Zona Franca nació hace 12 años, con las primeras luces y sombras del siglo XXI, para instaurar un territorio de construcción de pensamiento, de crítica, de creación y de reflexión que fuera, al mismo tiempo, la respuesta y la toma de posición de una generación frente a las realidades que entonces vivíamos.
La fundamos un grupo de amigos con la intención de que fuese apuesta cultural, zona de encuentro de la diversidad ideológica, proyecto editorial, identidad en movimiento de la generación de entre siglos y, por qué no, tribuna de intelectuales, autores, investigadores, poetas, científicos, académicos, mujeres y hombres de letras en general, que tenían algo que decir a su tiempo y no encontraban las condiciones propicias ni los medios para hacerlo.
En su breve lapso de vigencia, que no llegó a un año, Zona Franca conoció la miel y la hiel del paisaje cultural y literario de entonces.
No obstante, la necesidad de un espacio de confluencia para las más serias y diversas expresiones del medio cultural y, al mismo tiempo, la tentativa de presentar y de representar la realidad de cada día, más que con los edulcorantes de la ambigüedad y la indefinición, con los enfoques lúcidos, serenos y directos del pensamiento abierto y el lenguaje crítico, mantuvieron a flote la idea de dar nueva vida al proyecto de entonces.
Por lo que hace a la miel, Zona Franca fue bien recibida dentro y fuera de Michoacán y el país por grupos, personas y sectores que se identificaron con ella y la hicieron suya.
En esa primera época los logros no fueron pocos: Zona Franca dio plataforma y un tratamiento de otro nivel al debate intelectual; introdujo sellos de novedad viva en el diseño editorial y gráfico del periodismo cultural de entonces: alentó en sus páginas centrales a pintores que escribían, junto a una crítica plástica y literaria que ayudó a identificar algunos secretos importantes de nuestra genealogía cultural; creó un suplemento especial (El asidero y la zozobra) para difundir lo mejor de la creación y la traducción poética de esos días; abrió un espacio de divulgación a la investigación y la reflexión académica; vio en el ensayo el molde propio y el género privilegiado del razonar humano e intelectual; restituyó al reportaje sus fueros y vinculaciones con el lenguaje literario; publicó artículos de opinión que prescindieron de la espuma de superficies y realmente tocaron el fondo de los temas; en fin, auspició una rica diversidad de voces proveniente de distintas formaciones, intereses estéticos y perspectivas ideológicas, sin otro límite o exigencia que la calidad literaria de los textos.
Por la hiel, Zona Franca fue, en 2001, trueno y relámpago de una asamblea de inquietudes y de una red de palabras de quienes buscábamos cambiar el mundo heredado. Nació… y unos meses después fue interrumpida, luego de que su director-fundador fuera cesado(sic) por la “conjura en las sombras” de una especie de municipalismo cultural. Así, la revista fue un eslabón más en esa larga cadena de mezquindad, estrechez de miras, medianía, capillismo, insidia y ruindad que llamamos canibalismo cultural, que entre nosotros –no pocas veces- ha contribuido a condicionar, frustrar, malograr o posponer proyectos culturales con verdadero sustento y valía. El tiempo, como ocurre casi siempre, ha separado con precisión de bisturí la cizaña del trigo y ha puesto las cosas en su justo lugar: unos ya no están entre nosotros, otros –quizá los más obtusos y grotescos- continúan viendo y “viviendo” la cultura con el “cretinismo” y el desparpajo de siempre; nosotros aquí estamos, con la mirada puesta en el horizonte, haciendo el balance crítico del desorden general que dejaron los depredadores ideológicos y culturales en la última década e identificando los roles y tareas que debe desarrollar hoy, en el espacio público y en la vida cultural, una publicación como la nuestra.
Lo que nace de verdad, como semilla del pensamiento o producto de la cultura, nace una sola vez y para siempre. Podría decirse que un ramal o una zona de la Zona Franca de ayer se escindió hacia los aires de la dispersión, con búsquedas distintas y creyéndose tronco. Les deseamos suerte. Ninguna escritura más precisa que la de Octavio Paz, en La estación violenta, dibuja lo que fue ese capítulo que para nosotros ha quedado cerrado: “El viento borra lo que a ciegas escribe el tiempo”.
La Letra Franca de hoy es el mismo proyecto editorial de 2001 y es otro. Es el mismo porque, en lo esencial, no hemos abandonado el espíritu, los propósitos ni la vocación crítica que nos animaron en aquel entonces. Es otro porque el tiempo, la realidad, la historia, los autores y los lectores son otros, aún cuando una parte del potencial que acompañó nuestro pasado nos estimula e interroga. Es otro porque los asuntos que inquietan nuestra imaginación y los temas que suscitan nuestra curiosidad son nuevos. Es otro, en fin, porque la demografía autoral y el vasto grupo de quienes ahora integran este esfuerzo han puesto ya su “Pica” en el “Flandes” de la cultura nacional con su reflexión, su talento literario y su vocación intelectual, desde su independencia de criterio y lejos de los centros tradicionales de poder que suelen subordinar la cultura a cualquier otro interés, incluido el de la política militante.
En esta nueva publicación, ya desde el Número Uno, puede leerse a autores de sólida presencia en la literatura universal y en las letras nacionales, pero también a un grupo de escritores anónimos curtido en el silencio general y a un segmento que avanza, con paso firme desde hace años, hacia la madurez de estilo, de lenguaje y de pensamiento.
Aquí publicaremos lo que duele, lo que despierta pasión, lo que se ama, lo que nutre el arte de la controversia y aquello que en algún sentido podría hacernos cambiar desde adentro como lectores –incluso, si a veces nos contradice- a condición de que tenga núcleo conceptual, vértebras, estructura, semiótica y calidad literarias.
Recomenzar la senda de nuestros sueños (“sin el poder del sueño el hombre vacus no es nada”, tradujo Jean-Marie Gustav Le Clézio) y reanudar la marcha de nuestros propósitos once años después, es retomar la tarea de reflexión y crítica que quedó suspendida en el tiempo, para relanzarla hacia las realidades inmediatas que reclaman la acción moldeadora y estructurante del pensamiento. Para un muestrario de la creación y la reflexión vivas de hoy como el que aspiramos a ser, ninguna definición más puntual y aplicable a nosotros que la de Jorge Luis Borges: “La única manera de hacer una revista es que unos jóvenes amen u odien algo con pasión. Lo otro es una antología”. Guiados por ese “conjunto de afinidades, diferencias y contradictorias simpatías que llamamos gusto” literario, jóvenes de ayer y jóvenes de hoy intentamos, desde estas páginas, servir al mejor de los auditorios: los que demandan una publicación como ésta en el desierto de la uniformidad que nos envuelve, los que buscan respuestas a la altura del hombre de la calle y su circunstancia y aquellos que están dispuestos a escuchar el sonido característico de los follajes del pensamiento.
Si una de las funciones de la literatura es presentar y representar al mundo, ambas operaciones estéticas incluyen su transfiguración, su transformación en otra cosa. Por ello, el nacimiento de una empresa cultural independiente como ésta constituye un llamado a dignificar el espacio público, a construir una ciudadanía reconciliada con la cultura, a elevar el nivel del debate intelectual, a autentificar la política, a depurar el gusto estético, a despertar el conocimiento racional de la historia, a mover la conciencia moral de nuestros contemporáneos, a preservar y a fortalecer el derecho a la crítica.
La Zona Franca de ayer y la Letra Franca de hoy son dos momentos de la misma empresa, en la antigua acepción caballeresca de esta palabra: designio o acción ardua que se lleva a efecto con resolución. Sin embargo, hoy los retos son otros porque el mundo es otro: perseverar y cambiar son dos ritmos del mismo ser, cuya vitalidad sostiene el estandarte hacia el mañana -un mañana que desconocemos pero que allá, en las brumas del tiempo, conoce y guía nuestros pasos.
La incompleta evolución política de Michoacán y del país, así como la transición letárgica y torpe que ambos han vivido, nos hacen preguntas que debemos contestar.
Las experiencias y los regímenes de izquierda que hemos conocido, quizás han pasado a ser materia de estudio en filosofía de la historia, ejemplo de nuevas kakistocracias en la ciencia política o evidencia dura en el plano capital de la memoria. En general, esas tentativas han subrayado el hecho de que la política sirve, ante todo, a los políticos, con olvido del resto de la sociedad. Por su parte, las diferentes experiencias de derecha que hemos vivido no son fuente de optimismo ni tierra firme de un entusiasmo racional, puesto que su capacidad de generar respuestas está condicionada por la resequedad conceptual de su tradición y por cierta parálisis ideológica.
Más acá, como tarea esencial, nos aguarda el desafío de una reflexión rigurosa y puntual sobre los inconvenientes, la injusticia estructural, la lógica ciega y las contradicciones culturales del libre mercado, que ha generado un mundo centrado en el interés y el valor de la economía, pero ha olvidado que la dignidad de la persona y el valor de lo humano son la razón de ser de cualquier sistema, independientemente de su color ideológico y sus orientaciones básicas.
En fin, nos esperan muchas tentativas por descifrar y esclarecer la realidad de nuestro tiempo, tanto la más próxima a nosotros como la más distante. Ahí estaremos como Letra Franca, como espacio de creación y cultura, de confluencia y de diversidad intelectual, de reflexión y de crítica, mientras haya del otro lado de la página una asamblea de ojos dispuestos a ver y de oídos dispuestos a escuchar.
Leopoldo González,
DIRECTOR