ANDRÉS MANUEL DEBE DORMIR
Ernesto Hernández Norzagaray
Después de la campaña, decidimos continuar trabajando con la misma intensidad, para no perder el paso -palabras más, palabras menos, fue la respuesta que AMLO dio a los medios de comunicación para justificar del trabajo en campo poselectoral.
Escuchar esa expresión resultaba reconfortante para todos aquellos que habían votado por él, era la manifestación más ostensible de haberse equivocado, era el refrendo del político comprometido, que con esa decisión mostraba que tenía una fortaleza física que ya la quisieran quienes cuestionaban maliciosamente su estado de salud luego del infarto de 2013 y, claro, estaba al 100 para las tareas de gobierno.
Sin embargo, en las últimas semanas ese desplazamiento frenético por las principales ciudades del país donde lo mismo se reúne para agradecer a “su pueblo” que, con los gobernadores, y los medios de comunicación, lleva a muchos a pensar que aquella decisión de seguir como si se estuviera en campaña no fue la mejor, la más rentable, debe dicen reducir la velocidad o de plano bajarse del tren de alta velocidad.
Una sobrexposición de AMLO lo que está provocando es desconcierto y es que además del desgaste físico que implica viajar todos los días, discursear largamente en San Cristóbal de las Casas y luego hacerlo en Tijuana, en plazas y escenarios cada más concurridos, vamos a satisfacer los pedidos de entrevistas a la prensa regional sobre temas variados, esta provocando que haya contradicciones en sus propios dichos y eso expresa agotamiento mental. Nadie puede estar meses recorriendo el país y hablando todos los días sin que termine contradiciéndose ante reporteros frescos y frecuentemente dispuestos a poner buscapiés. Lo sorprendente es que hasta ahora no haya tenido una crisis nerviosa y se mantenga casi siempre con una sonrisa a flor de labios.
Ahí está, por ejemplo, cuando señala que recibirá un país con estabilidad económica mientras en otro lado afirma que el mismo se encuentra en bancarrota y hay que salir a rehabilitarlo, pero no para ahí en cuanto escenario se presenta ofrece gratis de todo: becas, ayudas, obras.
No puede ser, aunque sus asesores quieran matizar, arreglar la plana, “poner” en contexto sus palabras. No soy neurólogo, pero tener el cerebro sometido constantemente a este tipo de estímulos bombos, lleva inevitablemente a perder el pulso, la precisión, la razonabilidad y genera dosis de confusión mental, tanto cuando está despierto como cuando duerme, el sueño se vuelve inestable y más en alguien que tiene 64 años, se desgastan innecesariamente las neuronas y vienen los yerros, los dislates, las contradicciones y las correcciones.
El cuerpo no descansa, está en constante actividad, desgastándose minuto a minuto y eso puede empeorar y trasmitir lo que ya algunos aprovechan para decir que como Trump AMLO tiene también problemas de salud mental.
Agreguemos a ese estado de hiperactividad, el plus que representa viajar en líneas aéreas comerciales, hacer antesalas largas en aeropuerto, donde la gente se quiere acercar para desearle éxito, plantear un problema hasta personal o tomarse una o varias selfis.
Más, cómo la semana pasada, cuando un vuelo se retrasó hasta cinco horas en Huatulco y son horas perdidas en forma infame que pudieran dedicarse atender o reflexionar colectivamente problemas de fondo.
Sé que se dirá que eso a él le gusta, que disfruta estar rodeado de su pueblo, hablar y escuchar a la gente, que esta le trasmita sus pesares, el buen karma, porque eso le da confianza, vitalidad, entereza, claridad.
No es cierto, o es parcialmente cierto, esa consecuencia.
El cuerpo se cansa más temprano que tarde en una persona tercera edad, su estructura y organización está diseñada para el descanso, no para la vigilia y las asechanzas psíquicas.
AMLO tiene 64 años y su cuerpo ha mostrado signos de agotamiento, stress, hay diabetes y un infarto en su expediente médico.
Cierto, está controlado por sus médicos, debe ser muy ordenado en el uso de sus medicamentos y descansos, pero quien sabe con sus alimentos, el consumo de líquidos, lo acabo de ver en el Paseo de Olas Altas Mazatlán donde hablo, hablo, en una atmosfera húmeda, sofocada, sudoroso, sin tomar una gota de agua (con lo frías que se venden las cervezas en los restaurantes de esa avenida).
Naturaleza obliga, obliga que, en su calidad de presidente electo, administre su salud, sus medicamentos, su ritmo de trabajo, sus compromisos, sus viajes, sus citas, necesita incluso, estar más con su familia, convivir con sus amigos, relajarse para lo que viene que no tiene nada que ver con este periodo con todo lo pesado qué es.
Tendrá que estar lúcido para escuchar y tomar decisiones, no tan expuesto como lo estuvo López Mateos, con sus terribles jaquecas que lo doblaban literalmente o Vicente Fox con sus problemas mentales que dicen lo llevaba a suministrarse fuertes dosis de Prozac.
Y es que como ya lo han dicho muchos, AMLO no se debe solo a sí mismo, ni siquiera a su familia, sino a la república, es un ente público, el más importante de la representación político, un descalabro en su salud pone inmediatamente al país en una encrucijada terrible.
Seguramente no se siente cómodo con la nueva situación, con los cuidados especiales que se le brindan a un presidente, por eso habla con ligereza cuándo dice que no necesita seguridad, que solo necesita un rincón de Palacio Nacional para poner su catre y una hamaca no, lo que necesita es el mejor colchón, para que su cuerpo descanse y cuando se pare este al 100, pero también comer bien y a sus horas.
Pero, no, dice que solo necesita un vuelo comercial en lugar de un avión presidencial no, él necesita un avión para él y los miembros de su gabinete para su gobierno itinerante, sea el que dejará EPN en el hangar presidencial o cualquier otro, se trata de que su gobierno sea oportuno, eficaz, para estar en sintonía con las necesidades de su pueblo, a la altura de los “sentimientos de la nación”, los reclamos de los de abajo.
En definitiva, AMLO debe dormir.