Venezuela en crisis
Por José Juan Marín
El secuestro del poder presidencial en Venezuela, que sólo fue posible por una maniobra política facciosa tras la muerte de Hugo Chávez, fue un hecho que vino a precipitar la más grave y profunda crisis social, económica y política que se recuerde en la historia de ese país latinoamericano.
Si con las visiones delirantes y los discursos mentecatos de Hugo Chávez, ya se veía venir una crisis global prolongada en el sistema populista creado e impulsado por Don “acelerino acelerón”, con Nicolás (In)maduro a la cabeza del gobierno la realidad venezolana no podía mejorar, sino complicarse y empeorar.
Veamos, uno a uno y objetivamente, los por qués del deterioro social e institucional de la Venezuela de nuestros días.
Los populistas de izquierda, poco inclinados al análisis frío y riguroso de la realidad y muy dados a asumir como ciertas las fantasías y mitomanías ideológicas que les dictan los viejos manuales marxistas, creen que el caballo brioso del poder y el caballo desbocado de la realidad deben gobernarse a capricho, a golpe de papel y firma, a punta de decretos y como si ambos equinos no tuviesen más alternativa que someterse al instinto de una dictadura burocrática. Con bastante frecuencia, muy tarde se enteran de que el fenómeno del poder tiene reglas y marcos normativos, y que la rebelde realidad tiene lógicas y dinámicas que no caben en el estrecho espacio de una oficina presidencial.
De la mano de estas consideraciones, Hugo Chávez y su séquito, invocando una democracia que no conocían y en la cual no creen, forjaron un sistema político que en la cima funciona como una élite de burgueses y en la base social como una plataforma de resentidos hacia el neoliberalismo y quienes eventualmente lo representen. El problema del modelo consiste en que hacer de la maquinaria del partido una maquinaria de rencor contra el diferente y, por otra parte, convertir una maquinaria de Estado en mecanismo propagandístico para atizar el odio de unos contra otros, tarde o temprano termina por debilitar o disolver al propio modelo, lo mismo que una víbora finca su muerte mordiéndose la cola.
De la misma forma, el sistema económico venezolano es un remedo del estatismo cubano, en el cual no se respeta la racionalidad teórica ni la lógica operativa de la economía, puesto que el “control” de la inflación, la “fuerza” y el valor de la moneda y el “control” de precios no corresponden a un dictado de la dinámica económica (Kalecki), sino a un dictado del populismo gubernamental expresado en circulares, manuales internos y decretos presidenciales. Quizás esto explique a los despistados por qué la petroeconomía no es competitiva; por qué la escasez de víveres, comestibles y medicamentos es hoy el peor rostro de Venezuela; por qué la escalada de enfrentamientos y violencia por el pan es un dato de la realidad y no de la fantasía.
Y así como acontece con los sistemas político y económico, ocurre con el sistema de libertades bajo un populismo de Estado. El ejercicio de la libertad no es un derecho natural ni positivo, como ocurre en las democracias verdaderas, sino una graciosa concesión de “tata” gobierno o de la estatolatría imperante. Esto explica, una vez más para quienes ignoran en qué consiste el populismo, la prisión del opositor Leopoldo López, del disidente Antonio Ledezma y de tantos otros.
Una cosa es cierta: con un necio e ignorante del tamaño de Nicolás (In)maduro, la crisis en Venezuela tenderá a complicarse y a profundizarse, lejos de encontrar una salida negociada o una solución de Estado.