“¡Cuando el poder del amor sobrepase el amor al poder, el mundo conocerá la paz!”. (Jimi Hendrix)
¡LO QUÉ ES!
Basta acceder a los buscadores en el internet para saber que, por histeria, se debe entender aquella “enfermedad nerviosa, crónica, caracterizada por una gran variedad de síntomas, principalmente funcionales, y a veces por ataques convulsivos”.
Dichos ataques a veces se manifiestan con un nudo en la garganta, trastornos o alteraciones visuales, de la sensibilidad o parálisis, palpitaciones excesivas, inmovilización parcial o total del cuerpo o disminución de alguna habilidad motriz o debilidad muscular.
Si bien es cierto la existencia de esta enfermedad y sus síntomas que son tratadas por la medicina; en forma coloquial también calificamos con esta palabra a las personas que observan un comportamiento exageradamente dramático y emocional y que se muestran demasiado sensibles ante las críticas o la desaprobación y culpan a otras personas de sus fracasos o decepciones.
A mayor abundamiento, estas personas siempre tienen un problema para cada solución y su común denominador es que son víctimas de todas las situaciones que le son incómodas.
De hecho, tal pareciera que el mundo gira a su alrededor y lastimosamente para su interpretación, se ensaña con ellas.
En un mundo perfecto, seguramente así no se manifestarían; sin embargo, existen y tal pareciera que cada vez son más comunes; de hecho, cuando son tratadas por gente que no tiene estos problemas o bien, poseen una tolerancia limitada, lo único que se puede apreciar son escenas de rompimiento y molestia que imposibilitan la sociabilización o cuando menos, una adecuada convivencia.
En tu día a día, ¿eres tolerante a las “escenitas”?
¡QUÉ DIFÍCIL!
Siempre me he preguntado que ganan las personas al llamar la atención con sus gritos, llantos, exabruptos, gestos o, en fin, tonos o ademanes, que lejos de arreglar una situación, generan incomodidades para los participantes y la gente que está alrededor.
Esto no es propiamente patológico, pero si es un afán por ser conocido, reconocido o bien, ser el centro de las miradas. Desafortunadamente, hay quienes lo asumen como hábito y, lejos de ser un mal propio, lo convierten en una incomodidad ajena, con todo lo que ello implique para quienes los aman, están vinculados a ellos e incluso, para sí mismos.
Si de recordar las veces que nos ha tocado compartir con este tipo de personas nos incómoda, ni hablar de lo que habremos experimentado en tiempo real. Ya fuera por la sorpresa, la tensión o la pretensión de minimizar el comportamiento extraño que presenciábamos; lo cierto es que, sin duda alguna, fue un trance difícil.
Cuando en charlas compartimos con amigos la forma como nos ha tocado vivir esto, independientemente de lo tortuoso que nos representa considerarlo; realmente, no encontramos justificación alguna para este tipo de comportamientos. La mayoría señala que, si hubiera estado en ellos, sería de las cosas que no eran de su interés vivir y las hubieran omitido. El resto le resta importancia y dado el vínculo existente, sanguíneo, afectivo o profesional, prefieren pasarlo por alto y pretender que no se repetirá.
En cuanto a los creadores de tan tremendo espectáculo, es obvio que por excepción hablarán de ello y al hacerlo, las excusas predominarán en sus dichos. Muy pocos son los que ven con frialdad su comportamiento y entienden el error cometido y reconocen que no estuvieron a la altura de las circunstancias al actuar de esa manera.
Lo que, si es una constante en ambos grupos, es en el famoso “si hubiera”, como una posible plegaria para borrar o de mínimo, modificar lo sucedido.
¿Alguna vez te ha resultado tan incómoda una situación que te gustaría no haberla vivido?
SIN TON NI SON.
Con toda seguridad, todos y cada uno de nosotros hemos experimentado situaciones desagradables provocadas por el comportamiento incómodo de las personas, a veces sin necesidad de ello.
No hay peor escenario que la vida real para quien actúa por sus intereses en contra de otros, sin razón alguna y sin justificación para tal comportamiento. No cabe duda de que cuando la locura estalla en una persona, la razón de los que lo acompañan se esfuma cual estrella fugaz, no por gusto sino como reacción a alguien que no pretende en forma alguna alcanzar acuerdos.
¿Qué ganamos? … difícil sería encontrar una respuesta positiva, en la lógica de que pareciera que se pierde más con malos momentos que pudieron invertirse en algo productivo; sin embargo, esto no fue y será algo que cada uno llevaremos.
De la calma que sigue a estas situaciones críticas, pareciera que sus creadores ganaran por su comportamiento y actitudes, pero … ¿eso es realmente cierto?
Si lo que han mostrado es su intolerancia para admitir una postura que no les conviene o les resulta favorable, sus deficiencias son obvias y en ese entendido, lo pensarán más de una ocasión aquellos que deban tratarlos.
Pensar que por montar un espectáculo se gana; resultaría una victoria pírrica sumamente cuestionable al tiempo. Razones hay muchas, pero es lógico suponer que para muchos no habrá ocasiones futuras y con toda seguridad, ya tendrán sus precauciones para en caso de que se presenten otras ocasiones.
No cabe duda de que las expresiones populares tienen mucho de cierto y el refrán “la mula no era arisca, la hicieron a palos” es perfectamente ilustrativo de este supuesto.
Basta ya de caprichos, lágrimas, gritos, manotazos, violencia, entre un sin número de acciones contrarias al diálogo que construye acuerdos; ¿realmente es necesario su uso para mostrar una posición que no ganamos con palabras?
VOY POR MÍ.
Ante este universo de caprichos provocados por personas que a como de lugar pretenden ser el eje central de la conversación, debemos valorar nuestro tiempo y ser selectivos al compartirlo.
Podemos optar por aislarnos completamente de ellas y si no es posible, alejarnos lo necesario.
Si por alguna situación hay un vínculo de dependencia o afecto que nos obliga a mantener un contacto estrecho, buscar generar las condiciones necesarias que permitan una comunicación positiva y propositiva; construyamos un ambiente propicio para alcanzar metas conjuntas y lo más importante que la dignidad, el respeto y el reconocimiento mutuo no se pierdan en forma alguna.
Encontrar este panorama nos dará contenido para edificar una relación sana que fomente metas comunes, siempre asumiendo nuestra responsabilidad.
De no ser así, realmente ya no podremos hacer más y no habrá espacio para reprocharnos o culparnos del fracaso; no podemos ir contra nosotros en aras de favorecer a alguien que no tiene intención de entendernos ni mucho menos considerarnos su par.
En casa me enseñaron que la dignidad es un valor inherente a cada persona por el solo hecho de existir, gozar de libertad, respetarse y empatizar con su valor como ser humano. Nunca la perdemos por más que otros la nieguen o bien, nosotros mismos la dejemos a un lado.
En ese sentido, es válido recordar que por más importante que sea una persona para nosotros, por ninguna circunstancia podemos ponerla por encima de nuestra dignidad ni mucho menos ser partícipe de que alguien la pisotee.
Si alguien no nos valora, no hay nada que nos comprometa a estar a su lado; toda vez que prescindimos de respetarnos, del amor propio, nos negamos nosotros mismos como el todo que somos.
Bien dicen que el primer amor es a si mismo y si te amas eres capaz de compartirlo con otros.
Si te amas, eres digno de ti y te respetas y reconoces tu valía; razón por la cual, no hay lugar a permitir malos tratos de terceros.
Podemos tener el compromiso de ver por otros, pero nunca de vivir por ellos … ¿ESTÁS DE ACUERDO?
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Posdata: Agradezco haber sido favorecido con la entrega del Pergamino Iuris Dicto en la Celebración del “Día del Abogado”.
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