Es muy bueno, yo diría que incluso magnífico, que la señora Sheinbaum tenga una popularidad en encuestas con la que ningún otro presidente de México puede competir.
Es lo de menos si una encuesta le da 71 y otra 80 por ciento de aprobación, presentándola como la mujer maravilla o la encarnación de todo lo que el heroísmo femenino ha hecho por nuestro querido México a lo largo de la historia.
El marketing es una cosa fascinante: es el Mago de Oz del mundo del comercio y hace verdaderos milagros con las figuras públicas. Si hoy vivieran, la estrategia de propaganda que sustenta a la señora Sheinbaum merecería los encontrados elogios de un Bryan Kay y un Vance Packard.
Ese planteamiento propagandístico -debo decirlo- es impecable: logra gobernar las percepciones psíquicas de los ciudadanos de un modo que no podrían hacerlo las obras ni las acciones de gobierno.
Por desgracia, los problemas del México real en la agenda bilateral con EU poco tienen que ver con los trucos de la propaganda, los artificios de la publicidad y la seducción subliminal del marketing.
La guerra de aranceles desatada por Trump es de gobierno a gobierno y de economía a economía, y se funda en tres hechos que en verdad existen: las violaciones al T-Mec derivadas de la reforma judicial y la captura de instituciones en México; la presunción de una gobernanza criminal que ha elevado la producción y la exportación de fentanilo y otras drogas a EU y, por último, la presencia de una invasión silenciosa de migrantes que podría alterar e incluso conflictuar a la sociedad y al gobierno estadounidense.
Lo que plantea el señor Trump son temas de gobernabilidad, salud y economía que entrañan riesgos y peligros para la sociedad y el gobierno norteamericanos. ¿Se puede pedir a Trump, legítimamente, que piense a su país desde una óptica latinoamericana o mexicana? ¿Lo que ha señalado Trump en sus discursos sobre México, es cierto o es falso? ¿Tiene razón o no la tiene Mr. Trump cuando apunta su índice flamígero hacia nuestro país?
Al margen de que desde cierta izquierda mexicana se ha tejido una leyenda negra sobre el coloso del Norte, e independientemente de que entre nosotros abundan los amateurs y los profesionales del antiyanquismo, conviene que los mexicanos nos demos la oportunidad, quizá por primera vez en nuestra historia, de pensar y razonar, con “la cabeza fría”, si tienen fundamento o no las aseveraciones del señor Trump sobre México.
Cualquier guerra de aranceles es un instrumento para presionar a un vecino o a un socio comercial, e incluso para conseguir que ese vecino o socio haga ciertas cosas que sin esa presión no haría. ¿Son, por ello, las políticas arancelarias, un instrumento del demonio? No, son un instrumento de las finanzas públicas y la economía.
No soy partidario del autoengaño y sé muy bien que el que con niños se acuesta amanece mojado: por lo mismo, sin ser miembro honorario ni distinguido de la cofradía del Trumpismo, creo que el señor Trump es un excelente tipo, sobre todo cuando está en los brazos de Morfeo.
Además de que afirmo que Trump no encarna el sueño americano ni es la patria estadounidense, como no lo es en México la señora Sheinbaum, coincido con el retrato hablado de Donald Trump, hecho por el escritor británico Nate White. A la pregunta de ¿Por qué a algunos británicos no les gusta Donald Trump?, Nate White contestó: “Trump carece de ciertas cualidades que los británicos tradicionalmente estiman. No tiene clase, ni encanto, ni frescura, (…) ni compasión, ni ingenio, (…) ni sabiduría, ni sutileza, (…) ni honor, ni gracia”, cualidades que sí tenía su predecesor, el señor Obama. Y agrega: “Además, (a los británicos) nos gusta reír. Y aunque Trump puede ser digno de risa, nunca ha dicho nada irónico, ingenioso o siquiera remotamente divertido, ni una sola vez. (…) Y ese hecho es particularmente perturbador para la sensibilidad británica; para nosotros, la falta de humor es casi inhumana”. Y remata: “Trump (…) ni siquiera parece entender lo que es una broma. (…) Su mente es un simple algoritmo de prejuicios mezquinos y maldad”.
Al margen de lo que cada uno pensemos sobre Donald Trump y las reacciones que provoca, lo cierto es que su visión sobre México es certera al enfocar las agruras, las pústulas y el dolor nacional que nos envuelven.
Lo otro también es válido: si alguien cree que estamos bien como estamos y ya se acostumbró al olor nauseabundo de las impurezas y el cochambre, ese ya es asunto de atrofia olfativa que sólo el otorrinolaringólogo podrá tratar y resolver.
Frente a un amago o una amenaza externa, real o imaginaria, el recurso fácil de cualquier gobierno es no resolver el problema planteado y a cambio afilar las púas del fervor nacionalista, que a su vez nada resuelven. Deplorable, pero así es.
Pisapapeles
Si Damocles fuese mexicano y no griego, sería mucho más pícaro, ingenioso y divertido para enfrentar el temple ´conspiranoico´ de Donald Trump.
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