Diosem chaniabo, Dios nos ayude
Por Sylvia Teresa Manríquez
En mi infancia conocí a Jesusa, trabajaba en la casa de mi abuela. Limpiaba, lavaba la ropa y cocinaba. Tenía una jornada 8 a 9 horas diarias.
Era indígena mayo, vivía en una colonia apartada de la de mi abuela, entre otros, tenía un hermano boxeador y una hermana que trabajaba en las casas de los yoris, como ella.
Aunque a veces me regañaba en su lengua mayo, fue mi compañera más que Nana, algo por lo que no cobró nunca. La única vez que visité su casa fue cuando se le murió un familiar. Yo tenía 7 años. Ella vivía en una casa humilde con un patio amplio. El féretro estaba en la sala y repartían café.
Jesusa trabajó más de 30 años en casa de mi abuela, me vio crecer y la vi envejecer. Un día no pudo seguir trabajando, se retiró sin pensión ni servicio médico, mi abuela le ayudaba con las medicinas.
No conoció la familia que formé, pero yo si conocí parte de su mundo, el mayo, tan distinto al mío pero tan cercano gracias a ella.
Hoy la recuerdo porque me habría gustado que conociera a Simona Almada Espinoza, integrante del consejo consultivo de la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, CDI.
A Simona la conocí en el Encuentro Intercultural de Pueblos Indígenas que organizó la CDI en San Pedro Viejo, Etchojoa, Sonora. “Diosem chaniabo ketchem al’leya” -Dios los ayude ¿Cómo están?- Dijo al dar la bienvenida al evento.
Habló en mayo y en castellano sobre su gusto por ver a representantes de todas las etnias de Sonora, y la importancia de reunirse, porque tienen muchísimos años diciendo desde sus comunidades que los indígenas están vivos, están presentes, organizados y quieren trabajar; que tienen derechos que aun están en un papel.
Reconoció el trabajo de la CDI y del Gobierno del Estado a favor de los pueblos indígenas: se les apoya, se les toma en cuenta y se les hace visibles.
Dice Simona que está orgullosa de ser portavoz de la necesidad de sus hermanos indígenas, de estar donde se toman las decisiones y de hacer propuestas claras que modifiquen las reglas de operación a favor de su gente. Agradeció también la oportunidad a los gobernadores tradicionales por darle la oportunidad -bajo sus usos y costumbres- de estar donde está.
Aunque hay muchos años de diferencia entre la generación de Jesusa y Simona, la situación de las mujeres indígenas no ha cambiado mucho. Siguen siendo el sector más excluido de la sociedad. Tienen mayores desventajas para superar la pobreza y poder disfrutar de sus derechos de mujeres, indígenas y ciudadanas.
En un mundo de yoris o blancos preocupados por su propio bienestar, aspectos como el derecho de acceso a la salud, mortalidad materna, educación y empleo siguen sin estar en la agenda principal de quienes deben solucionarlos, o peor aún, se vuelven punta de iceberg.
Por eso admiro a Jesusa, porque en su tiempo hizo lo que podía en su condición de mujer indígena para sacar adelante a su familia.
Y admiro a Simona, porque está consciente de su realidad y lucha por mejorarla.
Simona habla por propia experiencia de puertas que se cierran, discriminación hasta en su propia comunidad por dejar el lavadero y la hornilla, por ser padre y madre; sin embargo, se le ve firme en su decisión de sobresalir a pesar del lastre que significa el machismo arraigado en las comunidades indígenas. Entonces me invade un sentimiento de humildad y admiración.
Porque sé que la equidad para las mujeres indígenas tiene que ver con el reconocimiento de la diferencia y la desigualdad, y que dado su contexto cultural el reconocimiento en el trato de género parece imposible.
Pero Simona, con su decisión y fortaleza, me hizo pensar que el derecho a la diferencia en las comunidades indígenas empieza a ser una realidad. ¿Cuándo lo será en el resto de la población?
Si bien instituciones como la CDI son importantes en cuanto a recursos para el desarrollo de las comunidades indígenas, algo nos toca también a los demás.
Simplemente recordemos qué piensa cuando ve en la calle a una mujer con vestimenta seri, yaqui o triqui, o a un hombre indígena usando huaraches de tres correas.
Evitar la discriminación, la burla y el rechazo nos toca a todos y todas. También conocer y apoyar sus costumbres, tradiciones, causas, iniciativas, proyectos y problemática.
Indígena o no, yori o yoreme, todas y todos somos personas luchando por las mismas causas, el derecho a la superación, a vivir sin violencia, a no ser discriminados, a vivir en igualdad y sin pobreza.