El remate de cabeza: una invitación a la fenomenología
Por Ignacio Quepons Ramírez
Hace algún tiempo varios amigos me han preguntado en diferentes contextos de qué se trata la fenomenología, a lo cual, siempre termino contestando que bien podría entenderse por la descripción del sentido del mundo desde el punto de vista de la especificidad de la experiencia. El mundo, visto desde esta luz, no es la abstracción que hace de él el universo de los fenómenos físicos sino el horizonte desde donde se despliegan los objetos y situaciones a las cuales está referida constantemente nuestra vida en su transcurrir. La hipótesis que guía los análisis de la fenomenología es la asunción de la vida como una compleja red de relaciones, implicaciones y entretejimientos de sentido, es decir, no como una sucesión inconexa de impresiones y vivencias sino justo como una trama articulada en una unidad significativa. La vida además está constantemente trascendida más allá de sí misma hacia un horizonte de situaciones que les salen al paso y tienen al mundo asumido como el horizonte de sus experiencias. La fenomenología sugiere la comprensión de dichas implicaciones de sentido en diferentes niveles de generalidad, las cuales pueden ser descritas de acuerdo a una metodología científica estricta.
La fenomenología es en realidad una forma de asumir la tarea de la filosofía, como crítica de la razón y pregunta radical por la realidad, que enfatiza el sentido de la experiencia concreta como el ámbito desde el cual se deben aclarar sus problemas. Esta peculiaridad del método fenomenológico fue rápidamente advertida en su importancia no sólo por algunos filósofos sino también, y sobre todo, por escritores como Ernesto Sábato. En su ensayo intitulado “Fenomenología y literatura” no sólo repara en la afinidad entre la descripción del fenomenólogo y el quehacer del escritor sino que presenta una ejemplificación que puede resultar particularmente clara, al menos en lo que se refiere a la inquietud básica de la fenomenología.
El poeta que contempla el árbol y que describe el estremecimiento que la brisa produce en sus hojas no hace análisis físico del fenómeno, no recurre a los principios de la dinámica, no razona mediante las leyes matemáticas de la propagación luminosa: se atiene al fenómeno puro, a esa impresión candorosa y vivida, al puro y hermoso brillo y temblor de las hojas mecidas por el viento. Y contrariamente al físico, no intenta ni se le ocurre separar la forma de esas hojas, sus sutiles movimientos, su tierno color verde, el armonioso arabesco de las ramas, de su propia conciencia, sino que vive todo simultánea e indiscerniblemente, en una radical co-por esencia: ni su yo puede prescindir del mundo, puesto que esas impresiones, esas emociones las experimenta por el mundo; ni el mundo puede prescindir de su yo, ya que ni ese árbol ni esas hojas, ni ese estremecimiento son separables de la conciencia.”
Así, el fenomenólogo, sin pretender necesariamente la agraciada descripción del poeta, avanza en su aclaración de la significatividad de la vida asumiendo el mismo punto de partida: la especificidad del mundo abierto a su experiencia, tal y como es vivida y sin perder detalle de su concreción. Pero la finalidad de sus análisis no es la mera descripción literaria sino mostrar cómo en esa concreción se entreteje la red de significaciones en las cuales se extiende nuestro mundo, no como un mundo de meros hechos, sino un mundo que es en cada caso nuestro y reconocemos como campo de juego y hogar que habitamos.
En su ensayo La precisión del cuerpo: análisis filosófico de la puntería, Agustín Serrano de Haro, tal vez preocupado también por introducir a la fenomenología por una vía más concreta, intenta un inusual acercamiento a la fenomenología por la vía del análisis reflexivo de la experiencia de la puntería. En la vivencia del apuntar, en apariencia trivial y cotidiana, se despliega una variedad de fenómenos de difícil articulación en los que se da cuenta de la compleja constitución de la trama de sentido que tiene lugar en las vivencias menos espectaculares.
A grandes rasgos Serrano de Haro distingue entre tres momentos esenciales en la experiencia del apuntar. 1) la disposición de un objeto móvil “a la mano” que puede ser arrojado o por lo menos reorientado a voluntad en cierta dirección por 2) un sujeto que vive su cuerpo como un sistema habitual de movimientos y potencialidades afirmadas en la figura “yo puedo”, las cuales se realizan en diferente grados de atención. Es decir, muevo mi cuerpo y dispongo de él en función de la intención de arrojar el objeto móvil en una dirección pero no pienso cada movimiento, más bien, mi cuerpo y sobre todo mi movimiento de arrojar o darle dirección al objeto móvil está orientado por entero a 3) el objeto o situación objetiva asumida como el blanco. El análisis de Serrano de Haro, que no vamos a resumir aquí, enfatiza como momento esencial al fenómeno del apuntar lo que llama el “temple del cuerpo” en la experiencia del pulso. La puntería requiere no sólo la mirada puesta en el blanco y la acción voluntaria consecuente sino que se resuelve, sin que ello garantice el acierto, en cierto pulso, un cálculo del yo que pondera las potencialidades de su cuerpo en situación y lo dispone para la realización de su acción consecuente: lanzar o dirigir un objeto móvil hacia un objetivo que trasciende la esfera de su alcance inmediato con su cuerpo pero aparece dentro de su espectro de visión y es asumido como blanco.
Ya en las primeras páginas y como ejemplo marginal en los deslindes del fenómeno del apuntar Agustín Serrano propone un ejemplo que no desarrolla: el remate de cabeza.
Un modo límite del fenómeno que examinamos es, en fin, el caso curioso en que no es el blanco ni el tirador sino el propio móvil el que está de antemano en movimiento, y el individuo humano ha de intervenir «sobre la marcha» para desviar su trayectoria e imprimirle la dirección y el impulso deseados. En el deporte del fútbol se deja observar esta posibilidad en, por ejemplo, los remates de cabeza
Desde mi primera lectura del ensayo de Serrano de Haro el ejemplo llamó mi atención, y este interés se reavivó hace unos días, después de haber visto el magnífico gol de Van Persie contra España en la primera jornada del mundial que tiene lugar en estos momentos en Brasil. ¿Se podría analizar la vivencia del “remate” de Van Persie a la luz de las pautas fenomenológicas ofrecidas por Serrano de Haro?
El sujeto implicado en la situación de jugar al futbol vive el espacio que recorre la cancha, naturalmente no como un espacio delimitado por ciertas medidas, sino como el campo de juego en sentido literal. El delantero constituye el espacio inmediato como un campo de libre movimiento sobre el cual puede avanzar pero que es a la vez delimitado, de acuerdo a las reglas del juego, por su relación con los defensas pues no puede tomar distancia de ellos hacia adelante y recibir pase. Es así que un momento de su atención está dirigido a todos los jugadores con los que co-constituye el campo como espacio de juego, en diferentes momentos de mediación, en la situación más inmediata de buscar el espacio para avanzar en el ataque; en este movimiento tiene atendidos a sus contrincantes, los defensas, y la distancia que lo separa de ellos. Los jugadores que asumen la posición de defensa no se desplazan simplemente por el campo sino que están implicados en el juego y guardan una relación esencial con el jugador contrario: la marca, y el delantero lo sabe. Es así que tiene lugar la experiencia de “abrir” o “encontrar el espacio”. En ese momento, no obstante, el elemento fundamental del desarrollo del juego, lo que ocurre con el balón, se desarrolla en otra parte. Otro jugador avanza desde la banda más o menos al medio campo y ubica al delantero en posición de atacar. No se diría en este caso que apunta hacia al delantero sino que anticipa, sobre la base de complejas síntesis de habitualidades que pasan desde el reconocimiento que se trata de un semejante con el que está jugando al futbol, como a la posibilidad de que el delantero se abra espacio entre la marca y el lugar donde irá dirigido “el pase” coincida con ese movimiento. Las posibilidades son variadas, su compañero elije un pase elevado. El delantero encuentra el hueco entre la defensa y capta el gesto de su compañero que dirige el pase a un espacio, por así decir, “creado” por la situación. Entonces tiene lugar el acontecimiento fundamental: el delantero remata con la cabeza y reorienta con su impacto la trayectoria del balón en dirección a la portería.
Los ejemplos que recorre Agustín Serrano de Haro avanzan por otro derrotero. Para él resulta más atractivo y claro el momento más o menos estático en el cual el jugador de basquetbol realiza un tiro libre. Ahí queda clara la disposición del cuerpo consecuente con el movimiento del objeto y la atención al blanco. En el remate de cabeza ocurren más o menos los mismos momentos sólo que en un grado de complejidad, al menos para su descripción, de un nivel superior a la ponderación de quien se toma su tiempo para ejecutar un lanzamiento. Para empezar el sujeto no dispone del útil móvil antes de la ejecución de la puntería, la ponderación y el temple de su cuerpo ocurren sobre la anticipación, y en esa medida la “re-presentación” del balón que viene en cierta trayectoria y respecto de la cual está habituado a recibir y “rematar de cabeza”. Las modificaciones atencionales que avanzan por el asumir la posibilidad de recibir el balón para atacar, (algunos jugadores, en situaciones semejantes indican tocándose la frente dónde tiene que ponerla su compañero) a la certeza en que la pelota viene por donde él va y entonces se prepara para el salto y el consecuente remate.
Van Persie, en nuestro ejemplo, vio la oportunidad. Anticipa la posición del balón en consecuencia al movimiento de su cuerpo, se diría que la mide, y todas estas variaciones de la atención son simultáneas a la asunción de su cuerpo al movimiento habitual y sus recorridos, a la atención dirigida al espacio entre la defensa que es asumida como espacio a través del cual puedo avanzar “y atacar”, y finalmente justo “pondera” la trayectoria del pase y ejecuta una potencialidad de su cuerpo basada en una síntesis habitual de su movimiento: rematar de cabeza.
En el momento en el que ha dejado atrás a la defensa y se encuentra solo ante el portero podemos observar cómo se realiza este momento de ponderación. Si se quiere de forma un poco más acelerada y sin oportunidad de pensarlo mucho, encontramos el momento del cuerpo templado, el pulso propio de la puntería. El movimiento grácil del delantero que extiende su cuerpo para darle dirección con la cabeza al balón es en sentido estricto un caso de la experiencia descrita por Agustín Serrano pues el jugador debe calcular la distancia, el momento preciso de emprender el salto e incluso el gesto final de impactar el balón con la frente de cierta forma precisa. La puntería, como Agustín Serrano indica, es irreductible al mero hábito corporal, es decir, no depende de la pura destreza física para su ejecución sino que supone una ponderación de la posición, la anticipación del movimiento, el cálculo que en imprimir un impacto de cierta orientación, cierto pulso que se resuelve en modificar la trayectoria del balón con un sentido intencional específico: burlar al portero y acertar en la portería.
En lo anterior, y un poco pensando en mis amigos que me han preguntado muchas veces de qué se trata la fenomenología, he trazado o al menos llamado la atención del lector sobre los momentos implicados en la resolución de una vivencia de orden práctico en el marco de un horizonte situacional complejo: un partido de futbol. Más específicamente la situación de la “oportunidad” de gol resuelta de modo favorable para el delantero. La fenomenología utiliza un instrumental conceptual más técnico para realizar sus descripciones y naturalmente su intención no es describir cada momento de la vida tal y como se vivió, empresa que quizá resulte en un completo despropósito, sino analizar los momentos necesarios en la constitución de una unidad de sentido, en este caso “una jugada” descritos desde el punto de vista de su concreción en la vida tal y como son asumidos por los sujetos que los viven. Lo anterior no puede ser naturalmente ni siquiera el bosquejo de una descripción del movimiento corporal y la compleja vivencia del juego de futbol, pero al menos espero que con ello haya podido apunta hacia algunas líneas que interesen a los lectores por el estudio de la fenomenología.
La imágen muy acertada, el ejemplo, me ha recordado unas palabras de P. Almodovar: “la morcilla de Burgos…te aisla y te radicaliza”. Un juego tan mediatizado para manipulación de las masas resulta entre otras posibilidades, un buen repelente