diciembre disuasorio
(apunte rústico sobre Pieles textuales que dibujan lagartos de José Nava)
Por Raúl Casamadrid
El territorio de la poesía se revela como la selva por la que atraviesan, con forma de palabras, toda suerte de animales salvajes; unos trepan, otros descienden y, más alla, los depredadores persiguen palabras sueltas; presas a las agobian hasta acorralar.
En el diccionario, al cazador de palabras se le llama poeta y la literatura contemporánea lo reconoce hoy más como un inventor que como un escritor; en ese tenor también, quien lee, puede hacer poesía.
esta gente de letras
brutal esotérica variable
desvelada y alejandrina
heredó de su dios el poder creador
Los cartapacios representan el terreno libre y agreste que acumula papeles y documentos donde se van fraguando las palabras nuevas que no son otra cosa sino sutiles texturas imbricadas, hilos que se entraman lúdicamente con la impronta de un tatuaje sobre la piel. En cuanto a la poesía, lo cierto es que en realidad, para la historia que la consigna, no se ha escrito sino un solo poema durante toda la humanidad. Uno largo y cuasi eterno que observa muchas e infinitas variantes con multitud de facetas; un solo poema que, al fin, se repite y repite, y en cada una de sus interminables manifestaciones –ilimitadas e incalculables– presenta, con distintas modalidades, siempre los mismos temas y sus contrapartes: amor-desamor, vida-muerte y poesía-vacío):
no hay apuro
lo que impoerta es hacer valer esto
fabricar instantes como enfermos maduros
como locos acorazadamente rabiosos
todos somos de muerte
La lírica es la ilusión de la poesía; inasequible e inabarcable, el poema solo existe sobre el campo lingüístico al que intenta asirse: eufemísticamente, el verso radica en la función poética de la que pende y a la cual sustituye. Así, la poesía aparece cuando se orienta, de manera relevante, hacia sí misma y hasta encajar en su propia forma. Tal vez por ello el poema comunica más al alma espiritual que al ser humano, sanguíneo y carnal.
ahí me contarás otra vez tu vida
antes de irte
porque nadie la sabe como tu
y nadie jamás te ha escuchado como yo
En su forma, la poesía es natural y salvaje; es primitiva y está escrita sobre los genes de un palimpsesto ancestral, raspado o tatuado en lo más profundo del núclo de cada una de nuestras células. Un palimpsesto significa “lo grabado nuevamente” y, en ese sentido, cada poema es un palíndromo incompleto, un compuesto armado con huellas de otra escritura anterior conservada en su misma superficie y de la cual ahora constituye una parte integral; el poema no logra borrar lo que realmente oculta: una verdad absoluta que se devela en la simpleza de sus palabras unidas. Un poema es el pensamiento de una persona ligado al de otra persona asociada a no una, sino a todas las personas.
ella será la única
que note
el primer copo
de invierno
flotando
en una ciudad extraña
En el palimpsesto se graba o redacta, de nuevo, sobre una superficie ya anteriormente escrita y cuyo fue borrado, expresamente y con anterioridad para ese efecto; es un manuscrito que conserva huellas de otra escritura anterior, el aroma de su impronta. Una escritura que da lugar a una nueva caligrafia, a un flamante e inédito legajo: el ser humano y su poesía no son sino el ADN de un palimpsesto ancestral. Somos papiros egipcios y misteriosos palíndromos reescritos; somos poesía comercializada que usufructua la laboriososa superficie de un soporte inadecuado.
en sus fines de semana
trabajan como intérpretes en cervecerías
o cuentan sobre escenarios estadoperos
cómo en el pasado los acorralaban
para reformarlos
La crítica literaria –en su versión de poética genettiana– revisa al estructuralismo sesentero para hacer hip-hop en las redes sociales e interpretar intertextualmente las superficies escritas; sobre todo, aquellas que tienen la posibilidad bricolájica de acceder a una evidencia poética que va más alla de la normativa institucionalizada, accediendo a la verdad metonímica de la literalidad, de los tropos retóricos y de las mismas pobres, tristes y gastadas palabras.
Porque un texto novedoso como Pieles textuales que dibujan lagartos apela más a las afinidades que existen entre los seres humanos que a todo aquello que los separa. La muerte, las ciudades extrañas y las letras esparcidas forman parte de la retórica de una belleza lírica que sobrevivió, de la mano del jerezano Lopez Velarde, al fin de la Belle Époque; y que luego, bajo el tamiz de la poética citadina de Efraín Huerta, enlazó palabras frente a la debacle apocalíptica del mundo en pandemia global: un desorden donde se hablan mil lenguas a la vez; una babel en la cual priva la confusión.
los quiero cuando me miran como cuervos
extintos
externos
como zanates citadinos posados sobre una llanta
en altamar
porque al final son naúfragos
y luego se marchan
dejándose llevar
hacia atras
Llega hasta nosotros un nuevo poemario: sintético, preciso, amable y apreciable. Entre hipertextos e hipotextos transitan lagartos que dibujan poemas y palabras que retozan plácidamente, bañando con su luz de neón las panzas de color azul eléctrico que anidan en la antigua Ciudad de los Palacios. Quizá por ello, la Sceloporus parvus, la dulce lagartija espinosa del mezquital, va y viene mientras realiza sensuales terapias tántricas bajo al sol efímero de los malditos camellones, dejando en el palimsesto de tierra un caminito raspado por su belly blue, un sender palindrómico (palin=otra vez – psaein=grabar – dromos=camino) recorrido entre tormentas, desencanto, música de recámaras y edredones con sabor a orgía y aroma a entrepierna de reyes lagartos e iguanas reinas:
agitado
casi con dolor
cuando ojal por ojal
se abrio la mugrosa blusa de cinco meses
cuando descubrió la textualidad de su piel
tronaron rezos de monjas
y las niñas corrieron buscando soombrillas
expulsado de la fortificación amorosa
ahogado en las ganas de la piel impresa en sabandijas
se desasió del tatuaje de besos
Sobria y fina, la publicación de esta obra corresponde al diseño de Daniel Moreno y está adornada con ilustraciones de Jorge Mendoza; el conjunto otorga fortaleza a un texto que pende del valor de su autoría y la armonía de versos bien hilados y brillantes en su contenido. Un diseño conceptual como el de Pieles textuales que dibujan lagartos aporta enorme calidad a la lírica de un poemario con evidente buen gusto gráfico que, junto a su contenido, resalta en una edición novedosa y de vanguardia.
José Nava Díaz es editor, autor y traductor. Actualmente, como director de Thyrso Editorial, desarrolla proyectos colaborativos para traducir y publicar obra original, así como antologías de autores contemporáneos y para difundir –por ejemplo– la realización de los Festivales Délficos en México.
En esta coedición entre Thyrso Edtorial y Oink ediciones la poesía del autor nos permite apreciar una enorme madurez creativa; sobriedad y prestancia que, como en el clásico, no permite señalar que breve y bueno es dos veces bueno.
Finalizo esta nota con breves versos que trajo a mi pluma la afortunada lectura de Pieles textuales que dibujan lagartos
…porque la gente de letras
socava mis afinidades
y confunde a mis risas
con murmullos pasajeros
su difunto cadáver repta
entre muy extrañas ciudades
y agobiadas hortalizas
de viejos pueblos costeros
hoy anidan lagartijas
bajo el humo del tabaco
en amenos funerales
donde departen joviales
igual a un lagarto nako
que aparece entre rendijas
Nava, José, 2021. Pieles textuales que dibujan lagartos. México: Thyrso Editorial / Oink ediciones.