16 agosto, 2020

Leopoldo González: El peleonero

El peleonero

Por Leopoldo González

El peleonero es un insatisfecho de sí mismo, un provocador infeliz que hace de la pugna el camino más corto hacia su comodidad emocional y su felicidad personal, con independencia de si los demás lo entienden o no, y de si están de acuerdo o no.

Los problemas son “nichos de oportunidad”, los desastres “maldiciones benditas” y las crisis a punto de profundizarse motivo de regocijo y alegría para el peleonero, porque la catástrofe inducida y la ruina visible se vuelven espejo exterior de una emocionalidad escindida.

Crear los problemas y hacer de los problemas conflictos sin solución aparente, sólo para hacer de la tensión dramática -la tensión del héroe- una telenovela nacional, tiene sus raíces en desacomodos o desequilibrios de personalidad.

El peleonero natural, incapaz de preguntarse si la vida sin conflictos podría ser de una calidad distinta o si la vida sin guerra podría tener otros componentes espirituales, se inventa -de vez en cuando- una engañifa para burlar a sus posibles delatores y para recubrir la máscara que oculta su verdadero yo: convoca a instaurar la fantasía proyectiva de una “República amorosa” en la que reine el “amor y paz”, porque a nadie le es fácil ver de frente a sus espectros, demonios y fantasmas.   

Los vacíos y los déficits emocionales que marcan una vida, generalmente operan en ella como un condicionamiento conductual, una búsqueda irrefrenable y desbocada de reconocimiento, un malsano deseo de herir o dañar para llamar la atención o una propensión a vengar agravios que existen en el “imaginario mental” del sujeto, pero no en la realidad de su vida. Esto es, autointoxicación en función de la propia toxicidad.   

El enfermo de ´conflictivitis´ siente correr por su sangre la droga de una adrenalina que lo hace distinto y superior al resto, porque el conflicto es el único resorte emocional, la única corriente bioquímica capaz de redimirlo de su ruindad y miserias.

El peleonero no esconde a un rebelde -con toda la carga de nobleza, ética justiciera y estatura moral del rebelde- sino a un inadaptado existencial o a un desadaptado social.

Puede ser que la carga de artillería se dirija a un expresidente, a un jurista convicto de delito, a un exdirector del CISEN, a un exsecretario de Estado, a los críticos del experimento populista o a quien sea. Da lo mismo. Lo importante, para la 4T, es mantener al alza la adrenalina del ´ego enfermo´, del mismo modo que en rituales de antropofagia se ofrecían corazones y víctimas al dios insaciable de los antiguos mexicanos. Si un cambio de humor les dicta ir por Carlos Ahumada u otro, el ritual es el mismo: llevarle retazos y pellejos al dios pendenciero para aplacar y al mismo tiempo incentivar su ira.

Salir del solemne aposento a pelear todas las mañanas y todos los días, nada más porque sí, empezando por la agresión mañanera a la propia sombra o al espejo, es un ejercicio tan banal e improductivo, tan irrazonable e intrascendente que por eso interpela a los estudiosos de las emociones y a los especialistas de la conducta.

Un populista no puede vivir en paz y armonía, ni mantener relaciones de empatía con el entorno, mientras no construya la efigie o el humo de un “enemigo externo”, al cual poder culpar y perseguir por sus propios desórdenes interiores. Este condicionamiento nació con el castrismo y tiene sesenta años envenenando el corazón de muchos pueblos de América Latina.

El afectado de neurosis ideológica y de “megalotimia”, que cree que los neuróticos y destructores son los otros, puede cometer crímenes de lesa humanidad con las vidas de los enfermos o con otros sectores, sin caer enteramente en cuenta del daño y de sus desviaciones.

El pendenciero, el típico resentido social que se hace con el poder, necesita límites que sólo pueden venir de temperamentos cuerdos y de personalidades racionalmente bien plantadas. ¿Dónde están?

El país no está en buenas manos, y las muestras abundan por doquier.

Pisapapeles

Figurativismo al paso: a veces, el mapa completo de una vida, de una biografía, no se explica por la cantidad de problemas y conflictos que ha resuelto, sino por la cantidad de problemas y conflictos que ha creado y multiplicado.

leglezquin@yahoo.com

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