Antes de decir cualquier cosa sobre el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht (Augsburgo 1898-Berlín Este 1956), una reverencia honda y genuina podría ser el mejor gesto de homenaje a su memoria.
Su nombre completo es Eugen Berthold Friedrich Brecht, un hombre de carne y hueso, de cartílago y entraña que quiso estudiar medicina para aliviar el mal ajeno y evitar el dolor evitable, pero terminó haciendo de la dramaturgia y el teatro el fármacon de su filosofía del hombre.
En un siglo de grandes dramaturgos como fue el XX, Bertolt Brecht es uno de los mejores por la inteligencia de su escritura y el realismo de sus personajes, pero también por algo más: su empatía con el dolor y su capacidad para comprender la herida psicológica por la que sangra el hombre, hicieron de él un profeta de su tiempo.
Aquel que tiene la sinestesia y la capacidad de hacerse uno con el dolor del otro y de transmitir ese dolor en las líneas de un guion, una novela, un poema o un ensayo puede ser, sin duda, un profeta del dolor. Con esa estatura sólo visualizo a dos escritores en su propia tinta: Dostoievsky y Brecht.
No fue fácil la vida para el joven Brecht en la Alemania de Nietzsche, del Káiser, de la Primera Guerra y de tanta incertidumbre pululando en el ambiente.
Brecht es el creador del teatro épico, también llamado dialéctico por su incursión en la crítica social y política de su tiempo.
Las influencias decisivas en su obra traen el sello de Carlos Marx, pero también de Georg Büchner, Pablo Picasso, James Joyce y Karl Korsch. De aquí que pueda comprenderse, sin quebrantamiento de ánimo ni de neuronas, su famosa frase: “El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”.
El teatro de Brecht no es sólo épico o dialéctico, porque es algo más: teatro de interiores humanos en el enfoque del dolor personal, pero de exteriores sociales en el tratamiento del sufrimiento colectivo, en la denuncia de la opresión y las desigualdades, en la búsqueda de justicia para el otro.
Toda la obra teatral de Bertolt Brecht consiste en dar voz al dolor humano y al sufrimiento social, frecuentemente enmascarados por las medias verdades y el “palabreo” del poder. Por eso, es perfectamente comprensible que haya escrito en uno de sus cuadernos: “Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad”.
Podría decirse que el suyo fue un teatro proletario, pero el proletariado no representa al hombre tipo de ninguna época ni es sinónimo de pueblo; por tanto, me veo tentado a llamarlo teatro existencial por la filosofía del drama que hay en él, o teatro de crítica social por su identidad con las denuncias de los de abajo.
El vocabulario ideológico en boca de políticos es digno de toda sospecha: la primera de ellas, y no la única, es que distorsiona o falsea el contexto de la palabra y la palabra misma a favor del triunfo de su propio maniqueísmo.
Como muestra de la obra magnífica de Brecht ahí están “La ópera de los tres centavos”, “La vida de Galileo Galilei” y “Madre Coraje”.
En el Museo Memorial del Holocausto, en Nueva York, EE.UU., está grabado este poema de Bertolt Brecht: “Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista; / luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista; / luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío; / luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí”.
Este poema se ha atribuido a Martín Niemöller, que fue pastor luterano en la ciudad de Nueva York. Sin embargo, la esposa de Brecht, Helene Weigel, afirmó que el poema fue escrito por su marido en Berlín, en 1933, luego del triunfo de Hitler en las elecciones, y que fue dirigido como una flecha al corazón de los intelectuales alemanes, cuya cobardía -entre otros factores- permitió la llegada de los nazis al poder y sus pavorosas consecuencias.
El poema de Brecht ha sido objeto de agregados anónimos o entusiastas que han circulado en revistas del mundo. La verdad es que su texto original es, precisamente, el que está esculpido en el Museo Memorial del Holocausto, en Nueva York.
Este hombre, Bertolt Brecht, como dramaturgo y como intelectual, es uno de los literatos más creativos y brillantes del siglo XX. Otro que no viene a la zaga es Samuel Beckett, el de “Esperando a Godot”, pero de él hablaremos en otra ocasión.
Una de las frases más rotundas y redondas de Brecht, es esta: “Con la guerra aumentan las propiedades de los hacendados, aumenta la miseria de los miserables, aumentan los discursos del general, y crece el silencio de los hombres”.
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Como escribió el mismo Bertolt Brecht: “La historia ama las paradojas”.
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