29 septiembre, 2017

La literatura hace ciudadanos críticos: Mario Vargas Llosa

Entrevista

La literatura hace ciudadanos críticos: Mario Vargas Llosa

Por Fernanda de la Torre y Pablo Reinah

Qué gusto saludarlo en este lugar emblemático para México, como es el Hotel Geneve. Usted le preguntó en una entrevista al escritor Jorge Luis Borges en 1963, que qué libros se llevaría a una isla desierta. Retomo la misma pregunta: ¿Cuáles se llevaría usted?

-Me llevaría seguramente El Quijote, obra maestra de nuestro idioma; alguna novela de Tolstoi, un escritor que admiro enormemente, como La guerra y la paz; alguna novela de Flaubert, que ha sido para mí un maestro en mi trabajo de escritor, seguramente Madame Bovary; alguna novela de Faulkner, que es también otro de los escritores que no sólo admiro más, sino del que he aprendido más y me llevaría, como seguramente en una isla desierta pasaría mucho tiempo, una obra muy difícil de leer que me tuviera ocupado mucho tiempo. Me llevaría por ejemplo una obra de Joyce que nunca he podido leer, cada vez que la he empezado he fracasado, que es el Finnegans’ Wake, una obra dificilísima que pocas personas han podido descifrar porque está escrita al mismo tiempo que en inglés, en no sé cuántos idiomas. Y entonces no estaría aburrido, tendría trabajo intelectual para rato en esa isla desierta. Y aunque las Las mil y una noches la tengo más o menos en la memoria, no estaría mal llevármela. Como son obras de miles de páginas, me tendrían entretenido mucho tiempo.

-¿Qué se puede hacer para que la gente se interese en la literatura y en las artes en general?

-Eso depende mucho de la educación, y hablo de la educación en un sentido muy amplio. No sólo pienso en los colegios, pienso en las familias donde uno recibe buena parte de su formación. Si creemos que la lectura de buena literatura es importante, eso debe reflejarse en los planes de estudio. Es importante que los niños comprendan a través de la enseñanza que la lectura es ante todo un gran placer, una diversión, una distracción absolutamente notable y que también lo entiendan así los padres de familia, que inciten a leer y que tengan buenos libros en su casa.

-Es un gran placer leer buenos libros, no solamente trae distracción, sino un ingrediente fundamental en la formación de un ser humano. Nosotros aprendemos a conocer y a dominar nuestra lengua, a través de la buena lectura. No hay otro recurso. Eso no se aprende en libros de gramática, se aprende leyendo buena literatura. Así aprendemos a conocer nuestra lengua y, por lo tanto, a pensar bien. Si no tenemos un lenguaje que dominemos, si no conocemos la riqueza extraordinaria de nuestro vocabulario, nuestro pensamiento va a ser pobre. La buena literatura aguza extraordinariamente la sensibilidad y la imaginación de las personas. Y personas con sensibilidad e imaginación están mejor preparadas para todo en la vida.

-El espíritu crítico que es fundamental en sociedades abiertas, democráticas, que quieren cambiar y progresar, es absolutamente indispensable que tenga una sociedad de buenos lectores. Creo que la buena literatura crea un sentimiento crítico frente a la realidad. La buena literatura enseña que el mundo está mal hecho, que el mundo debería ser mejor para satisfacer los anhelos que nos habitan. La buena literatura es un ingrediente indispensable para la formación del individuo y para la civilización.

-¿No nos está rebasando la tecnología en este sentido?

-La tecnología es una fuente extraordinaria de progreso, sin ninguna duda. Pero si la tecnología acapara enteramente nuestra atención y desaparecen de ella, por ejemplo, la literatura y las artes, el tipo de sociedad que vamos a tener será una sociedad de seres autómatas, encerrados dentro de una cierta especialidad, incapaces de comunicarse con los otros porque no tienen esos denominadores comunes que son las humanidades las que los crean, los libros, las artes, la música. Entonces, sin renunciar a la tecnología, debemos integrarla con las humanidades que son las que crean esos lazos, esos vínculos que mantienen a las sociedades vivas. Creo que la idea de un mundo de autómatas, aunque esos autómatas satisfagan todas sus necesidades materiales, no puede ser un atractivo, para nadie.

-¿Considera que la literatura es imperecedera?

-Creo que la literatura expresa de alguna manera la época en que se escribe, sin ninguna duda. Pero no sólo eso. No es un mero retrato de una realidad, es un reflejo al que ha sido añadido algo muy importante que es la imaginación, el sueño, los deseos, los apetitos. Esa es una de las virtudes de la literatura: nos saca del tiempo en que vivimos y, si a veces nos regresa al pasado, nos proyecta también en el futuro. Las historias se escriben a través de memorias de distintas épocas, pero creo que hay ciertos temas en la vida como el amor, la amistad, la muerte, la libertad, que son temas permanentes que no dependen de las circunstancias y que, por lo tanto, son los temas eternos de la literatura y del arte.

-¿Don Mario, veremos nuevamente temas autobiográficos en sus próximas obras?

-Creo que el punto de partida para la invención es siempre la memoria. Creo que tanto los escritores como los artistas, arrancan siempre en su tarea creativa de unas imágenes que la memoria ha almacenado, de experiencias que seguramente fueron neurálgicas para ellos. Creo que la memoria es un punto de partida, no un punto de llegada. Que luego en el proceso creativo lo autobiográfico se enriquece, se transforma, se añade de experiencias puramente imaginarias.

-¿Tiene un libro favorito de todos los que ha escrito o le sucede como con los hijos, que a todos se quiere por igual?

-Yo creo que los padres siempre tienen favoritos, pero no lo dicen. ¿No es cierto que es de mal gusto decirlo? Felizmente no tengo que elegir. Sin embargo, elegiría las novelas que más trabajo me costó escribir, las que me tomaron más tiempo, las que me dieron más dolores de cabeza. Creo que uno tiene una relación más entrañable con aquello que le cuesta más. Y las que más trabajo me costaron a mí fueron Conversación en la Catedral, por ejemplo; después una novela que está situada en el Brasil, un país que, cuando yo empecé a escribir esta historia, era un país que no conocía: La guerra del fin del mundo; también me costó trabajo La fiesta del Chivo, una novela situada en la República Dominicana en la época de Trujillo y la última novela que he publicado, El sueño del celta, que también me llevó a mundos que eran para mí totalmente desconocidos como el Congo, como la vida política de Irlanda.

-Creo que la dificultad es un gran incentivo en mi trabajo. No me gustaría repetirme, hacer cosas que ya he hecho. Creo que lo bonito, lo exaltante que tiene contar una historia de una manera distinta y de un tema muy diferente, es que uno vive la inseguridad que vivió con las primeras cosas que escribió y, al mismo tiempo también, con la misma ilusión.

-Después de tantos años en el oficio, en términos de inspiración ¿considera que se escribe lo que se puede o lo que se quiere? ¿Qué tanto es el esfuerzo para un texto, o la inspiración?

Vargas Llosa por él mismo

El ganador del premio Nobel de Literatura 2010 habló acerca de su pasión por la literatura, la felicidad, los libros, el teatro y otros temas de gran interés.

La felicidad

La mayoría de los días, semanas, meses y años no están hechos de felicidad, sí se considera la infelicidad como un cierto automatismo o rutina. Una persona permanentemente feliz es muy poco interesante, probablemente un tonto. La felicidad se puede definir como un acuerdo absoluto entre una persona y el mundo en el que vive, la actividad que realiza, el entorno que lo rodea. Es algo esquivo y fugaz y precisamente por ello es tan intenso.

Una de las mejores defensas que tenemos contra la infelicidad es hacer aquello que nos gusta. Si dedicamos nuestra vida a hacer algo que responde íntimamente a nuestra vocación, estamos mejor vacunados contra la infelicidad que si hacemos lo contrario. Creo que las personas más infelices que he conocido son aquellas que dedican su vida a hacer cosas que no les gustan. He tenido el privilegio extraordinario de hacer, la mayor parte de mi vida, aquello que me gusta. Esto no significa que no me cueste trabajo hacerlo y que no tenga dolores de cabeza y que no tenga frustraciones en ese quehacer. Y para mí escribir, inventar historias, crear personajes, es una manera a través de la cual yo siento que me realizo. Quizá el mejor consejo que los que no somos jóvenes podemos dar a los jóvenes, es tratar de organizar cada día más su vida en función fundamentalmente de su propia vocación, de su propia inclinación.

Supervivencia de los libros

Una pregunta neurálgica para nuestro tiempo: ¿Va a sobrevivir la cultura del libro o va a desaparecer con la cultura de la pantalla y de la imagen? Mi esperanza es que sobreviva, que ambas puedan coexistir. A lo largo de la historia cada vez que ha habido una innovación profunda en el género de las comunicaciones ha surgido el temor que lo nuevo aniquilaría a lo antiguo. Se dijo que el cine acabaría con el teatro, por ejemplo. No ha sido así; el teatro vive, tiene un público y en algunos casos muestra una creatividad absolutamente extraordinaria. Mi esperanza es que pase con el libro y con la cultura audiovisual algo semejante. Va a depender enteramente de nosotros, la historia no está escrita. Lo peor que podría ocurrir es que el libro fuera relegado a un margen y viviera en una especie de catacumba dónde sólo una minoría, una minoría muy selecta y exclusiva, lo mantendría vivo. Así como el cine y el teatro han podido coexistir, el libro y la pantalla deberían poder coexistir también. La gran revolución audiovisual es fundamental para el mundo de la comunicación, pero es verdad que la televisión no ha sido capaz, ni remotamente, de dar nada parecido a las obras maestras que ha dado la literatura. Pero la revolución audiovisual está permitiendo que los países árabes -que eran unas satrapías- se vayan emancipando, vayan liquidando a sus dictadores y aspiren a vivir en sociedades abiertas, libres y modernas, y eso, desde luego, hay que celebrarlo con inmensa alegría y exaltación. Eso es un progreso formidable.

Faceta como actor

Me ha enseñado la modestia. A diferencia de un escritor o novelista, que es un soberano absoluto respecto a su trabajo, en el que puede hacer lo que quiere y forjar todos sus caprichos y manías, un actor está sometido al texto, el director, los compañeros de trabajo, al contexto y la infraestructura técnica. Esa lección de modestia es muy importante porque el teatro es una operación de conjunto. Si no hay una colaboración detrás de la obra, ésta no alcanza el nivel de excelencia.

El teatro fue mi primer amor literario. Si en esa época hubiera habido un movimiento teatral, antes de ser novelista hubiera sido un dramaturgo.

Las mil y una noches o el arte de contar historias

Probablemente Las mil y una noches primero me las contaron, como ocurre con la mayor parte de los niños; recuerdo que luego las leí en versiones infantiles y desde entonces en mi memoria Sherezada y Shahriar, estuvieron siempre presentes. Y como justamente esa es mi vocación, contar historias y todo aquello que está alrededor de contar historias (los contadores de historias, los públicos que escuchan las historias que cuentan los contadores de historias), siempre me ha interesado, de ahí vino la idea de hacer una adaptación teatral minimalista de Las mil y una noches (antes había adaptado la Odisea de Homero), sería una obra dedicada al arte de contar, no solamente la técnica y la destreza que ese arte exige para ser exitoso; sino también para algo mucho más importante: el efecto que los cuentos y el arte de contar tienen en la vida de la gente. No hay parábola en la literatura que muestre de una manera tan gráfica, tan sencilla y al mismo tiempo tan profunda, la función de la ficción en la vida. La ficción es algo que humaniza al ser primitivo, sensibilizándolo y haciéndole descubrir la amistad, la solidaridad y el amor.

Papel de la literatura

Tiene una función que no pueden cumplir otros géneros, la historia está muy cerca de la ficción, pero creo que la ficción nos educa respecto al mundo, a lo que somos, a la vida, al pasado, la amistad, el amor, de una manera muy distinta de como podría hacerlo otra ciencia social o cualquier otra disciplina.

La literatura vale para casi todas las actividades humanas, porque todas ellas están siempre reflejadas en las fantasías de la ficción. Ese tipo de educación nos hace a nosotros mucho más libres. La contribución de la ficción a la libertad no es algo que se haya nombrado suficientemente y, sin embargo, creo que es enorme: una sociedad profundamente impregnada de buena literatura, es una sociedad mucho más difícil de manipular, de engañar por los poderes, que los ciudadanos incultos, sin experiencias literarias.

La literatura hace de los ciudadanos gente naturalmente crítica, por una razón simple: si usted vive a través de una novela una experiencia de identificación total con ese mundo, la vive porque ese mundo le parece mejor al real.

Esa es la maravilla de la literatura: lo feo se vuelve bello al estar escrito con excelencia, eficacia y elegancia.

Fuente: Revista CONTENIDO No. 574, abril de 2011

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