populistas infrarrojos. Y te sientas en un salón de clases y te piden que lo creas todo, que no importa que aprendes o que aportes: aquí el que importa no eres tú, sino aquel al que se le ocurrió la idea extraordinaria de poner una escuela de mentiras y construye artificios académicos o títulos nobiliarios aferrados a categorías semánticas infértiles por los que se te paga 10 o 18 pesos más que al otro, con contratos de tiempo saturados de insostenibles tiempos que no te dejan pensar más que en el momento.
El neoliberalismo se parece a la forma en la que el hombre primitivo sostenía su día a día, sin saber lo que pudiera pasar mañana, solo que ese hombre prehistórico no tenía que considerar todo lo que conlleva vivir en una sociedad cargada de costos innecesarios y desamparo colérico. El populismo es una fase desconsiderada, porque juega con la insatisfacción, y el neoliberalismo chamusca lo satisfecho constantemente para crearte otras necesidades, que pocos podrán satisfacer porque este mundo está regido por la insatisfacción permanente. Las circunstancias de tu desarrollo implican que aprendas a despejar X sin Y. He ahí que si te toca usar hospitales públicos se te considere un fracasado, que si no puedes pagar la escuela privada seas un doliente del populo, que si no posees ciertos bienes materiales ni sueñas con el crecimiento de tus especies, formas parte de los muertos vivientes de la nacociencia del país.
Lo que sea que haya llevado al voto obradorista, pejelético y manuélico a los mexicanos, lo que sea, todos parten del mismo lugar: ese sitio es la voz individual que sin querer se ha vuelto colectiva. La sencilla reflexión que aquí hacemos permite dilucidar que muchos de los aspectos sugeridos afectan a individuos, formados en una fila de histéricos masacrados por las injusticias neoliberales de lo no liberado, hartos de lo que ni es neo ni es libertad, cansados de ser vistos en el fracaso y de saber que lo logrado es una infamia. Porque el ser humano no puedo dejar de pensarse a sí mismo como un antrophos, generado de condiciones históricas que persisten en la memoria colectiva.
El antes y el después de la república, cuando ésta ha pasado por las elecciones que han rimado con la necesidad de borrar escarnios, y de voltearle los ojos a las desventajas en las que vivimos casi todos. Es el grito sostenido de un pueblo que ha sabido gritar de vez en cuando, y de cuando en vez. Es posible que lo que afirmo sea parte de la educación setentera que recibí en Cuba, provocada por reflexiones vestidas de la indumentaria de la voz propia, el conocimiento del mundo a través de los sentidos, el mundo estético que ha sido desarrollado en mí.
He detestado las fibras de los políticos populistas, que no son necesariamente políticos de izquierda. El populismo miente al igual que el neoliberalismo, pero al parecer lo populista es más inofensivo que lo neoliberal, quizá tenga relación con mi propia forma de ver el mundo, que lleva fragmentos de otros en mi ADN, lejos de la salvaje experiencia del ¡Sálvese quien pueda!. Y estimo que, de cierta forma, el México que ha mostrado su rostro desde el ¡SOCORRO! y el ¡YA BASTA!, es uno de los Mexicos conocidos que perdieron de vista los neoliberales, incluso los mismos populistas.