Histeria, ¿o rebelión política?
Por Rosario Herrera Guido
A Las Brujas del Mar
que convocaron para el 8 de marzo
a marchas por todo el territorio nacional
para protestar contra la violencia de género
y los feminicidios,
y a una huelga nacional el lunes 9,
para que nuestra ausencia sea omnipresente
y el silencio ensordecedor.
Desde los antiguos filósofos y médicos griegos hasta el siglo XVII (Hipócrates o Asclepos), la histeria es concebida como una enfermedad del útero (ta hysterika pathé), que cuando se mueve por su cuenta produce sofocación, afonía, epilepsia y un sin fin de males. Así, la matriz de las solteras y las viudas es una vagabunda. Esta es la posición de Hipócrates, el padre de la medicina.
Estamos, en realidad, no ante un pensamiento médico, sino político, que asume que una mujer debe estar sometida a un hombre, como el cuerpo al alma. Aristóteles decía que “el alma gobierna al cuerpo con la autoridad de un amo, y el intelecto gobierna al deseo (Orexis) con la autoridad de un hombre de Estado o un rey (…) La relación del varón con la mujer es por naturaleza (physis) la del superior con el inferior, del gobernante con el gobernado” (Aristóteles, Política, I, 6 y 7).
Según Francoise Héritier, estamos ante una complementariedad de los sexos en la desigualdad que todavía prevalece en las sociedades tradicionales. La clasificación dicotómica, por pares de opuestos, valora aptitudes según los sexos: macho/hembra, derecha/izquierda, alto/bajo, calor/frío, blanco/negro (Héritier, Masculino/femenino: el pensamiento de la diferencia, Ariel, 1996).
A partir de san Agustín, el origen de la histeria ya no está en la matriz, sino en la fuerza revolucionaria de la mujer: la posesión, que puede ser divina o demoníaca. El éxtasis, los trances, las convulsiones, los estigmas en el cuerpo y las visiones, deben ser ahora calificados por los teólogos. La histeria ya no es una enfermedad, sino un hechizo, que debe ser interpretada por los sabios y los teólogos a partir del manual Malleus maleficarum (Martillo de las brujas).
De esta forma se pasa del saber al poder, del médico al exorcista, de la medicina al poder político, que manda a la hoguera a las brujas. Aunque también se reconoce la posesión del Espíritu divino, que desea manifestarse en los místicos y los santos.
La histeria, desde la antigüedad hasta nuestros días, es el rechazo al poder político y religioso, a la dominación masculina de la autoridad. El diagnóstico de histeria sustituye al de la posesión demoníaca. El saber teológico se duplica y se potencia con el orden médico.
Juana de los Ángeles, la famosa priora de Loudun, que recorrió Francia mostrando sus estigmas, y que Jean Martin Charcot la diagnosticó de “poseída histérica”. Por ello, Pierre Janet y Joseph Breuer llaman a Teresa de Ávila “patrona de las histéricas”. Lo que permite comprender el debate, exclusivamente entre hombres, que todavía no termina, en torno a si se trata de una santa o de una histérica.
El caso más discutido fue el de Madelaine, nombre clínico con el que la bautiza Pierre Janet en su libro De la angustia al éxtasis (1928). Una mujer que padecía y exhibía las cinco heridas de la pasión de Jesús, además de una contractura que la hacía caminar de puntitas, y quien vivía en el anonimato entre los pobres.
Con la psiquiatría, la histeria se convierte en una neurosis. En 1769, Cullen acuña la palabra neurosis para designar esa falla, y desde la corriente organicista considera que se debe a una lesión cerebral. Con la psiquiatría dinámica, la histeria proviene de una fuerza que instaura un trastorno funcional, lo que la convierte en una psiconeurosis, con un síntoma esencial: la fuerza subversiva como síntoma esencial, manifiesta en la falta de unidad y de fijeza en la identidad; de aquí sus diversos nombres: personalidades múltiples, simultáneas o sucesivas, teatralidad, fabulación inconsciente, mitomanía, doble conciencia y ahora “bipolaridad”.
La American Psychiatric Association (Asociación Americana de Psiquiatría), eliminó el diagnóstico de la histeria de su nomenclatura y la sustituyó en 1980 por multiple personality disorder (desorden de personalidad múltiple), que cambia en 1994 por “trastornos disociativos de la identidad”.
Como se puede apreciar, la psiquiatría conserva la pregunta del teólogo: ¿poseída o santa? Aunque enmascarada: ¿enferma o manipuladora? Sigmund Freud, quien descubre el inconsciente e inventa el psicoanálisis, va mucho más allá de la psiquiatría al reconocer que la histeria es “todas las enfermedades y ninguna”, pues es un problema ético y no médico, porque es la expresión de la dificultad de reconocer el propio deseo e impugnar el deseo del amo, quien quiera que fuera (padre, madre, esposo, sociedad, Estado, Dios, tradición, moral social, etc.).
Más tarde, desde su retorno a Freud, el psicoanalista y pensador francés Jacques Lacan sostiene que la histeria es un discurso que pueden articular tanto mujeres como hombres para impugnar el poder del amo.
Así, el discurso de la histeria encarna y revela la imposible posición del amo. Una impugnación que produce un saber: que el amo es falible, porque el dominio siempre pretende administrar el goce, por lo que la histeria encarna en sus padecimientos el rechazo de su cuerpo a los dictados del amo.
El discurso de la histeria impugna el saber oficial, el saber del amo, para inventar otro saber a partir de poner en duda el saber del amo-maestro-dictador. Un nuevo saber que el amo quiere ignorar y que no es igual al saber del discurso universitario, que es un saber establecido que debe ser impuesto a los estudiantes, y cuya verdad debe ser transmitida, sino un saber hacer que aspira a ser permanentemente renovado, para que no se convierta en dominante.
ROSARIO HERRERA GUIDO
Profesora Universidad Michoacana – México
Leer artículo en Asociación Matritense de Mujeres Universitarias