2 febrero, 2016

Los aforismos de Julio Torri

Un clásico de las letras mexicanas

Por Luis Alfonso Martínez Montaño

 

Abordar la figura de Julio Torri (1889-1970) implica reconocer que resulta complicado desprenderse de los lugares comunes para hablar de un personaje polémico y de una obra discreta para la literatura nacional. Aclaro que la utilización de los adjetivos polémica y discreta no se relaciona con un cariz negativo, por el contrario, los términos sirven como una ligera aproximación hacia un autor cuya vida cotidiana se tornó, según juzga José Luis Martínez, en literatura, en libresca y que tuvo la capacidad de sentar, junto con otros escritores, las bases formales y de contenido para otorgarle un nuevo ímpetu al género del ensayo producido en el ámbito de las letras mexicanas.

Además, resaltó una curiosidad: la misma biografía del escritor no genera consenso entre aquellos que indagan al hombre como tal, pues existen contradicciones y misterios (como en todo ser humano). Al respecto, Gabriel Zaid precisó que la vida de Torri está inmersa en un chismorreo que deslumbra y luego desilusiona por la fuente de origen, a saber, el ámbito universitario en donde él trabajó más de cuatro décadas. Sin embargo, el acercamiento a la vida del autor saltillense a través del rumor tiene cierto atractivo, ya que deja advertir una imagen atípica de un hombre poseedor de una expresión refinada y atento a temas trascendentales.

Margo Glantz, pupila de Torri, refirió en determinado momento que el maestro saludaba con amabilidad anacrónica y poseía modales de exquisita cortesía. En ocasiones solían verlo (cerca de la facultad) arreglado a la manera inglesa, con tenis, gorra de visera de celuloide, montado en su bicicleta, con la expresión más feliz y deportista que pueda hallarse en un hombre distanciado de la realidad y tan adepto a la vida retirada de la marfilesca torre de una distinguida biblioteca.

Si se toma en cuenta que Torri no legó un diario, una autobiografía o unas memorias, tiene sentido precisar que se puede conocer un poco más del catedrático incansable a través de los testimonios, pero no se debe omitir el hecho de que lo biográfico no es un rasgo esencial para explicar su obra, aspecto por demás pertinente para el ejercicio crítico.

En este sentido, una mejor forma de aproximación a Torri estriba en su producción textual; obra de la cual sólo publicó en vida Ensayos y poemas (1917), De fusilamientos (1940) y Tres libros (1964), esta última incluye las dos primeras obras y se añaden las “Prosas dispersas”. Huelga decir que la encomiable labor de Serge I. Zaitzeff al hacer posible la publicación de Diálogo de los libros (1980), el Ladrón de ataúdes (1987) y Epistolarios (1995), permite que nos adentremos en otros mundos literarios que configuró el autor. De hecho, éste no puede desligarse de la impronta que significó el grupo de “revolucionarios culturales” denominado el Ateneo de la Juventud, cuyo mensaje espiritual contenía, a decir de José Luis Martínez, un propósito moral sólido, acometer toda labor cultural con austeridad, y un gran abanico de intereses.[1]

Añado que a Torri se le ha cuestionado su actitud evasiva, no obstante, lo que no puede reprocharse literariamente al escritor consiste en la fidelidad que profesó a la brevedad, su aversión al exceso de palabras quedó asentada con la siguiente afirmación de su texto “El ensayo corto”: “El horror por las explicaciones y amplificaciones me parece la más preciosa de las virtudes literarias. Prefiero el enfatismo de las quintas esencias al aserrín insustancial con que se empaquetan usualmente los delicados vasos y las ánforas”. Con dicho ensayo sobre el ensayo, valga la redundancia, Torri ahuyenta la tentación de explotar todo el tema, el decir todo “de un jalón”. Su actitud es totalmente coherente con el rechazo de las expresiones demasiado categóricas y desarrolladas así como su ideal de la sugerencia delicada y rica en alusiones. Es de recordar que suele haber en Torri un repudio de todo lo discursivo y lógico para favorecer, en cambio, una visión eminentemente poética. El escritor está convencido, apunta Zaitzeff, de que el poder evocador de la palabra puede captar lo esencial y estimular la imaginación del lector.

Con otro texto denominado “El descubridor” (incluido en De fusilamientos), Torri fija, según precisa Emmanuel Carballo, una síntesis de su poética y su estética. Además, enuncia un método de trabajo para todo aquel que se dedique a la escritura, lo cual se enfatiza con una singular comparación: “A semejanza del minero es el escritor: explota cada intuición como una cantera”. Cada intuición del universo narrativo y lírico del autor saltillense, puede portar la indumentaria de lo absurdo (que nos hace evocar a Kafka), lo paradójico, lo fantástico, o bien cubrirse con el horror, el humor y la ironía. A propósito de los dos últimos, Carballo señaló (en juicio favorable hacia el escritor) que “son rasgos que deberíamos aclimatar no sólo en la literatura mexicana sino en la letras hispanoamericanas. Nuestros autores […] son por lo general, más tristes que una tumba y su humor, cuando deciden utilizarlo, por plantígrado no pasa de ser lamentable”.

En Torri ambas palabras terminan siendo conceptos estrechamente ligados a su labor creadora y en las que vale la pena detenerse un momento. Inicialmente puntualizo que durante la Edad Media el término humor fue usado según la tradición de Hipócrates,[2] posteriormente, a fines del siglo XVI, en 1595 y 1599, el dramaturgo inglés Ben Jonson, en sus comedias Cada uno según su humor y Cada uno más allá de su humor, perfila tipos que, según el humor que les caracteriza, están dominados por una inclinación que les empuja a sobrepasar las actitudes de naturalidad de los demás personajes; de esta manera, el vocablo acaba por asociarse con lo excéntrico y lo irrisorio. A partir de entonces el término ha ampliado extraordinariamente su significación, aunque es en el transcurso del siglo XVIII cuando se perfila la actual, que considera el humorismo como una actitud distanciada y aguda que lleva a valorar las cosas con jovialidad y gracia. En diversas ocasiones, se insiste en que no debe confundirse el humor con la ironía o la comicidad, sin embargo la amplitud del término no permite una delimitación muy clara.[3] El humor ha permeado la literatura de diversos lugares y su desarrollo debe relacionarse en particular con la inglesa.

Torri el literato (inseparable de la figura de Reyes) acusa la influencia, junto a la de los presocráticos, Sócrates y Platón, de los humoristas ingleses del XVII, grupo en el que se encuentran Laurence Sterne, Jonathan Swift o Daniel Defoe, y de los autores del XIX como Marcel Schwob, Charles Lamb u Oscar Wilde. La admiración del escritor saltillense por este último se hace patente en diversas ocasiones, tanto que enfatizará su futura influencia benéfica en la irrespirable atmósfera intelectual mexicana, por ello Zaitzeff no duda en afirmar que Torri forma parte del pequeño grupo que ha entendido y asimilado de forma destacada la propuesta literaria del escritor irlandés.

A propósito del vínculo estrecho del ateneísta con lo irónico, se ha dicho que en sus obras el conocimiento particular da paso a una sabiduría general, lo cual se logra mediante un recurso literario en esencia, pero muy trabajado y discutido: la ironía. Margo Glantz precisa:

La ironía fue estudiada por los románticos y especialmente por Schlegel, quien decía “Uno no puede burlarse de la ironía. Sus efectos pueden hacerse sentir después de un tiempo increíblemente largo”. Y en efecto la ironía no se presta a la burla aunque con la ironía se puede fustigar a los demás; la ironía es un recurso filosófico, más precisamente, un recurso socrático, recurso que para Torri es especial porque es un medio muy eficaz para desarrollarlo en aforismos, los cuales (…) están a caballo entre la filosofía y la literatura. Hegel criticaba a Schlegel por haber arruinado muchos conceptos filosóficos al darles formas de aforismos. Sin embargo, en la tradición romántica alemana hay una gran fascinación por una literatura o por una poesía que en parte deba su belleza a la filosofía y muchas veces a la ética.

 

Torri como gran ironista consigue realizar de forma destacada aquel texto erudito y sintético denominado aforismo, aspecto que lo equipara a figuras como Pascal, Montaigne, Quevedo y Nietzsche. Huelga decir que la filosofía fue una disciplina de gran importancia en la formación del escritor mexicano, pues todo ese cúmulo de saberes adquiridos fue condensado en singulares reflexiones breves que son la mar de ingeniosas y atemporales.

El término aforismo alude a una sentencia que pretende ser válida como norma de conocimiento del mundo. Además, consigna la crítica, se origina del saber profesional, de la compilación de dichos memorables, en varias ocasiones atribuidos, pues la memoria es creadora y porque la transmisión anónima simplifica, deforma o mejora los dichos para que sean más dignos de recordarse. Con el transcurrir del tiempo el proceso literario de acuñación de frases cambia con la aparición del ensayo. Esta ciencia, cuyo carácter era sumamente novedoso, junto con una nueva conciencia permiten, a decir de Zaid, “que los dichos célebres de las autoridades profesionales, que los fragmentos conservados de obras inexistentes o perdidas, inspiren un proyecto literario nuevo: el texto intencionalmente fragmentado, el texto audaz o irónico que habla como si lo supiera todo, como si hablara con la autoridad de un Tales o de un Hipócrates”.

El gran emprendedor del proyecto literario enunciado fue Torri. Sus aforismos fueron únicos desde su aparición por dos razones: sentaron un precedente innegable para la elaboración de una literatura de carácter fragmentario, que luego cultivaron otros escritores durante el resto del siglo XX en México, y por los procedimientos que emplea Torri en ellos, por ejemplo, la extraordinaria habilidad para juntar, según aprecia Carballo, de manera perfecta e indisoluble el sustantivo y el adjetivo. Aun el aforismo torriano bien podría ceñirse a la singular definición que propone Zaid: “No hay ensayo más breve que un aforismo”.

Más allá de la cuestión de los géneros, inseparable del legado textual del autor saltillense, implícita en la definición anterior. Como lectores no dudamos en considerar a los aforismos como tales por la intención didáctico-moral o filosófica, que enuncia Zaitzeff, producto de una honda experiencia vital. Ésta en Ensayos y poemas se exhibe con guiño audaz que se vincula con el género sintético del aforismo. En este caso, el epígrafe que da apertura a “Xenias” es significativo: “Las buenas frases son la verdad en números redondos”, breve texto que puede adoptar la vestimenta de un aforismo donde Torri alude al sentido de la precisión con que debe usarse un texto ajeno y que también revela una cualidad loable: la sobriedad como escritor.

Posteriormente, en “Almanaque de las horas”, último apartado en De fusilamientos, el autor disemina algunas muestras de sapiencia. Los aforismos revelan al hombre que trasciende el sólo vivir (tarea digna de gran mérito para Montaigne) a través de la enseñanza que deriva de la experiencia. Refiero unos ejemplos para corroborarlo: “Cuando alguien fracasa, nadie se ríe ni se alegra sino el que fracasó antes”; “Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud”; “No hay que envanecerse nunca de una incomprensión”; y “Todos tenemos dos filosofías: aquella cuyas ideas morales quebrantamos en nuestra conducta, a causa de nuestra voluntad frágil; y otra filosofía, más humana, con la que nos consolamos de nuestras caídas y flaquezas”. Es de gran interés que en el último aforismo se haga una ligera aproximación a una figura inseparable de la creación, sea lírica o sea narrativa: el artista. El acercamiento se hace a su calidad de imperfecto como el ser humano, entidad que no está libre de las contradicciones.

Precisamente, el artista creador que nos guía en las Prosas dispersas (último libro publicado en vida del autor) deja un legado mayor del texto de carácter aforístico y una tarea singular: la fascinante imposibilidad de afirmar si los textos pertenecientes al apartado “Fantasías” se adscriben al cuento, al ensayo o al poema en prosa, lo que sí es indiscutible estriba en su habilidad para usar un lenguaje que alberga lo poético. Resulta curioso que en “Muecas y sonrisas” (texto del apartado referido) Torri deja un par de muestras de su talento como hacedor de aforismos: “En el amor más espiritual hay algo de sensual. En el más sensual hay mucho de espiritual” y “Cuando una mujer nos hastía, nos enfadan todas las que se le parecen, las que son de su mismo tipo”; es evidente que se proponen dos temas: el amor y la mujer (vale precisar que Torri provee un tratamiento hosco a la figura femenina en otros de sus escritos).

Por un lado, en “Lucubraciones de medianoche”, incluido en “Fantasías”, Torri deja más “pedacería textual” que se relaciona con lo aforístico y que devela uno de sus tópicos predilectos: el artista (imperfecto). Figura que sin pudor descubre su experiencia vital a través de agudas reflexiones: “Los espíritus hablan a pesar del hipnotizador y del hipnotizado”; “El pudor de los filántropos está en no ser tiernos”; “Los sueños nos crean un pasado”. Y que pese a ser imperfecto consigue vincularse con su singular consciencia creadora. Ésta le impide el anhelo por meras banalidades, como la fama, y con ello mantener una perspectiva prudente: “El artista. No proponerse fines secundarios en la vida: como posición social, dinero, buen nombre entre las gentes o sus amigos, etc. Su pan y su arte (Nietzsche). El artista tiene una orientación y vive por lo tanto dentro de la moral”. Resulta inevitable no evocar al Torri creador que huía de los reflectores y cuya obra resulta tan original y por demás aleccionadora. De ahí que no resulte extraño que el autor equipare al escritor con un héroe, a quien la arrogancia le parece detestable: “El heroísmo verdadero es el que no obtiene galardón, ni lo busca, ni lo espera; el callado, el escondido el que con frecuencia ni sospechan los demás”. Figura que a su vez le son tan caros los instantes de soledad para acometer su empresa creativa: “Somos una planta de luz (acción); pero también de sombra (reconditez, intimidad, aislamiento propicio al perezoso giro de nuestros sueños y meditaciones)”.

Por otro lado, en la sección “Meditaciones críticas”, último texto de “Fantasías”, él retoma su tema esencial, ya que las reflexiones se centran en un artista único: el escritor, así como la actitud de éste en relación para con el trabajo que culmina, a saber, la literatura; buena parte de los aforismos se centra en dicha actividad. En este orden de ideas, estimo que el Torri más notable es aquel que se ocupa del problema de la escritura, para él un arte digno de un héroe y que debía mantenerse lejos del mal gusto. Un pensamiento lo confirma: “Ese garrapateado con falsas elegancias y perendengues de pésimo gusto, de estilo pomposo y vacuo, promueve simpatía para los que escriben con sequedad”.

El escritor descubre, con gran delicadeza, vetas: “Escribir hoy es fijar envanescentes estados del alma, las impresiones más rápidas, los más sutiles pensamientos”. De hecho, el escritor, un desdoblamiento del artista, no puede eludir la dimensión heroica, tan es así que Torri afirma: “Escribe luego lo que pienses. Mañana será tarde. Tu emoción, tu pensamiento se habrán marchitado. El escritor ha de tener a sus servicio una firme voluntad; siempre ha de estar dispuesto a escribir (esa sombra de la acción)”.

Los lectores notan los grandes alcances de la reflexión (que bien puede ser un epigrama, pero no polemizaré sobre ello), pues se asemeja a un mandato irrevocable y además se puede seccionar en dos aforismos. Explico: en la primera parte (donde alude a un pensamiento susceptible de secarse), se revela una filosofía de vida para el escritor, porque él sabe lo insensato que resulta el desaprovechamiento del instante presente donde la imaginación capta algo que reclama plasmarse en el papel; en la segunda parte (la referencia a la voluntad del escritor) lo dicho no consiste en una perogrullada, por el contrario se habla de la alta consciencia del creador para con el oficio de escribir, un trabajo que se va perfeccionando sólo con la práctica constante. La labor incesante del escritor, que Torri comprendía en su justa dimensión, no puede degradarse con la hechura de textos que fomenten el trivial orgullo del creador y mucho menos que sólo capten lo inmediato y se centren en pensamientos sin sustancia.

Tras el breve recorrido por algunos aforismos del escritor, se puede advertir que sientan un precedente en la literatura fragmentaria del panorama literario mexicano. Más allá de la observación general, interesa destacar que se devela un escritor agudo, incisivo e irónico. Vale la pena preguntarse ¿por qué el autor privilegia la utilización de la ironía? Creemos que el uso de la ironía en Torri puede vincularse con dos perspectivas: una que se relaciona con el desencanto y otra que se relaciona con lo fragmentario. En relación con la primera, Zaitzeff puntualiza “que toda la visión del mundo de Torri está matizada y transformada por una ironía inglesa. Sin embargo, no se debe perder de vista que detrás de esta sonrisa suave se esconde un hombre triste y desencantado”, la consideración parece corroborarla un aforismo del propio autor: “La melancolía es el color complementario de la ironía”. A propósito de la segunda, la crítica Elena Madrigal precisó que la conciencia de Torri respecto a su proyecto literario era tan grande “que lo condensó en unas cuantas frases y recurrió a la ironía para expresarlo con el doble propósito de dar a entender que su obra no aspiraba a la trascendencia de las grandes formas literarias y de mostrar la originalidad su técnica compositiva”.

Para terminar, señalo que los aforismos de Torri ya son un clásico de la literatura mexicana porque, entre otros aspectos, albergan una sabia reflexión de carácter universal y remiten al escritor que tiene conocimiento de su labor y que es capaz de ocultar lo relativo a su persona en cada una de sus creaciones. Al respecto, me atrevo a sugerir que en el seno de los peculiares escritos del autor saltillense, sean aforismos u otra clase de texto, late una reflexión de Basil Hallward (personaje del Retrato de Dorian Grey): “Un artista tienen que crear cosas bellas, pero no debe poner nada de su propia vida en ellas. Vivimos en una época en que la gente trata al arte como si tuviese que ser una forma de autobiografía. Hemos perdido el sentido abstracto de la belleza”. Indudablemente, Torri asimiló de manera destacada la lección de Wilde que enuncia a través de su agonista.

[1] Por ejemplo, el conocimiento y el estudio de la cultura de México; las literaturas española e inglesa; la cultura clásica o los nuevos métodos críticos para el examen de obras de carácter literario o filosófico.

[2] El médico griego afirmó que el comportamiento moral y el temperamento de cada hombre dependían de la relación con que estuviesen mezclados los humores y el predominio de uno o de otro, y así resultaban el colérico, el melancólico, el sanguíneo y el flemático.

[3] Ernesto Sánchez Pineda acota puntualmente en su investigación “Fragmento e ironía en las obras de Julio Torri y Carlos Díaz Dufooo Jr.”, los temas: el humor, lo cómico y el humorismo, recurriendo a conceptos como la ironía, la parodia y el sarcasmo. En este sentido, lo cómico viene a ser una acción o reacción del ser ante el humor, asimismo, es una generalidad y una de sus formas complejas es el humorismo, el cual es evidente porque uno de sus mecanismos estriba en exhibir la conciencia creadora. Por otro lado, la ironía (junto con el sarcasmo, la sátira y la parodia) es un recurso al servicio del humorista.

 

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