2nd

enero
2 enero, 2025

Algo por perder

–Advertí que ella lo salvaría– dijo en voz alta con un tono metalizado.

—Eso ya se acabó. Yo te podría defender si estuvieras programada.

—Prefiero que no sea así.

El protagonista intentaba salir de una prisión a la que injustamente tuvo que caer por causa de sus enemigos.

—No habrá forma de que el hombre pueda rescatarla. Y tampoco ella a él.

Era una película francesa: Pierre y la muerte. No recordaba al director, solo al personaje que interpretaba al actor viejo que tenía un origen americano.

—Su mirada es inmune a cualquier ataque de sus enemigos.

—El hombre se está poniendo en peligro, sin motivo alguno— dijo ella.

Rubén volteó a verla, por primera vez.  Él la sacó a ver alguna película y eligió martes donde había menos aglomeraciones en la plaza más cercana. Caminaron juntos por el barrio. “Si el amor fuera así”, pensó, no necesitaría nada. El hombre de la pantalla había escapado con todas las artimañas que se esperaba.

—Te lo dije.

—¿Ya habías visto esta película?— respondió el robot.

El software instalado con inteligencia artificial sacaría lo mejor de una personalidad femenina. La muñeca  andaba por su propia cuenta e imitaba los gestos humanos, incluso mostraba una sonrisa.

La tarde se hacía fría y en el cine se comenzaba a percibir en el ambiente.

El hombre, Pierre, caminaba por la calle a media tarde y atravesó una multitud. Arrastraba un cartel y parecía que tenía algo de heroico en plena derrota.

Con el filme la conciencia del robot incrementaba. Nadie podía creer la forma en que el protagonista escapó de los militares que rodeaban el lugar. El hombre parecía un gesticulador, quedó inerte en mitad de la ciudad.

—Ves Sophie, él sabe esconder su identidad. Saldrá bien librado.

—Tienes razón— respondió el robot.

El androide permanecía contemplando la entrada y daba un suspiro de  algarabía ante la multitud. Se acostumbró a las miradas y a que la vieran como un robot y no como era: un ser artificial evolucionado. Sentía los ojos de los extraños encima, todos escuchaban el golpe de metal contra el concreto. Llegó a la entrada de la sala, así lo recuerda Sophie, y la respuesta era la misma, la sorpresa de los jóvenes y niños al ver una pareja humano androide en el cine. Esta vez tenía que ser diferente porque era una gran prueba.

Al prepararse a salir, Rubén sintió un vacío una nostalgia de algo que estaba por perder. Un sentimiento de pureza que se alejaba de él. El robot respondió: “no estés triste, si quieres no vamos al cine el día de hoy”. Ya estaban en la plaza.

—No te preocupes, ya acordamos, tiene más de un mes que preparábamos este viaje.

Sophie sonrío nuevamente y luego volvió a su tarea de revisar su sistema y la capacidad de la batería para el viaje completo. Las dos horas que duraría el filme.

Resaltaba que solo había dos posibles destinos para el protagonista, el primero sería la salvación; sl segundo, sería el rescate de ella.

Sophie lo miró y no hizo ningún ademán. Ponía atención en la pantalla, al parecer, comenzaba a aprender que los seres humanos se mueven en el sentido del bien aunque su conducta sea dudosa.

Ahora el protagonista tiene que volver por la chica.

Y está en peligro- dijo Sophie a Rubén.

Rubén había convencido al personal de laboratorio de pruebas del Politécnico, su centro de estudio, que era necesario salir con el robot para interactuar con la gente. Rubén, el científico becado por CONACYT,  veía que Sophie, el prototipo de androide muñeca,  estaba lista para socializar en espacios con conglomeraciones y la expondría al estrés de la multitud. Por su parte, Rubén anotaba los procesos en una memoria auditiva y grababa todas las reacciones lo que le parecía llamativo. Por ese hecho, le autorizaron con un memorándum sacar a pie al robot con excusa de que se camuflaría mucho mejor de esa manera. Era inicio de semana y la seguridad del centro de estudio era más flexible.

Cabe señalar que llevaba más de dos años en la investigación de un modelo de ciborg que pudiera establecer interacciones completas y actos reflejos como cualquier ser humano. Al modelo le pusieron Soph – pi. Que serían las siglas del centro politécnico que lo acreditaba. Así abreviado sería Sophie. A su vez, nadie había advertido que Rubén se había encariñado con Sophie. La inteligencia y la capacidad de reacción del robot ante las emociones lo habían convencido de que se había desarrollado una natural forma de amor entre ambos.  Rubén no sabía porque había programado su capacidad de proteger, cuidar y  proveer a Sophie, así como en algún momento entre los juegos lingüísticos que desarrollaba le decía que era su mujer. La prueba de tal manera tendrá un valor superior. El robot, según argumentó Rubén, respondería estímulos externos desde el cariño y el juego del amor.

La prueba propuesta era salir del centro politécnico hacia el cine, la plaza específicamente. La programación del robot duraría un día para tomar los datos de reacción ante el estrés del viaje sobre un sitio desconocido. Serían cerca de 1738 m de caminata hacia la plaza. Después de 2 horas el ingreso a la sala de proyección. El edificio del politécnico y la parte de la plaza incluyendo dos pasos peatonales hacia avenida Lindavista esquina con Montevideo, luego insurgentes con sus cargas vehiculares reguladas entre las 16:21 y las 20: 02 horas. Esos eran los apuntes que hacía Rubén. Los datos requerían aproximación más que precisión, ya que la valoración socioemocional de las reacciones tendrán un estimado resultante, según el cambio de atmósferas: zonas contaminadas los pasos peatonales y la reacción al cambio de altura en cada puente. Así como, el espacio cerrado de la sala con el aire acondicionado.

Hacia media tarde todo estaba listo, el medidor de la batería y el control secuencial del aprendizaje del proceso de avance y regreso sería a las 15:30, llegarían aproximadamente a las 16:01 para alcanzar los boletos y justo en ese momento estarían en la taquilla. Rubén, el científico, revisó las gráficas de las funciones y el proceso de recepción de las órdenes.

La sala se mantenía en silencio cuando Sophie interrumpió. La pantalla mostraba los créditos finales.

—Tengo que hablar de la película. Me pareció un filme terrible, no puede ser. (Así se dice).

–Sí, Sophie. Pero dime, ¿crees que el ser humano debe salvarse?

El robot volteó y esbozó una sonrisa. “la primera sonrisa fingida”, pensó Rubén.

–Estamos listos. Vamos de vuelta– dijo.

Salieron de la sala y las miradas se concentraron en el movimiento lento y ruidoso de ella. Justo como al inicio. Ya estaba oscureciendo y el otoño obligaba al sol a ocultarse eventualmente temprano. Un foco rojo brillaba en la espalda del robot. Salieron.

 El ruido de la ciudad comenzaba a dominar la noche. Quizá eran las ocho y media.

 La calle permanecía muy sola, entraron por un callejón porque la avenida principal estaba cerrado.

Rubén sacó la tablet. Hizo el enlace y Sophie volteó de inmediato.

–Entraste al sistema.

Entonces, bajo la revisión, Sophie volteó el rostro intimidada. Parecía comprender el ínfimo sentido de la vergüenza.

Sin lugar a dudas su reacción era semejante a la de cualquier ser humano. Sophie, que ya había observado las principales emociones en la pantalla, dijo:

–¿Esto que se percibe es lo que ustedes llaman humanidad?

Rubén no respondió, se conectó a través de bluetooth a la señal de Sophie para calcular los últimos cambios en el proceso de conservación de la energía; las lecturas de respuestas emocionales en la atmósfera y los tres momentos de su regreso sala, calle y el centro de investigación de vuelta.

Al salir, el espacio abierto se sentía en la oscuridad un frío extraño y los fondos de los automóviles impactaban como imágenes que provocaban que el androide caminara más lento.

–Me deslumbran– decía.

Rubén no vio que un grupo de jóvenes venía en el sentido opuesto de su trayectoria, la lentitud de Sophie era notoria. Los jóvenes avanzaban en tumulto, les parecía gracioso ver la lentitud del robot.

Rubén consideró que el tráiler en las manos la tableta no era riesgo. Ya que las siluetas de los jóvenes pasarían de largo. Sin embargo el grupo no se dispersaba y Sophie seguía de frente sin dar un paso a un costado, ya que no percibía el camino y mucho menos los cuerpos que se presentaban como siluetas ante la nulidad de la luz. Las farolas de los postes estaban fundidas. Rubén al ver la situación solicitaba al controlador desde la tablet desistir de la autonomía de la máquina, pulsaba el control manual, no obstante, no había una forma de devolverle el mando de la motricidad de Sophie. La Luz roja de la mujer androide llamaba la atención. Las voces se volvía más fuertes y la silueta se convirtieron en cuerpos. En el ambiente llegaba un tufo de hierba quemada, Rubén lo percibió tarde.

–Ābranse – gritó una voz ronca desde las sombras.

Sophie seguía el camino. Rubén no podía verificar si ella parpadeaba por las luces.

“No veo”, escuchó con una voz metálica.

–¿No escuchan, pendejos?

No se sabe si fue uno de los jóvenes el que impactó al robot o si Sophie fue directo a golpearlos, las sombras eran al menos diez Uno de ellos cayó y los demás reaccionaron. En ese momento, Rubén sintió una tormenta de patadas y golpes “ no debo dejar que transgreda mi perímetro”.

 Los pandilleros gritaban de forma incomprensible, Rubén, al principio, vio caer la tableta de sus manos partiéndose . No había pensado que Sophie reaccionaría, pero algo humano la obligó a defenderse y también defender a Rubén. Lanzaba golpes a sus agresores.

La pureza de sus movimientos parecían deslumbrar en la oscuridad.

–Suéltenla, cabrones– alcanzó a decir Rubén.

–Chingaste a tu madre carnal, se equivocaron.

Dejar una Sophie y fueron tras él. El robot no asesó de percibirlos. Rubén se acercó a la luz roja del Sopié.

Esa mujer androide quedó de lado y no pudo ver que una sombra llegaba con un bate y la golpeó exactamente por la espalda. Los hombres reaccionaron y al ver el retroceso de la cabeza de Sofi se envalentonaron. Derribaron al robot y Rubén fue lanzado al suelo, se arrastró mirando atrás. “ atajo de imbéciles, no saben que destruyen el porvenir”. Sintió algo parecido al amor. Miraba con dolor como desmembraban a Sophie, dejando el tronco metálico con la luz roja. Topó con la tableta sobre el suelo y no quiso seguir adelante sin ver por última vez la escena. Luego, cerró los ojos. Rubén Molinero imaginó una escena diferente a la que estaba viendo. Su último pensamiento fue ponerse de pie y huir.