30th

julio
30 julio, 2024

Gracias de qué

Ella teñía su cabello de azul para cubrir las canas. Le calculaba 40 años, quizá un poco más. Se había adaptado al nuevo mundo: subir fotos a instagram con comida y bebida favoritas.

“¿No es tu coche el de la foto, imbécil?”

No se detenía allí, se había convertido a la dieta vegana. A veces se daba el lujo de comer algún corte de carne. En las ocasiones que surgía esa necesidad iba a la parrilla ubicada en la calle Independencia.

“Placas 4TWA. Dices que eres chofer”

Se quitaba la peluca y mostraba el cabello lacio y corto. Siempre llegaba a esos lugares públicos, esperaba que nadie la reconociera. Escondida en una esquina, cubierta con su abrigo negro y esas gafas de diseñador: parecía una estrella de rock en declive. No quería perder la noción de empoderamiento que los medios habían creado de ella. Me das un rib eye, término tres cuartos; una copa cabernet suavignon y la ensalada, por favor, decía.

“No cambies el tema. ¡Te estoy hablando, cabrón!”

Comía en silencio. Si veía aproximarse a algún comensal, se ocultaba detrás de su celular hasta que la exposición pública terminaba. Era agnóstica, practicaba yoga y creía en la energía proveniente de la tierra en oposición al sol. En casa, mantenía su bocina inteligente Alexa. Puedo apostar que allí guardaba la información de ingreso a todas sus redes.

 Vayan a buscarla. Renta un cuarto vetusto en la colonia Tabacalera. Salía de vez en cuando a las zonas más emblemáticas de la avenida Reforma sin alejarse mucho del Centro Histórico.

“Déjalo que hable”, dijo una segunda voz

Los días son buenos, así lo afirmaba cada vez que surgía un romance y presumía  en redes. Amaba a los hombres que pagaban por sus caprichos, aunque juraba ser independiente. Ellos eran los dueños de su vida por unos momentos. Su personalidad  libre, me enganchó. Nadie puede detenerla, está enojada con la vida porque no era lo que esperaba. Unos días atrás tuvo que ir al médico. La droga, jefe, la cocaína; ya no le dejaba mezclarla otras sustancias, su cuerpo las rechazaba. Le daban colapsos y fuertes espasmos en la pierna.

“Sarahí era su nombre real.”

Yo la conozco como Nat, Naty, era el nombre que tenía en la red. En Twitter se hacía pasar por Natasha Velka, inmigrante con un perfil erótico. Me dijo que ya tenía una cuenta de Only Fans y me prometió que dejaría la droga. Yo le creí.

Alguna vez me daba un sentimiento de posesión y quería tenerla solo para mí. Deseaba que me presumiera en sus fotos. Que yo también fuera tan importante como ella.

“Eso no me interesa”, dijo la voz primera.

Es lo que tengo, lo voy recordando así.

“Deja de andar con mamadas. ¿Dónde la conociste?”

Creo que fue en el café. Como dije, era un día soleado. Ella llegó, se veía de unos 35 años. Todavía no era famosa.

“¿Por qué no me dices cuándo comenzó el negocio?” 

Ella ya estaba dentro. Algo así, la invadió como una sensación de abandono. Se dejó mucho tiempo. Digamos que perdió a alguien. No sé si era su hijo, su marido o su padre. Nunca me lo dijo, jefe. No se atrevía a responderme cuando yo la cuestionaba.

“Siempre fuiste su pendejo”, dijo burlón, el otro

Apareció de la nada. Nunca supe del todo dónde vivía.

La llevaba en el automóvil hasta la colonia Tabacalera, me estacionaba a un costado del monumento a la Revolución y la dejaba en la esquina de Plaza de la República con Ignacio L. Vallarta. Otras veces, la llevaba a la calle José María Iglesias. Nunca era el mismo lugar.

El golpe que percibí creó un silencio que me dejó escuchar la radio lejana. Es un sótano, pensé. 

“Sigue, a ver, pero sé concreto, cabrón. Dinos cómo te enteraste que andaba en asuntos de droga”, dijo el primero

Nada de eso, señor. Yo la vi consumiendo. Es todo. En serio, desconocía que ella vendiera mierda. Incluso que se dedicara a transportarla cuando me pedía favores. Yo era Uber, jefe. Solo la traía y la llevaba. Nunca me percaté… Un golpe cayó.

No desperté sino tiempo después. Sentí el labio inflamado. Los golpes me hacían comprender la historia completa. Ya no recordaba su cuerpo (esto no lo dije) sus formas blancas; sus senos con un botón claro. Su hermosa sonrisa y el calor de sus piernas largas.

Sarahí (eso sí lo dije). No lo escucharon.

 A pesar de todo, su cuerpo era juvenil. Olvidaba su cabello blanquecino.

Otro golpe me devolvía a la realidad. La puerta chilló y ambos oficiales se detuvieron.

“No sabe nada”, dijo otro guardia. “No ha dicho nada que lo relacione” “¿Ya le contaron que ella lo entregó?” “No quiere cooperar”.

Ella era feminista, grité. La vi en marchas y algunas fiestas con grupos de mujeres.

Entonces el agua me golpeó, la percibí detrás de la tela. Me costaba mucho abrir los ojos. Mis pies estaban totalmente mojados.

“No digas mentiras, hijo de tu puta madre. Tú la distribuías y ella te ayudaba. ¿No que no conocías a la Sarahí?”

¿Quién es esa?

Yo conocía a Nataly. Me están…

Grr. La descarga me obligó a guardar silencio. Tu rostro fino y fijo, mirándome. Mi lengua se trababa. Sonreí profundamente. Otra vez olí tu perfume y te extrañé de nuevo. Tu cabello azul como si fueras una joven rebelde y triste.

“Ya está hablando como pendejo. Ella te entregó. Hizo una denuncia anónima confesando el cargamento de la droga y el paquete… Por tráfico de drogas en la ciudad son hasta 25 años tras las rejas, putito”.

Entonces entendí. Ella era muy astuta. Merecía este castigo, pensé. Su sonrisa blanquecina caminando desnuda hacía a mí. Dime, Nataly, decía. Su cuerpo se llenaba como una sombra blanca entre mis manos.

“Ya se desmayó” “Dale más agua; que se despierte”.

Pagaría nuevamente. Un hombre miserable como yo.

Ella me había anticipado esto. Conmigo no descansarás, me quedaré grabada como un tatuaje en tu cara y en tu cuerpo. Ya verás, soy peligrosa. Sonreía mientras me lanzaban agua en el rostro y no podía ver.

 Gracias, dije.

“Gracias de qué, si ya te cargó la verga”

Así desperté de pronto y sentí otro golpe. Estaba feliz debajo de la bolsa de tela con la cual me tenían cubierto. Y oí de nuevo un golpe seco. No sentía ya nada.

Intenté hablar, pero no pude. La boca no me obedecía más.

“Ya no podemos dejarlo ir”, dijo el otro y cerró la puerta.


MIGUEL TONHATIU ORTEGA

(1979) Ensayista, narrador y poeta. Publicó el libro de relatos El Mal en el 2010, participó en Antología “Cuentos desde el sótano” en el año 2015; publicó en 2016 el libro de poemas Canto para domar serpientes, Sol afilado en 2019 y El viento y Miles Davis en 2020.

Ha sido colaborador de Letra Franca desde el año 2018.